nineteen

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19. Del cómo se acabaron los secretos

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Estaba sentada, dando vueltas a la porción de cereales con leche colocado frente a mí. Me dolía la cabeza debido a la cantidad de pensamientos que inundaban mi mente, lo que me había dificultado dormir por la noche y pensar con claridad durante el día. Apoyé la barbilla en la mano, tratando de no cerrar los ojos y terminar con la cara en el tazón. Eran las siete de la mañana y ya estaba cansada y desolada. Un nuevo récord.

Pero esta vez la razón principal era Jake. Sus palabras volvían a mí cada vez que trataba de olvidarlas. Y sus tres ridículas preguntas... no deberían preocuparme por mis sentimientos hacia Walter porque seguramente no había ninguno, pero aquí estaba, sentada en la cocina con la cabeza llena de él y tres preguntas colgando sobre mí como nubes de tormenta. Trataba de responderlas, con toda sinceridad, considerando todos esos sentimientos que me quemaban desde adentro, pero aún no podía nombrar las emociones que llenaban mi cabeza cada vez que Walter estaba cerca. Tenía que estar más segura acerca de mis sentimientos antes de poder enfrentarlo nuevamente sin remordimientos ni dudas.

Pero no importaba cuánto lo intentara, era demasiado ciega e inexperta para darme cuenta de algo sin la ayuda de alguien. Dejé caer la cuchara que golpeó el cuenco con un sólido golpe y suspiré. Un largo y fuerte suspiro lleno de frustración y molestia que me robó todo el oxígeno de mis pulmones e hizo que mis hombros cayeran.

-Te ves como una persona cerca del colapso mental –levanté la vista del cuenco para ver a mi padre entrar en la cocina. Él todavía estaba en pijama, como yo-. ¿Ha pasado algo?

Agarré la cuchara y comencé a girar el contenido del cuenco una vez más. –Sólo un mal día.

-Parece más que un mal día –me rebató el desayuno y comenzó a comer, seguro de que no me quejaría-. ¿No te dije que la comida no se desperdicia?

Sí, él solía regañarme sobre eso casi todos los días durante primaria. Al final era él quien se comía mis sobras, siempre quejándose de mi poco apetito. Sonreí ante el recuerdo, feliz de pasar un tiempo con él, como en los viejos tiempos. Verlo disfrutar de mis cereales y leer el periódico con las gafas en la nariz era suficiente para hacerme feliz.

Puse los brazos sobre la mesa, colocando la barbilla sobre ellos y observando a mi padre. - ¿Papá? –hubo un crujido de papel y todavía tuve la oportunidad de guardar la pregunta para mí misma, pero la necesidad de hablar con alguien era más grande-. ¿Cómo supiste que mamá era la indicada?

Él me miró desde el periódico que sostenía en las manos, una ceja levantada con diversión. Si mi pregunta lo sorprendió lo suficiente como para tener un ataque al corazón, no mostró ninguna reacción discernible que pudiera notar. Pero seguramente estaba sorprendido. Yo lo estaba.

- ¿Por qué tengo la sensación de que es culpa de tu tutor de matemáticas? –puso el periódico sobre la mesa, observándome con atención y tragué saliva. Él me conocía muy bien-. Nunca preguntaste sobre eso. ¿Acaso ya tienes novio? Tu madre te habló de esas cosas, ¿verdad?

Gruñí, haciendo una mueca de disgusto, haciéndolo resoplar ruidosamente por la risa. En mi cabeza, hablar sobre mi vida amorosa con él parecía correcto y menos humillante-. Olvida que pregunté.

-Oye, es broma, no es necesario que te enfades con tu viejo –agitó las manos en el aire, todavía riendo de vez en cuando, como si acabara de decir la mejor broma de la historia. Por otro lado, no tenía ganas de reírme en absoluto. Arrebatándole el tazón de cereales, tomé una cucharada llena de cereales, tratando de ignorar la reacción de mi padre. ¿Por qué le había preguntado?

El Playboy tiene un Secreto, [SP#4]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora