— Si satanás tuviese una hija, una única hija, seguramente sería como ella. Apuesto cualquier cosa a que juega la ouija todas las noches como si fuesen muñecas en la playa. — dice Brook.
En el momento en el que escucho su voz, ya tengo el codo encima del respaldar del sillón y medio cuerpo inclinado. No puedo dejar de verlos. La simple imagen de ellos, sentados a unas cuantas mesa, me parece la cosa más horrible. Son demasiados contradictorios; como una gota de agua y otra de aceite. Tan diferentes que dan miedo. Y ella... ella es el tipo de persona a la que nunca me acercaría por miedo. Lo peor es que Brooklyn insiste en que es la líder de algún grupo satánico y no sé si debo reír o sentirme más triste porque una posible jefa del satanismo ha logrado conseguir a Ethan.
— ¿Así se supone que es al amor? — pregunto.
— ¿Amor? — me mira asqueada — Yo no lo llamaría amor. Eso se llama querer follar con aires a deporte extremo.
— Cariño, no seas así.
— ¡Es que mira qué asco de mujer, Patrick! — la señala exaltada.
Su nombre es Victoria Young y tiene la misma edad que ellos. Hija menor de una familia basada en un padre estricto por su carrera política, una madre plástica amante de las cirugías y dos hermanos igual o más locos que ella. Fue estudiante de ciencias políticas en una de las mejores universidades de los Estados Unidos y no había regresado en años, muchos años.
De acuerdo a mi fuente de información, es decir, Patrick, ella solía ser una niña de clase alta y perfección. En realidad, cuando eran pequeños, se le llamaba Barbie por su cabello rubio natural, que caía en ondas hasta su cintura, y sus movimientos extremadamente educados. A pesar de todo, los problemas familiares le afectaron tanto que terminó siendo amante del delineador negro y dueña de un historial inmenso de adicciones. Pero, olvidando el maquillaje y las botas militares sin ser atadas correctamente, ella no deja de ser hermosa. Da miedo, pero si achinan los ojos y se llega a un punto abstracto, continúa siendo una chica bella que le da una patada a mi aspecto corriente.
— Guarda silencio, es mejor.
— ¿Por qué? — lo mira enojada — Yo solo digo lo que veo.
— Nunca se sabe cuándo puede tomar tu cabello y hacer algún tipo de brujería.
— No creo que haga tal cosa. Primero la arrastro al infierno y después me quedo calva. ¿Tú qué opinas, Hope?
Me remuevo incomoda en el asiento.
— No me gusta hablar de otras personas.
— Vale, lo pillo. Tiene gracia. Pero míralos, parecen Ken Rockero y Morticia Addams. Mira, mira, mira.
Suspiro hondo. Brook me dirige una de sus miradas penetrantes, insistiendo en que debo verlos. A regañadientes, los miro. La sonrisa tan estúpida de Ethan, mientras la mira comer como si fuese el ser más maravilloso, me traspasa el pecho como un taladro asfixiante y desordena todos mis órganos. Yo no diría que esa mujer se parece a Morticia Addams, más bien sería el Tío Cosa. ¡Puaj!
— Creo que exageras un poco, ¿no crees? Se miran... se miran bien.
— ¡Eres... eres...!
— Dilo. — la reto, me lo merezco.
Se queda callada en cuanto Gilberta se acerca con tres porciones de pastel sobre su bandeja, coloca cada plato en la mesa con una amabilidad que no la representa y una gran sonrisa. Patrick es el primero en partir un pedazo con la cuchara y, sin querer, veo el número telefónico de Gil escrito en el centro del vidrio.
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MENDAX
RomanceHay una sola cosa que Hope Brown no puede hacer: romper corazones. Ella misma se autoproclama una prostituta de los sí y no hay alma en el planeta tierra que pueda evitarlo. Dice que es su propia maldición, las cadenas más pesadas de su vida. Así es...