🌻 Capítulo 6

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Tras bajarme del coche, corro hacia la entrada de la cafetería para no permitir que el agua de la lluvia logre empaparme más de lo que ya estoy. En el instante en el que accedo al lugar, escucho como el motor del vehículo de Víctor se pone en marcha de nuevo para irse, supongo que a la obra en la que está trabajado junto con su padre.

Las gotas resbalan por las hebras de mi cabello, pegándolo a mi rostro a la vez que se mezclan con la agüilla salada de las lágrimas derramadas durante todo el camino. El pensamiento de que él va a cambiar en algún momento y que esto no es nada más que una mala fase, llevan golpeando mi mente mucho tiempo. Lo único que espero es que realmente sea así y que vuelva a ser como era antes; dulce y cariñoso.

Me seco la humedad de la cara con las mangas de la chaqueta, o al menos lo intento, ya que mi vestimenta también está algo empapada. Hecho esto, miro a mi alrededor; los clientes vuelven a estar antes que yo. He acabado llegando tarde otra vez.

Avanzo con pasos pausados hacia la sala de trabajadores, ignorando a mi jefe, quien se ha percatado de mi presencia nada más poner un pie en el local. Éste me sigue con la mirada, pero yo la evito para que no se dé cuenta de que hay algo que no va bien conmigo. Escucho como él me nombra un par de veces, pero no le hago caso y sigo con mi camino. Siento como Catalina y Jorge me miran igual de expectantes que José. No quería llamar la atención de ninguno y he conseguido todo lo contrario.

Una vez que he llegado a nuestra salita, me adentro en ella y cierro la puerta a mi espalda para tener mayor privacidad. Me sorbo los mocos y me quito la chaqueta para, a continuación, dejarla sobre el sofá junto con mi mochila. El paraguas de mi vecino lo meto en el interior de una papelera vacía que contiene los de mis compañeros.

—¡Felicidades, Wendy! —La voz de Catalina se hace presente a mi espalda, haciendo que todos los músculos se me tensen—. Que ya tienes veinticuatro años, viejales.

Su escandalosa risa inunda el lugar y yo ni siquiera tengo el valor de darme la vuelta y mirarle a la cara. No tengo las fuerzas de celebrar con ella mi cumpleaños. No puedo.

—Hoy tenemos la discoteca, espero que tengas preparado el vestuario —dice abrazándome por detrás.

Ante ese abrazo, todo en mi interior se derrumba, como si solo me tratase de ruinas. Las lágrimas regresan en abundancia y recorren mis mejillas sin cesar. Un sollozo tras otro sale de lo más profundo de mi garganta, provocando que Cata aparte los brazos de mi alrededor de golpe. Me oculto el rostro con las manos.

—Wen... ¿Qué te ocurre? —cuestiona en un susurro.

Sus manos me agarran con suavidad de los codos y me obliga a girarme hacia ella. Realizada esta acción, aparta las mía de mi cara, dejando al descubierto mi llanto desconsolado. Su expresión facial cae en picado hasta que adopta una de inmensa seriedad. Frunce el ceño y aprieta los labios con rabia.

—¿Qué te ha hecho ese maldito payaso ahora? —escupe con odio.

Aparto la mirada de ella y me dirijo al sofá para, después, dejarme caer en él. Apoyo los codos en las rodillas, entrelazo los dedos de mis manos y espero a que mi amiga se siente a mi lado. Cuando lo hace, hablo.

—No me ha... Solo nos hemos peleado —respondo con la voz entrecortada.

No ha sido como otras veces en las que él me ha llegado a poner la mano encima, esta vez no ha llegado tan lejos.

—¿Te ha llegado a...? —quiere asegurarse.

—No me ha pegado. —Niego con la cabeza—. Más tarde intentaré hablar las cosas con él para arreglarlo.

Catalina acentúa el ceño sin estar de acuerdo con mi decisión.

—Mira, Wendy. No puedes seguir así. —Me toma las manos y acaricia el dorso de ambas con los pulgares—. He perdido la cuenta de las veces que te lo habré dicho, pero te lo repetiré las veces que hagan falta para que te des cuenta del infierno en el que estás viviendo. La relación que tenéis no es sana, debes de...

Luna de mielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora