El Árbol

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No estaba seguro de cómo definir la casa de Manuel, a decir verdad, ni siquiera estaba seguro de que esa amalgama de madera fuera una casa realmente. Al comienzo había pensado que era una broma, pero luego de dos horas de bosque, Manuel se había detenido en ese claro, apoyando las maletas de Martín a un costado mientras abría la puerta.

La cabaña estaba hecha de madera y ladrillo, aunque los cambios de material parecían más una improvisación que un plan: la construcción completa estaba prácticamente incrustada en los troncos de los árboles que la rodeaban, y cada una de las secciones era drásticamente distinta a la anterior, sin ningún tipo de patrón que ayudara a volverla una sola unidad.

La parte más nueva parecía ser la entrada,que también rstaba hecha de madera pero tenía un color ligeramente más oscuro y parecía estar sellada con barniz, a juzgar por el buen estado en el que se encontraba.
Martín casi estaba sorprendido de que no hubiera un tronco gigante sobresaliendo en medio de la construcción, o un letrero con unas calaveras quizá. Aún no había mirado dentro, pero estaba imaginando pieles y utensilios de madera en la cocina, y un caldero gigante al medio de la habitación principal.

— Deja de criticar mi casa y entra de una vez —dijo Manuel, aunque no sonaba irritado. Más bien parecía aburrido, como si ver la reacción de Martín fuese algo que ya había hecho muchas veces antes.

— ¡No te dije nada!

— Te escucho desde acá Martín.

— Y yo no he dicho nada Manuel —respondió, imitando su tono— Pero deberia, porque tu casa es una choza, seguro se nos va a caer encima durante el día... Además no podés andar metiéndote en la cabeza de la gente así como así flaco.

— No es a propósito —dijo Manuel, encogidendose de hombros.— Es que haces mucho ruido cuando piensas.

— Si, si, siempre andás diciendo eso, pero ya no te creo nada.

En la luz de la madrugada Martín podía ver las cejas de Manuel subir hasta desaparecer bajo su flequillo, sus ojos ligeramente más abiertos que de costumbre. Esa era la primera vez que había visto sorpresa sincera en la cara del vampiro, y Martín ni siquiera se molestó en intentar disimular su satisfacción.

— Recordás que ahora yo tambien puedo hacer ese truco ¿verdad? Nadie puede ser especialmente ruidoso para pensar —dijo, parándose frente a Manuel con una sonrisa confiada— Vos también hacés ruido.

— ¿Ah, si? Dime qué estoy pensando —dijo Manuel, cruzándose de brazos.

No estaba sonriendo, no con los labios al menos, pero había un brillo inusual en sus ojos cuando Martín decidió aceptar el reto. Él mismo había sido el que había insistido en darle clases sobre el don de la mente, que aparentemente era el nombre que los vampiros le daban a la telepatía que provocaba la transformación. Martín no había estado terriblemente impresionado con el nombre cuando Manuel se lo dijo por primera vez mientras estaban en la ciudad, pero según el vampiro, ese era el nombre que le habían dado desde hace siglos criaturas mucho más fuertes que cualquiera de ellos dos, y por lo tanto no les quedaba más que aceptarlo.

Según Manuel, el don de la mente se sentía distinto para todos, para él, por ejemplo, se sentía como sumergirse en un mar donde solo tenía que dejar de pelear y aceptar la presión del movimiento natural de los pensamientos ajenos como si fueran suyos. Todo lo que tenía que hacer era relajarse, y dejarse a si mismo aceptar el resto de las voces a su alrededor.

Martín se había reído de él cuando le contó, pero ahora que había tenido la oportunidad de utilizar el poder conscientemente, podía decir que para él el don de la mente era una caja invisible a su alrededor. Podía empujar las paredes, pero eran mucho más sólidas y mucho más ajenas que el mar de Manuel; así que para extender su conciencia Martín tenía que empujar a la fuerza, separando los pedazos de realidad a su alrededor hasta poder acceder al abstracto de los pensamientos ajenos.

Toda una vida (Argchi)Where stories live. Discover now