🌻 Capítulo 11

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Dejo los hielos envueltos en un trapo sobre la muñeca en la que tengo el esguince, sintiendo como el frescor penetra en mis articulaciones y me alivia el dolor de manera leve. Acuno el brazo contra mi abdomen a la vez que cruzo las piernas como los indios encima de mi cama. Suspiro y desvío la vista hacia el teléfono móvil que tengo en el colchón, enfrente de mí. Ni una sola luz parpadeante que me indique que tengo un mensaje o una llamada perdida u entrante. Nada; Víctor sigue sin aparecer.

Miro hacia la puerta abierta del balcón de la habitación; la oscuridad de la noche se cierne sobre Madrid y las luces de las farolas es lo único que se cuela hacia mi dormitorio, iluminándome un poco la estancia; eran cerca de las nueve y media de la noche.

Me relamo el labio inferior y pongo mi entera atención en los hielos que presiono con suavidad contra mi piel, aunque de vez en cuando se me va la vista hacia el móvil, queriendo con toda mi alma que me salte una llamada o mensaje de mi novio; pero no sucede. Estoy me provoca un instinto ansioso de insistir el con él, aferrándome a la esperanza de que me conteste. Sin embargo, en el instante en el que voy a coger entre mis dedos el dispositivo, el sonido del flash de una cámara me lo impide.

Alzo la mirada y la vuelvo a posar en la entrada de la pequeña terraza; ese debe de ser Daniel sacándole fotos a mis flores de nuevo. Bueno, acosándolas. Así que, con rapidez, suelto el trapo con los hielos y me levanto de un salto. Tras trotar hacia el exterior, me apoyo de espaldas en el antepecho y miro hacia arriba. Mi vecino se encuentra con la cámara fuera y sus brazos entre los barrotes, está muy concentrado mirando en la pantalla la fotografía que ha debido de hacer hace escasos segundos.

—¡Hola! —exclamo con ímpetu.

Dani se asusta tanto de mi repentina aparición que la máquina se le escurre de entre las manos por unos instantes que están a punto de sentenciar su destino. Él se echa hacia adelante para evitar que se le caiga, cosa que logra, pero a un costo precio. Su frente colisiona con fuerza contra uno de los barrotes metálicos de su balcón, justo en el chichón que tenía de esta mañana; ahora se le va a hacer mucho más grande por mi culpa.

—Uh... —siseo con dolor—. Lo siento, no quería asustarte.

El muchacho tuerce el gesto, mostrándome su molestia, y me fulmina con la mirada durante unas breves milésimas de segundo; a este chico le cuesta bastante mantener el contacto visual con alguien durante un periodo prolongado de tiempo. Sonrío con vergüenza y dirijo la vista instintivamente hacia el girasol que me ha traído Bruno esta tarde; es la planta que le falta por inmortalizar. Acto seguido, vuelvo a mirar a mi vecino borde.

—Estás fotografiando el girasol, ¿eh? —afirmo—. ¿Qué flor de las que tengo te gusta más?

Señalo las plantas que hay a mis pies y le presto atención a mi vecino, a la espera de que me dé una respuesta, cosa que veo algo imposible, ya que todavía no ha cruzado ni una mísera palabra conmigo. ¡Ni uno "buenos días" ni nada!

Este traga saliva y, tras poner la cámara a buen recaudo, estira su brazo y me señala una de las flores en concreto: las peonías rosas. Asiento y, sin nada que añadir, me agacho y arranco con cuidado un pequeño tallo. Después de incorporarme, se lo tiendo con una cálida sonrisa en mi rostro. Daniel parpadea un par de veces y frunce el ceño, desconcertado. Cruzas sus iris grisáceos con los míos y luego los fija en la flor. Estira el brazo otra vez y con dos de sus dedos haciendo pinza, coge la peonía que le he regalado.

Dani se acerca los pétalos a la nariz e inhala su aroma, mientras que yo sigo esperando que hable o algo por el estilo. En ese momento viene hasta a mí esa teoría que ya me había rondado por la cabeza antes; que si tiene un gato que le haya comido la lengua. Con la intención de bromear un poco con él y lograr que se abra un poco conmigo, opto por preguntarle.

Luna de mielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora