Capítulo 69

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Sostienes el acertijo entre tus manos e intentas simular que eres el mismísimo carcelero loco en su cárcel circular.

Te mueves alrededor de la mesa, parece que vas practicando un vals, y, a decir verdad, bailas horrible.

La primera vuelta la das del todo, caminando normalmente, la segunda de a dos pasos, la tercera alargas la zancada haciendo el equivalente al triple, para la cuarta vuelta vas saltando. Cuando completas esto te das cuenta de que la quinta sería un problema, por lo que te rindes  y recurres al método matemático.

Garabateas toda la hoja con cálculos algebraicos que ni tú sabes a donde te llevan. Ejerces el uso de la derivada, las potencias, los números imaginarios, solo porque eso te enseño tu profesor de matemáticas.

La derivada de cien es cero, porque es una constante. Lo elevas a la menos una y lo radicas para ver si llegas a algo, pero dudas que un número imaginario te ayude en lo más mínimo.

Vuelves a empezar, vamos con cuentas sencillas y razonemos un poco.

Yendo de uno en uno todo queda abierto, de dos en dos queda a la mitad, de tres en tres tendría un tercio de las celdas abiertas. Según lo piensas son solo fracciones, por ende al llegar al cien obtendrás un entero, es decir, solo una celda quedará abierta.

Redondeas la opción D y la enseñas a la cámara. Un apagón sucede al momento. Toda tu matemática, lógica y esperanza tirada a la basura junto con la familia de Tomás. 

La luz regresa y allí está. Solo está parado en el medio de aquel cuarto blanco con paredes azulejadas.

Detrás suyo, un hombre vestido de negro, con una túnica que llega hasta sus pies y una capucha que cubre su rostro, disfrazado como la parca, sostiene la guadaña.

Recuerdas el momento en el que leíste la primer carta, la introducción: tu posees la guadaña capaz de aniquilar a cualquiera en la habitación.

No era broma, tampoco una metáfora, era un puta realidad.

Le susurra algo al oído y te señala. Desconoces el porqué y no quieres averiguarlo, pero su mano es huesuda, típica de la muerte.

Con el lado filoso de la hoja, y con un movimiento seco, degolla a Tomás, creando de su Carótida y su Aorta una fuente de sangre.

Piensas en todo a la vez: su mano huesuda, la sangre, sus hijos, su esposa, tu culpa. Específicamente tu culpa.

El parlante sigue allí e interrumpe tus pensamientos.

—Vamos que esto no se acaba hasta que se acaba, no es más que un recuerdo a una obra de Charles Dickens. Parece que Scrooge no aprendió con la Navidad y le tocó morir. 

Sé amable, alguien nuevo ingresará al cuarto, te toca que adivinen por tu vida.

Ve al capítulo 46.

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