Capítulo 14

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Me remuevo en la cama sintiendo la presencia de alguien a un lado de mí, es como si mi super sentido no pudiera dejar de imaginar a una persona intentando espiarme, molestándome en el mejor momento del día. Doy media vuelta y llego al extremo de colocar la almohada sobre mi cabeza, pero ahora la presencia se centra en mi espalda. Me envuelvo con las cobijas hasta formar un caparazón impenetrable, rehusándome a salir de mi escondite.

— Fresita, tienes que despertar.

Intento bloquear el sonido de su voz. Noto como se hunde la cama bajo su peso y siento sus dos manos en mi cuerpo, sacudiéndome tan fuerte que por cierto momento recuerdo el sabor de mi cena. Lo único que logra salir de mí es un sonido de protesta y a lo lejos me parece escuchar una risita encantadora. Entonces un olor llega y, como si mi cuerpo me exigiera tomar esa droga lo más pronto posible, no tardo en dar varias vueltas y salir de mi escondite. Es más, me importa muy poco el ligero dolor que siento cuando caigo al piso.

Me acomodo con ambas manos apoyadas por detrás de mi espalda para sostener mi cuerpo cansado y perezoso, y lo miro. Ethan está a un lado del abanico. Su mano se mueve de atrás hacia adelante, empujando el viento que lleva la esencia del café hasta mis fosas nasales. No sé cómo logro levantarme, pero tomo la taza con café caliente y quedo sentada al estilo indio. Por otro lado, él se tira en mi cama, viéndome con esa sonrisa que no se le borra.

— ¿Qué quieres? — pregunto.

— Tenemos cosas que hacer, fresita.

— ¿Un sábado por la mañana?

— Sí, y Dios nos ayudará por eso.

— Eres un desalmado, no puedes hacerme esto.

Se levanta y, antes de cerrar la puerta de mi habitación, se asoma por el umbral.

— Yo también te extrañé. Y mucho.

Gruño, termino mi café y me baño con agua fría. Una vez lista, voy peinando mi cabello con los dedos y me detengo en el umbral de la cocina. Ahí, sentados como viejos amigos sin nada que hacer, están Ethan, la abuela y papá. Todos atentos a la lucha entre Ethan y la abuela por ver quién tiene más fuerza.

Las venas de ambos brazos se resaltan, los rostros se tornan rojos y las bocas están prensadas por sus propios dientes. Mi padre, sentado a un lado de ellos, observa que ninguno haga trampa con la vista pegada al puño que han formado con sus manos y sus brazos como jarra de porcelana. Mi abuela empieza a implementar más fuerza, logrando que Ethan pierda por completo y se levanta emocionada.

A pesar de todo esto y de lo gracioso que es, yo solo me fijo en el rostro de papá. Su risa es distinta, es feliz. Siento que por un segundo de su vida ha olvidado la melancolía con la que vive y mi corazón se llena de un júbilo inexplicable, incalculable. ¿La razón de su alegría momentánea? No la sé. Quizás es la suerte del día o las circunstancias del momento. Pero, por alguna razón, termino de comprender que es culpa de Ethan, porque ahí, en ese momento, Thomas Junior lo abraza.

— Tienes que pagar, hijo.

Él entrega el dinero y papá, junto a la abuela, vuelven a reír.

Quiero correr a abrazarlo, aprovechar ese momento de felicidad y decirle cuánto he esperado por esa sonrisa, por volver a ver al padre que una vez tuve y no fingía felicidad, pero lo único que hago es rodearlos para tomar otra taza de café en medio de una sonrisa.

— No puedo creer que has logrado que se despertara tan temprano. Pensé que un oso estaba viviendo conmigo y mirala, es una chica.

— Te dije que lo conseguiría. Vamos, me tienes que devolver ese dinero.

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