Capítulo 5

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Actualidad

Las rosas que Jean me había regalado caen en el piso como una lluvia de pétalos multicolores que se han desprendido gracias al impacto. Me importa muy poco lo que ha sucedido, o el significado que tenían, cuando mis manos se enredaron en su cuello y termino de cerrar el espacio entre nosotros.

Me gusta recorrerle los brazos con algo de presión, palpando hasta el último musculo delgado, succionar sus labios y sentir su desesperación cada vez que me toca como parte de un juego hormonal. Nuestros labios, gustosos de estar juntos nuevamente, juegan exaltados. En un milisegundo, mi espalda es aplastada contra las fibras de madera de la puerta principal. Un tanto salvajes, otro tanto locos. Sus manos, grandes y llenas de callos, se aferran a mis glúteos y me elevan; por suerte esta vez no me deja caer. Ajusto las piernas a sus caderas, sintiendo la presión de su pantalón.

Sus dedos fríos recorre la zona baja de mi espalda, subiendo por el camino de huesos. Ese pequeño y delicado gesto hace se me salga otro jadeo junto a las cosquillas y la excitación.

— El sofá... — susurra.

— Mi cuarto.

— Tu cuarto.

En el camino las prendas se vuelven molestas, incómodas y fastidiosas para ambos.

Mis labios todavía continúan desesperados sobre los suyos, intentando atrapar hasta la más dulce caricia que pueda ofrecer. Pero mis manos ya no quieren estar en su cuello, ahora mueren por crear un remolino angustiante sobre su cabellera rojiza; una manera de atraer más, absorber más y sentir esa fatal atracción que me alborota lo más profundo de mis deseos.

Vamos por el pasillo entre besos y caricias; entre manos largas y roces profundos. Todo va a la perfección... ¡y zas! Me estrella contra una esquina. ¡Zas! Mi cabeza da contra la retratera más grande de la pared. ¡Zas! Se me clava la punta de un cuadro en las costillas.

— ¡Bájame, bájame, bájame!

— ¡Lo siento, lo siento!

— Ya hablamos de tu mala coordinación para este tipo de cosas. No más escenas a lo Christian Grey, ¿de acuerdo?

— No me culpes. Yo también quisiera un cuarto rojo. 

Me doy media vuelta, buscando el camino a mi habitación. Ya de frente a la puerta, doy una patada y abro como cavernícola hambrienta. No me culpes, las hormonas te pueden volver loca en momentos como estos.

— ¡Hope Grey, señores!

— ¡Cállate y ven para acá!

Lo tomo de los hombros, arrastrándolo por el pasillo de la casa, y de un empujón logramos entrar a mi habitación. Paso el seguro y vuelvo a verlo. Tiene los labios inflamados por mis besos, algunas zonas de la piel blanca un poco rojizas y mi labial regado por el cuello. Jean se acerca y yo termino de cortar el espacio, ambos como imanes. Así ha sido todo este tiempo, desde las primeras veces, porque Lex nunca tuvo la razón, pero mis hormonas sí.

Suelto uno por uno los botones que están a poco de dejarlo desnudo y voy besando cada centímetro de piel expuesta. Cuando logro quitar su camisa, la tiro a un lado de la habitación y él me aferra con más fuerza.

Jean sostiene el borde de mi camisa y con sus manos, temblorosas por la situación como siempre, me deja únicamente en sostén. Sin descaro alguno, miro todo su torso expuesto. No es el típico chico atleta de abdomen definido y oblicuos gloriosos que van directo a un paraíso, mucho menos me va a dar un infarto por verlo desnudo. Él es un chico normal que ama la comida, los dulces y compartir todo eso conmigo. Somos más como mejores amigos cachondos que un par de jóvenes enamorados.

MENDAXWhere stories live. Discover now