Siete de copas

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El caos se desató dentro de la bodega en una mezcla de movimiento y ruido que Martín no había anticipado. En menos de un segundo se había encontrado a sí mismo esquivando a duras penas el ataque de una de las criaturas, solo para caer en las garras de un tercero. Se volteó tan rápido como pudo, rasgando la cara del vampiro con el cuchillo, justo antes de que el monstruo mordiera su antebrazo.

Igual que con Francisca, la sensación era una mezcla de placer y dolor que hacía casi imposible pensar con claridad. Martín intentó sacárselo de encima con golpes y tirones, pero otro de los vampiros había aprovechado para tirarse contra su espalda, hundiendo sus colmillos en el hombro del otro brazo. Su visión se volvió borrosa.

Estaba con Manuel en la habitación del bar.

Estaba viendo a Lucía quemarse.

No estuvo consciente de que estaba gritando hasta que sintió el sonido del disparo. El vampiro que había estado mordiendo su brazo ahora era solo la mitad de una cara, pero su mandíbula seguía aferrada a él. Incluso con la mente ida en el dolor y los recuerdos que provocaba la mordida, Martín se las arregló para liberar su brazo de lo que quedaba de la cabeza del otro vampiro, para luego lanzar una estocada hacia atrás, hundiendo su cuchillo en lo que, esperaba, fueran los ojos de su atacante.

Estaba temblando, listo para caer al piso y olvidarse de todos sus grandes planes, pero los disparos de Luciano, y los gruñidos y gritos de la otra pelea mantenían su adrenalina corriendo.

Martín buscó a Manuel con la mirada, pero todo lo que podía ver un bulto de cuerpos en medio de un mar de cajas caídas y bolitas de poliestireno. No podía saber cuál de esos era Manuel, ni quién estaba ganando, pero sabía que tenía que ir.

Martín se apoyó en la pared, sacando el otro cuchillo. Quería morder al vampiro que lo había atacado, aprovechar mientras estaba intentando regenerarse, pero el recuerdo de Manuel aun estaba fresco en su mente. Había algo en esa sangre, algo en esas criaturas, que los hacía distintos, y no podía arriesgarse a intentarlo sin saber qué iba a pasar con su mente luego. Miró a Itzel, intentando decidir si sería mejor tratar de tomar la sangre que le habían sacado ya, y entonces lo notó.

Itzel ya no estaba colgando. Y el plato no estaba en el piso.

Alguien había roto las cadenas que la sostenían, alguien había sacado el cuchillo de su cuello, todo sin que ninguno de ellos lo viera suceder.

Martín se acercó, consciente de que sus atacantes iban a volver a levantarse en cualquier momento. El plan había sido aprovechar el caos para escapar con Manuel, el plan era soportar hasta que llegaran refuerzos, pero Martín no había contado con la posibilidad de que hubiera alguien más en esa bodega. Alguien que no había actuado hasta que él dio la señal.

Una de las criaturas pasó volando a pasos de él, estrellándose directamente contra el muro con un sonido húmedo. El cuerpo se mantuvo ahí unos segundos, antes de caer inerte al piso.

Martín miró al otro lado de la bodega, la masa de cuerpos se había disuelto, dejando suficiente espacio para que pudiera ver a Manuel siendo sostenido por Francisca. Los vampiros a su alrededor, dos de pie y uno en el piso, estaban siseando y gruñendo, pero no habían vuelto a atacar.

Martín comenzó a caminar hacia ellos. Se sentía como si no estuviera en su propio cuerpo, pero su mano aún estaba apretando el mango del cuchillo, y sus pies aun se estaban arrastrando entre las bolas de poliestireno. Uno de los vampiros, el que aún tenía su cuchillo clavado en el ojo, intentó abalanzarse sobre él, pero Martín recibió la mordida con la mano, dejando que su propia fuerza lo incrustara en la hoja de plata. Esta vez, Luciano ni siquiera tuvo que disparar para ayudarlo a sacarse a la criatura de encima.

Toda una vida (Argchi)Where stories live. Discover now