La Torre

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La entrada del edificio de Adán estaba rodeada de gente esa noche. Nadie le había hablado de cuántos vampiros había específicamente en Santiago, pero Martín siempre había imaginado que no podían ser mucho más que lo que estaba acostumbrado a ver en el bar de Miguel.

En retrospectiva, no era raro que los demás aún lo miraran como si no tuviese idea de lo que estaba pasando. No la tenía. Algunas de las caras le parecían conocidas, si se esforzaba, pero no podía ponerle nombre a ninguna, ni siquiera podía asegurar de que los hubiera visto antes en realidad. Casi no había hablado con otros vampiros además del circulo social de Manuel, si es que podía llamarse así, y cada vez era más evidente que lo que menos había en ese circulo social eran vampiros.

Su único consuelo en ese momento era que Manuel se veía igual de sorprendido que él frente a la cantidad de gente que había en la calle.

— ¡Tú! —gritó una mujer, en medio de la gente. Martín no la vio hasta que estaba frente a ellos, tomando a Manuel por el cuello de la camisa.— ¡Dónde está el príncipe! ¡Mi chiquillo, tus brujas mataron a mi chiquillo! ¡Había símbolos en todos lados, lo dejaron seco!

— ¿A quién le importan los muertos? ¡Necesito la venia del príncipe para poder comer! —gritó otro vampiro, empujando a la mujer. Tenía los ojos desorbitados, y sus manos temblaban cuando tomó el brazo de Manuel— Escuché de tí, dicen que consigues tratos para los extranjeros. Mira, vine desde Haití, pero el consejo no me responde. Soy honrado, ni siquiera como humanos, y no quiero ofender a nadie, pero ya han pasado tres días, y necesito comer. Nadie quiere venderme nada.

— ¿Eres estúpido? —preguntó una niña riéndose. Detrás de ella venían un hombre y una mujer vestidos de traje. El resto de los vampiros se hacían a un lado para dejarlos pasar— No como humanos, dice —exclamó, imitando un tono más grave de voz.— Quizá si fueras útil, y atacaras algunos cazadores, el príncipe tendría tiempo para verte, nómade —dijo, escupiendo la última palabra con asco.— ¡Santiago está infestada, y nadie está haciendo nada! Justo el otro día nos atacaron en Trinidad, como si fuera la edad oscura ¿No es cierto Gabriel? El pobre Elías aún está esperando que su cabeza termine de unirse a su cuello.

El hombre asintió sin decir nada, mientras todos los presentes miraban a la niña, que no esperaba nada distintio, a juzgar por su sonrisa satisfecha. No podía tener más de diez años, pero se notaba que todos los demás vampiros la respetaban lo suficiente como para mantenerse alejados, incluso Manuel había dado un par de pasos atrás cuando se le acercó.

Martín no tenía idea de quién era, pero había algo en sus ojos, en su postura, que parecía una advertencia de peligro.

— ¿Y qué está haciendo el príncipe, Manuel? —preguntó la niña, sonriéndole.— ¿Firmando más tratados para tus callejeros? ¿Buscando un reemplazo para su consejo?

— No lo sé, Elliana —respondió Manuel entredientes.— Ya sabes que no soy parte del consejo.

— Deberías referirte a lady Elliana con más respeto ¿Qué generación crees que eres? —siseó la mujer detrás de Elliana, aunque se calló inmediatamente luego de que la niña levantara la mano.

— Déjalo, Amanda, somos viejos amigos. —ordenó Eliana, elevándose del piso justo lo suficiente como para quedar flotando a la altura de Manuel. Martín escuchó algunos jadeos de sorpresa entre el público, pero nadie dijo nada.— Tú y yo sabemos que Adán no se volvió príncipe por si solo, y si no empieza a hacer su trabajo y limpiar esta ciudad pronto, tendrá que renunciar al dominio ¿Me explico?

Manuel desvió la mirada, asintiendo. Al rededor de ellos, la gente parecía estar presionando hacia adelante sin moverse, como si hubiese una pared invisible entre ellos dos y el resto de los vampiros. Martín se arriesgó a mirar alrededor, pero todos estaban escuchandolos, y un poco más allá del montón de gente, había un pájaro negro, mirandolo fijamente desde el marco de las puertas.

Toda una vida (Argchi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora