Julio

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Todas las luces del bar estaban prendidas cuando llegaron, era extraño verlo así, lleno de todas esas luces, con algunas mesas aún llenas de platos y vasos sucios, de canastitos con palitos de pan, y sin ningún cliente. Y en la sala principal, amontonados en torno a una de las mesas, estaban Miguel y Catalina, cubiertos de sangre a medio secar.

Martín había empezado a escuchar su conversación mucho antes de cruzar la puerta. Había notado el tono histérico en sus voces, acompañadas por uno que otro gemido ocasional. Una tercera voz que se alzaba entre ellos, rasposa y adolorida, diciéndoles que estaban exagerando.

Martín ya lo sabía, pero aun así se sorprendió cuando la tercera voz resultó ser Julio, tirado encima de una de las mesas, con la ropa hecha jirones y las extremidades dobladas en un ángulo grotesco. Incluso de lejos, Martín podía ver las marcas de mordidas en su piel. En el cuello, en los brazos, en los muslos y el estómago, algunas ya estaban cerrándose, pero parecían profundas, y muchas aún sangraban un poco.

Increíblemente, su primer pensamiento fue preguntarse si el mantel sobre el que lo habían tirado siempre había sido así de rojo.

Su segundo pensamiento, con los ojos clavados en las piernas y los brazos de Julio, fue que iba a vomitar.

— ¡Por fin! ¡Te estoy llamando hace una hora, carajo! —gritó Miguel, abriéndose paso entre Catalina y la mesa. — No se está curando ¿por qué no se está curando, Manuel? ¿Le hicieron algo? —dijo, agarrándole los brazos a Manuel.

Había sangre en sus manos también.

— ¿Cómo voy a saberlo? —respondió Manuel, haciendo una mueca de disgusto cuando se lo sacó de encima.

— Dijo que había sido tu culpa.

Había algo salvaje en la expresión de Miguel, algo fuera de control en sus ojos brillantes y el temblor de sus manos. Se veía dispuesto a pelear con ellos, incluso sabiendo su propia desventaja, se veía listo para tirarse encima de Manuel. Martín incluso pensó que tendría que intervenir, tuvo un momento para imaginar la escena y el caos de Miguel gritándole a Manuel, pero el vampiro pareció verlo también, porque retrocedió, levantando ambas manos entre él y Miguel.

— No sé de qué está hablando, Miguel —dijo, con su mejor imitación de amabilidad. — No sé qué le pasó, pero puedo ayudarlo.
Julio hizo un ruido desde la mesa, una mezcla entre un quejido y un gruñido que hizo a Miguel girarse de golpe hacia él.

— No necesito su ayuda —siseó Julio, valiéndose de su hombro para enderezarse un poco, aunque no era un gran cambio. — Si estoy sanando, solo es lento.

Manuel puso los ojos en blanco, ahogando un bufido que a Martín le sonó más a risa que a molestia. Nunca usaban sus poderes en el bar, no era necesario, usualmente no valía la pena incomodar a los humanos solo para llegar más rápido al otro lado de una habitación, así que incluso Martín se sorprendió cuando vio a Manuel moverse hacia Julio.

En un momento estaba ahí, frente a Miguel, y en el siguiente parpadeo estaba frente a la mesa. Los ojos de Martín lo habían seguido sin dificultad, pero Miguel había quedado mirando el aire y Catalina había ahogado un jadeo de sorpresa, haciendo el amago de interponerse entre él y Julio.

Martín no necesitaba leer su mente para adivinar qué estaba pensando, incluso si se había apartado unos segundos después, visiblemente avergonzada. Manuel ni siquiera la miró.

— ¿Qué te pasó? —le preguntó a Julio, en lo que Miguel y Martín se acercaban a la mesa también.

Julio lo miró con odio, aunque no parecía tener la fuerza para hacer nada más. Tenía la cara brillante por el sudor y los dientes apretados, Martín tenía la sensación de que iba a perder el conocimiento en cualquier momento.

Toda una vida (Argchi)Where stories live. Discover now