Capítulo 27

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La luz de un trueno hace que me despierte con el cuerpo sudoriento y las palpitaciones desenfrenadas. Me quedo callada intentando reconocer que esta no es mi habitación. La lluvia ha comenzado a caer en medio de la noche y solo se escucha el golpe seco contra el piso del balcón. Me froto los ojos para despejarme y miro la hora en mi celular. Son las tres de la madrugada. He dormido alrededor de seis horas, lo suficiente para no volver a tocar mi almohada y ver las gotas de lluvia cayendo desde lo más alto.

Unos segundos después empujo las sábanas a un lado y camino hasta la cortina, haciéndola a un lado con mis dedos fríos. El hielo de la lluvia me pica en la piel y me causa escalofríos, pero la vista de un campo completamente verde bajo las gotas de agua, me atrapa. Luce hermoso, mágico.

— ¿Cómo has llegado hasta acá? — le pregunto a mi reflejo en el ventanal.

Quizás hoy no sea un buen día, está lloviendo y, aunque mis pensamientos sobre la lluvia han cambiado, así a cómo han cambiado varias cosas, igual me da miedo. Sin embargo, cuando respiro hasta que los pulmones me duelen, me digo: ¿Y qué si la lluvia me da mala suerte? ¿Y qué si hoy algo sale mal? ¿Y qué? ¿Y qué? Hay personas que tienen mala suerte con otras cosas, al menos mi mala suerte se propaga con algo precioso y encantador.

De repente se me antoja algo de comer y me doy media vuelta, buscando la salida de la habitación. Ha como es de esperarse, nadie más está despierto en la casa y las luces están apagadas. Eso me da un poco de alivio porque, para ser sincera, suficiente tengo con ver a las personas bajo la luz del día, como para verlas en la oscuridad de la noche.

Voy alumbrando con la luz de mi celular mientras uno de mis dedos se desliza por la pared y salta en cada borde. Al llegar a las escaleras, doy saltitos de escalón a escalón y me dejo ir por la baranda cuando faltan solo cinco gradas para tocar el primer piso. Mis pantuflas de conejo tocan el suelo y voy patinando perezosamente hasta que veo la puerta de la cocina. Empujo y, de la nada, un par de manitos me sostienen con fuerza de la cintura.

El agresor es más pequeño que yo, pero tiene una fuerza impresionante. Hay un breve forcejeo antes que mis dientes atrapen una parte suavecita de su piel y me encuentre cara a cara con Lauren, la pequeña humpa lumpa encargada de cuidarme. Ella me mira con los ojos impresionados bajo la leve luz que entra por la ventana y luego estira su mano por la pared hasta encender las luces.

— ¿Me haces entender esto? — le susurro.

— Tienes unos dientes muy duros, ¿lo sabías?

Parpadeo, asombrada por lo que ha pasado.

— Viví toda mi vida con un hermano mayor. La práctica hace al maestro.

Lauren toma bastante aire y echa la cabeza hacia atrás como si mi presencia le diera dolor de cabeza. Sus piecitos dan media vuelta y regresa a la isla de la cocina. No me había dado cuenta de que hay un bote de jalea, otro de nutella, banano partido en trocitos, fresas y rodajas de pan, hasta que ella mete un cuchillo en el primer bote y de mala gana riega la mezcla sobre un pan blanco.

No me sorprende verla molesta, como haciendo las cosas a empujones. Tampoco que no tenga la amabilidad de verme, siquiera cuando pintamos mi habitación con franjas negras intentó ser amigable. Pero ahora, en medio de la cocina, me asombra que sea la primera en hablar:

— ¿Eres igual a tu madre? — pregunta, sin despegar sus ojos de la comida.

Camino a una de las butacas frente a ella, atenta a sus movimientos.

— ¿Qué quieres decir?

Lauren deja de untar la mezcla y me mira por un par de segundos. Quizás está adivinando que no he vivido con mi madre desde que era prácticamente una bebe. Luego respira hondo y vuelve a su tarea. No me dice nada hasta que termina el emparedado de nutella con trozos de banano y me lo da en un plato blanco. También me pasa un poco de leche, una servilleta y golpea mis manos con una palmadita para que deje de jugar con el borde de las mangas de mi camisa, diciendo que las voy a estirar.

MENDAXWhere stories live. Discover now