Victoria

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Victoria aún estaba en la madriguera cuando regresaron a eso de las siete de la mañana, con el sol pisándoles los talones. Martín no estaba seguro de por qué esperaba algo distinto, pero verla sentada en el escritorio de Manuel trajo de regreso toda la tensión que había perdido en el bosque, como si su cuerpo ya estuviese anticipando la siguiente pelea; lo que parecía absurdo considerando que ella ni siquiera había levantado la vista al oírlos cruzar umbral de la puerta. Estaba echada con la espalda completamente apoyada en el respaldo de la silla y las piernas cruzadas una sobre la otra, balanceando un pie de arriba a abajo como si estuviese manteniendo un ritmo inexistente, como si ese siempre hubiese sido su lugar.

Aun así, aún cuando toda su atención parecía estar en el libro que tenía en las manos, la silla estaba apuntando hacia la puerta, y Martín estaba seguro de que eso era nuevo, Victoria tenía que haberlos estado esperando desde hace horas.

Le parecía casi imposible conciliar la idea de que apenas había pasado un día y una noche, y durante ese tiempo, su vida había vuelto a cambiar tan drásticamente que la tranquilidad de su rutina estaba arruinada otra vez. Había bastado la aparición de una sola persona, y el nuevo ritmo de su vida se había vuelto una piel vieja que jamás iba a poder volver a ponerse encima.

Iba a matar a Francisca, y tanto Manuel como Victoria iban a protegerla. En esa imagen no había espacio para correr con Manuel por el bosque ni para sentarse a leer frente a la chimenea en su cabaña. Victoria había dejado que el fuego consumiera los últimos troncos, y sin la chimenea, sin las velas que le gustaba prender a Manuel mientras leía, el lugar parecía una cueva. Martín estaba consciente de que no necesitaban la luz para ver, ni el fuego para calentarse, pero ver las costumbres del lugar (de Manuel, de él mismo) pasadas a llevar de esa forma lo ponía incómodo. Victoria estaba desmantelando la imagen de la madriguera, pedazo por pedazo, solo con estar ahí, y no estaba seguro de si debería defender la rutina que habían armado hasta ese entonces o esperar a que Manuel lo hiciera por sí mismo.

Martín no necesitaba mirarlo para sentir su tensión esparciéndose por el aire, y aunque él siguió caminando hacia el interior de la madriguera, Manuel se quedó detrás, pegado en el umbral de la puerta como si estuviera esperando algo. Victoria cerró el libro lentamente, levantando la vista. Sus ojos estaban brillando apenas en la oscuridad, y su sonrisa ensanchándose con cada paso, y Martín se maldijo mentalmente por pensar siquiera en lo atractiva que era.

Manuel lo alcanzó en silencio, con los ojos clavados en Victoria, y la expresión neutra firmemente puesta en la cara, aun cuando Martín podía ver sus manos empuñadas a los costados. Casi podía apostar a que el vampiro estaba teniendo su propia pelea en ese momento, una donde él no estaba invitado.

Victoria finalmente apartó sus ojos de él, dejando el libro en la mesa antes de levantarse.

— Veo que expandiste tu colección mientras no estaba, Manuel —dijo, alto y claro, como si no hubiese pasado nada.— Es muchísimo más actual de lo que esperaba.

— A veces compro cosas nuevas, Victoria —respondió Manuel, masticando cada palabra, aunque la línea tensa en sus hombros ya había empezado a disolverse.— Pero los más nuevos son de Martín.

Los ojos de Victoria se veían más cálidos esta vez, menos monstruo, más mujer, o al menos así lo sintió Martín cuando volvieron a mirarse. Por su cabeza pasó la idea de que Victoria podría estar usando el don de la mente en él, pero no tenía forma de comprobarlo, y le gustaba pensar que si estuviera siendo engañado, Manuel habría hecho algo para detenerlo a esas alturas.

O quizá no.

— Tienes buen gusto —dijo Victoria, dejando el libro de lado y levantándose de la silla, todo en el mismo movimiento.— Nunca fui una gran lectora en mi primera vida, pero con los años uno aprende a apreciar todo tipo de distracciones.

Toda una vida (Argchi)Where stories live. Discover now