Capítulo 24

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Los engaño a todos.

Engaño a mi familia.

Engaño a mis amistades.

Engaño a las personas que me aman.

Me engaño a mí misma.

Soy una mentirosa. Soy una cualquiera que miente y le hace creer al mundo que todo está bien, de maravilla y que nada duele; cuando en verdad solo soy una pieza rota en novecientas noventa y nueve partes. Siempre con esa sonrisa inocente en mi rostro, las carcajadas que ocultan mis sollozos, mis malos chistes, mi manía de pintar el mundo con mis pinceles y la estúpida excusa de que la lluvia me trae mala suerte solo para que no se den cuenta que mitad de toda mi desgracia es por mi culpa; que la mala suerte soy yo. Tan compleja como la verdad, tan sencilla como la mentira.

¿Sabes qué es lo peor de mí? ¡Qué mintiendo fui feliz y no me da pena admitirlo!

Me di cuenta que estaba perdida desde que mis mentiras empezaron y lo sabía porque mi pasado comenzaba a ser borroso, mi presente un consuelo lleno de amor y mi futuro algo maravilloso. Y es que ese es el problema de las mentiras, te nublan hasta que te ves en una vida perfecta, algo que en cualquier momento se puede derrumbar porque si no lastimas a una persona, entonces probablemente lastimaras a dos, y, si no es así, entonces la única persona lastimada serás tú.

Pensé que iba a ganar muchas guerras, pero en realidad iba perdiendo creyendo que iba ganando. Eso es lo que está sucediendo ahora que todo se me corre de las manos. ¿Y a quién le pido perdón? ¿Al tipo que quiero o al que me quiere? ¿A quién le pido perdón por el desorden que he creado intentando conocer a esa chica de ojos chocolatosos que me mira por las mañanas?

Y ahora me encuentro en la orilla del abismo, a punto de caer.

Toco la puerta de madera con el puño y las uñas casi rajando mi piel. Una voz dentro de mí comienza a rogar para nadie abra; suplicando que Jean haya olvidado su celular en la universidad y no tuviera tiempo de ver el video; implorando para que ese mensaje sea una broma de muy mal gusto y rezando para tener una oportunidad de explicar todo. Mi esperanza va en aumento cuando los segundos pasan y nadie abre la maldita puerta, entonces tal vez no lo ha visto; tal vez no se ha despertado. Tal vez... tal vez tengo una última oportunidad de hacer las cosas bien...

Estoy a poco de dar media vuelta con una gran sonrisa de alivio, cuando escucho que la puerta se abre y toda mi esperanza se desliza de mi cuerpo como gotas de aceite caliente, casi hirviendo.

Me quedo mirando una de las esquinas de la entrada. No quiero ver a la persona que está frente a mí; no quiero ver sus ojos por la vergüenza que no he sentido en todo este tipo y comienza a acumularse en mi pecho. ¿Ahora qué hago? ¿Qué digo? Respiro su perfume masculino y lo reconozco al instante, es él. Lo peor de todo es que todavía tengo el descaro de compararlo con el olor de Ethan y que idiota soy... que idiota soy por querer compararlos cuando uno es el sol y el otro la luna. Cuando uno me hace vibrar y el otro... nada.

Aferro mis manos al borde de la camisa que Brook me ha prestado y respiro hondo.

Poco a poco voy levantando la cabeza y busco su rostro..., asegurándome de que cualquier pizca de asco es poco para mí. Yo merezco lo peor. Entonces nuestras miradas se encuentran y algo brilla en sus pupilas. En ese instante me doy cuenta de que lo ha visto todo. Jean sabe sobre la peor de mis traiciones y a juzgar por su aspecto, mejillas rojas y ojos apagados, sé que ha estado llorando. Sus manos tiemblan, su ropa está arrugada. Iba de salida, es obvio por las llaves en sus manos y la manera tan brusca en la que ha abierto la puerta.

En un microsegundo todo se acabó. No hace falta que me insulte o me diga algo más, porque todo lo estoy viendo en sus ojos. ¿Cómo puedo explicarle? ¿Cómo le juro que yo nunca quise que pasara esto, cuando mis promesas ya no valen? ¿Acaso siquiera le puedo decir que al corazón no se le manda?

MENDAXWhere stories live. Discover now