Manuel

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El ruido de la calle era ensordecedor, y la luz de los autos y los faroles lo habían encandilado por unos segundos antes de que lograra recordar dónde estaba y por qué. No estaba perdido, no realmente, a fin de cuentas, Martín conocía esas calles como la palma de su mano luego de años que había pasado dependiendo de sus pies y el transporte público para desplazarse.

No, no estaba perdido, pero luego de la mordida el mundo se había vuelto nuevo, ficticio, con sus colores brillantes y las decenas de transeúntes que caminaban a esas horas por el centro. Todos estaban pensando algo distinto, o incluso tarareado melodías en su mente, como si el ruido de los motores y la gente hablando no fuesen suficiente. Algunos pensamientos se sentían más cerca que otros, Martín tenía la vaga idea de que quizá eran gritos reales, de hecho; pero la mayoría solo eran murmullos que se disolvían en un mar de sonidos sin sentido ni orden.

Aún con la desorientación que le había provocado cambiar el mundo de silencio del baño por la calle, Martín no tardó demasiado en descubrir que el ruido no era nada, en comparación a tener que pasar entre los grupos de gente que atravesaban las veredas, donde era imposible pasar sin rozar a alguien.

El olor de los cuerpos calientes pasando a su lado se sentía como un golpe, y casi sin darse cuenta sus colmillos habían comenzado a crecer dentro de su boca, dejando detrás la sensación incómoda de tener muchos dientes, y muy poco espacio.

Martín se pasó la manga de la polera que estaba trayendo una y otra vez por la boca entreabierta, porque incluso podía sentir la saliva deslizándose por las comisuras de sus labios. No estaba seguro si estaba realmente ahí o solo era una sensación, pero no quería arriesgarse. Estaba intentando aguantar la respiración, seguro de que probablemente no necesitaba el oxígeno, sin embargo, pronto se encontraba a si mismo inhalando aire institivamente, y respirar por la boca no era mucho mejor con lo mucho que estaba salivando a esas alturas.

Los cuerpos a su alrededor eran cálidos, y más que molestarse, Martín encontraba algo agradable en el contacto cada vez que alguien lo empujaba. La vida se colaba por las telas de su ropa, como si fuese algo tangible, provocándolo cada vez más. Nadie en esa calle tenía el tiempo ni el interés para mirarlo luego de los empujones, pero Martín sí. Veía caras, veía cuellos, veía comida en todos lados, hasta que su vista se había empezado a nublar con el hambre y el deseo.

Martín cerró los ojos con fuerza. Había comenzado a temblar en algún momento, y la manga se sentía húmeda y repugnante contra sus labios, pero no sabía como detenerlo.

Quería estar molesto, y maldecir la hora a la que se le ocurrió escapar, pero en el fondo, muy en el fondo de su mente, aún podía escuchar su propia voz alabando la sensación de la vida chocando una y otra vez con su cadáver.

Tenía tanta hambre.

Recordaba haber comido, la sensación de la sangre helada en su boca, y cada una de las bolsitas de sangre cayendo vacías en la alfombra del departamento, se había sentido satisfecho por primera vez en días, y sin embargo, ahora que estaba en medio de la gente el deseo eran tan grande que le costaba respirar. Ya no sabía de qué había estado escapando antes de llegar ahí.

¿A quién le importaba, en verdad, cómo había llegado ahí?

¿Dónde estaba yendo en primer lugar?

— ¿Oiga joven...? ¿Oiga, está bien?

Martín tenía la sensación de que llevaba mucho rato escuchando la misma pregunta, pero aun así se sorprendió cuando miró a la mujer frente a él.

Aún tenía la conciencia suficiente como para saber que eran los únicos en la calle, que había una especie de círculo deforme de gente a su alrededor, todos opinando algo distinto, o simplemente mirándolo como si fuera un fenómeno. Escuchaba distintivamente las voces de quienes estaban discutiendo que solo era un ebrio, que deberían empujarlo a un costado para no seguir estorbando, y sintió la rabia revolverse en su estómago. Si tan solo supieran qué era.

Toda una vida (Argchi)Where stories live. Discover now