Capítulo 10

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Los primeros veinte años de vida son los más fáciles. Olvidando las hormonas y el mal humor, por supuesto. Al menos para mí todo era estudiar, repasar, aprobar, volver a casa antes de las doce y dormir para tener más energías. Pero un día, el último día de la universidad, la realidad me noqueó con una sola pregunta: ¿Y ahora qué haré?

No es que no sepa o no tenga una idea de lo que quiero hacer con mi vida. Es evidente que mi sueño siempre ha sido ser una gran artista; crear cuadros con emociones, diseños únicos, combinar colores alegres o tener algo para comer. La pintura se había convertido en mi vida, mi pasión, desde que era una niña y siempre he querido eso. Pero, ¿cuál es el primer paso? Y entre preguntas más razonables: ¿hasta qué edad mi padre me podrá alimentar? Esa es la verdadera tortura cuando te das cuenta que ya no hay nada que estudiar porque ya eres un adulto pendejo que... que tiene que comer con su dinero.

Lex vuelve a empujarme para avanzar en la fila

— ¡Qué avances, mujer!

— Lo siento, me quedé distraída.

— No me digas — suspira —. No puedo creer que sea mi último año. ¿Y ahora qué haré? — rio y ella frunce el ceño con curiosidad — ¿Y tú de qué te ríes?

— De cierta manera me alegra saber que no soy la única sin una puta idea sobre qué hacer.

— Podrías aparecer como extra en las películas porno — mira sus uñas —. Ya sabes, haciendo un retrato del chico desnudo y fingir que nada sucede cuando aparece la directora del centro para follarlo.

Me doy la vuelta, le tomo el hombro, y, sin mirar al tipo molesto que está detrás de nosotras, digo algo que es meramente verdad:

— Y tú puedes enviar a todos esos ex novios que has lastimado directamente a prisión. No lo sé, puede ser un gran pasatiempo.

Bufa indignada.

— ¿Todos esos ex novios? Disculpa, pero han sido pocos.

Guardo silencio, esperando que recuerde a todos esos chicos amables, cariñosos, atentos y detallistas que habían logrado conseguir su aceptación. Mismos chicos que meses después envió al carajo por aburrimiento.

De acuerdo a muchas telenovelas que he visto junto a mi abuela, las personas suelen odiar una vez en sus vidas. Puede ser por amor u otro motivo pero, sin duda alguna, odiarán. Yo estoy completamente segura de que todas esas ocho víctimas ahora mismo odian a mi amiga y jamás, pero jamás, odiarán a alguien más.

— Ocho, Lex. Ocho tipos que han sido dejados por ti.

Cruza los brazos.

— Ocho es una cantidad pequeña y estoy segura que ni ellos se acuerdan.

— Claro — rodeo sus hombros con mi brazo —. Imagino que es así y que la única razón por la que todavía te mantienen bloqueada en sus redes sociales es porque te tienen envidia, ¿cierto?

— Tú también comprendes la teoría. ¿Ves qué si eres inteligente?

— Siguiente, por favor.

Lexie vuelve a empujarme y mi abdomen se oprime contra el borde del escritorio blanco, quedando justamente frente a Miss Carter.

La señora Carter o, a como normalmente le decimos entre los pasillos: Miss Carter, es la típica secretaria asiática de sexta edad con un carácter muy correcto y la apariencia de una abuelita encantadora, pero de encantadora no tiene nada. En realidad, es más satánica que mi abuela. Y dicen que su contratación fue elaborada por la esposa del director. A veces pienso que ella es la directora y no el señor Wang.

MENDAXWhere stories live. Discover now