El Príncipe

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Manuel había entrado dos veces en su mente, y en ambas, había sido con permiso de Martín, mientras intentaba enseñarle como hacer funcionar el don de la mente. La primera vez había sido cuando estaban escondidos en su departamento, y la segunda, había sido una tarde en la madriguera, cuando le había hablado sobre poner barreras mentales por primera vez.

No había sido una experiencia maravillosa, y en ambas ocasiones, el cuerpo de Martín había reaccionado violentamente antes de que su mente alcanzara a reprimirlo, pero Manuel no había respondido a los golpes, limitándose solo a reducirlo hasta que Martín recuperara el control de sus instintos. Teniendo eso en cuenta, tampoco había sido tan terrible en comparación al resto de sus experiencias como vástago, así que cuando Victoria le pidió que practicasen para su entrevista con el príncipe, Martín le había dicho que sí sin pensarlo demasiado. Manuel no parecía convencido en el momento, pero no intentó detenerlos tampoco, de hecho, ni siquiera habían terminado de subir las escaleras cuando Martín lo escuchó retomar su conversación con Miguel.

Lo último que escuchó antes de cerrar la puerta fue Miguel preguntándole si estaba seguro, pero la respuesta de Manuel nunca llegó.

El segundo piso tenía cinco puertas distintas, cuatro habitaciones y un baño, según Miguel, que lo había guiado hasta la suya esa primera noche. Si no fuera por lo nervioso que estaba, Martín podría olvidar que Victoria lo estaba siguiendo con lo callada que estaba. Sus zapatos apenas crujían en el piso de madera, y parte de él, la parte que aún se ofendía cuando todos le sacaban en cara lo ajeno que era a este mundo, tenía la idea de que solo lo estaba haciendo para ponerlo incómodo, y ni siquiera estaba avergonzado de admitir que estaba funcionando. De hecho no había podido evitar que su corazón se acelerara cuando el primer ruido que escuchó de Victoria fue la puerta cerrarse detrás de ellos.

Hubiera sido peor si eso también hubiera sido silencioso.

— Si estás así de nervioso mañana, el príncipe sospechará —dijo Victoria, ofreciéndole una sonrisa petulante antes de sentarse al borde de la cama— Relájate.

— Fácil decirlo, nadie va a entrar en tu cabeza —refunfuñó Martín, mandándole una mirada resentida que hizo reír a Victoria.

— ¿Quieres intentarlo tú primero? —preguntó Victoria, encogiéndose de hombros— No voy a detenerte.

Martín la miró por largo rato, esperando a que se retractase o que añadiera un pero a su oferta, pero los segundos se alargaron entre ellos, callados y vacíos mientras Victoria le sostenía la mirada, exudando confianza. En ese momento específico, no podía evitar encontrarse a sí mismo deseando ser ella, deseando poder meterse debajo de su piel y estar así de tranquilo, así de confiado en quién era y qué quería, incluso cuando le estaba ofreciendo su mente a un extraño.

Era una idea inusual, pero no enteramente nueva para él.

— Está bien. —dijo en un murmullo, porque se sentía como si hablar demasiado fuerte pudiese romper el momento. Martín estaba casi seguro de que si llegaba a alzar la voz, todas las razones por las que no debería estar haciendo eso iban a volver a aparecer de golpe en su cabeza.

Cerró los ojos, concentrándose en la respiración de Victoria, en el latir de su corazón, que iba tan lento y silencioso que Martín tuvo problemas para ubicarlo en un comienzo.
Empujar hacia Victoria se sentía como dar un salto al agua, y lo siguiente que supo es que estaba viéndose en un espejo. No él, ella, mucho más joven, vestida con volantes y un sombrero que escondía la mitad de sus rulos castaños.

Era una niña, y sus padres la estaban llamando a su lado. El resto de sus hermanas estaban ahí también, esperando en posición para ser retratadas en una pintura de oleo.

Toda una vida (Argchi)Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora