Francisca

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La noche estaba tan helada que podía ver su propio aliento, y aunque al salir del bar no le había parecido tan terrible, ahora que estaba sentado esperando el bus, era una tortura. No sabía cuanto tiempo llevaba ahí sentado, pero ya que no sentía los pies. No importaba lo mucho que intentara mover los dedos dentro de las zapatillas de tela que estaba usando. Y las manos eran una historia parecida, hundidas al fondo de los bolsillos de su chaqueta de cuero falso, retorciendose y apretandose en busca de calor.

Probablemente no servía de nada, pero Martín había comenzado a mecerse unos minutos atrás, con la vaga idea de que moverse iba a ayudarlo a recuperar la sensación. Había considerado levantarse y caminar, pero el metal del asiento ya se había aclimatado un poco, y probablemente solo lo haría peor si dejaba que volviese a enfriarse.
Pasaron otros tres autos frente a él, arrastrando una ráfaga de aire helado que lo hizo soltar una grosería. Aún no había empezado el invierno, y llevar un abrigo de verdad para ir a bailar le había parecido ridículo en su momento, pero estaba comenzando a arrepentirse.

Estaba arrepentido de varias cosas, en realidad, y le estaba costando recordar por qué le había parecido una buena idea aceptar la invitación de Pedro en primer lugar. Había otras formas de pasar tiempo con sus amigos de la universidad, muchas otras formas que no incluían gastar la mitad de su paga antes de la quincena, pero cuando le mandaron el mensaje, Martín ni siquiera lo había pensado. Tenía la plata, y tenía el tiempo libre, justo como sus ex-compañeros, aunque no por las mismas razones.

Para Pedro era fácil, aún tenía a sus padres para que pagaran sus cuentas si se gastaba todo en una fiesta, así que podía ir tranquilo a todos lados. Beber todo lo que quisiera, bailar hasta que no pudiese sostenerse de pie e incluso ligar sin tener que pensar en ninguna consecuencia. Habían sido amigos durante más de cuatro años, pero Martín ni siquiera podía recordar el nombre de su última novia.

¿Fernanda, quizá?

Él en cambio, a él le tocaban todas las consecuencias. Él era el que terminaba sin suficiente plata para acabar el mes cada vez que salían juntos, el que no quería ser recordado por la mitad de las personas con las que había hablado y terminaba rechazando todas las llamadas de números desconocidos por las siguientes dos semanas después de haber salido con Pedro.

A él le tocaba la espera en el paradero de autobús, ebrio y cansado, resistiendo a duras penas las ganas de devolverse al bar. O de llamar a Constanza, aunque ya no recordaba la última vez que habían hablado.
Si se concentraba, aún podía imaginársela regañándolo. Si cerraba los ojos con suficiente fuerza, casi podía obligarse a sentir que estaban de regreso en su cocina, en otra discusión sobre salarios mínimos y colúmnas esporádicas en revistas desconocidas. Estaba ahí, frente a él, en una bruma de recuerdos, con su pelo claro atado en una cola de caballo que se veía dolorosa. Siempre llegaba así del trabajo, refunfuñando y pateando sus zapatos de tacón tan lejos como podía sin romper nada.

Constanza odiaba las ventas casi tanto como Martín odiaba el periodismo, y en esos días, sus saludos eran un: — Saliste a beber de nuevo ¿verdad? — lleno de una resignación paciente que Martín siempre había encontrado peor que los gritos.

Tenía una forma especial de hablarle, algo que lo obligaba a quedarse hasta el final de todas las discusiones. Antes de ella, Martín siempre había sido el primero en dar la espalda a todo lo que le parecía demasiado. Las discusiones, el afecto, las responsabilidades, todo siempre le parecía demasiado antes de Constanza.

— ¿Te reuniste con el editor?

Martín casi podía oler su perfume en el aire congelado de la madrugada. Podía sentir la vergüenza como si fuese nueva. Esa conversación había pasado hace meses, pero la lástima en los ojos de la Constanza de su imaginación se sentía reciente y real. Era una herida abierta cuando pensaba en ella soltándole las manos.

Toda una vida (Argchi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora