🌻 Capítulo 25

3K 411 263
                                    

La calefacción del coche de Lucas penetra en mis huesos y la música de Guns N' Roses se adentra en mis oídos, haciéndome experimentar una sensación tan agradable y hogareña como rara. No sabría explicar todo lo que me hace sentir el ambiente en el que los dos hermanos rubios me acogen con los brazos abiertos. Es como si hubiese vuelto atrás en el tiempo, cuando aún era un renacuajo y Josito nos llevaba a Eva y a mí en su furgoneta al campo de girasoles más cercano a Guadalajara. Lo único que me falta es escuchar el canturreo de mi madre con cada canción de la radio; ella las cantaba todas, se las supiera o no. Ah, y el olor a ambientador de pino. El vehículo de José apestaba a pino. Me resulta extraño que, aun habiendo sido algo que he vivido siendo tan pequeña, ahora me acuerde hasta del más mínimo detalle. Incluso puedo llegar a olerlo ante el recuerdo que se ha implantado en mi mente; es algo increíble.

Apoyo la cabeza contra la ventanilla y me quedo observando cómo la carretera y las marcas viales van pasando a ras del coche a gran velocidad. Cuando miro hacia el cielo, me percato de que no falta mucho para que el sol comience a ser comido por la tierra, lo que me indica que tampoco queda mucho para llegar a nuestro destino; llevamos cerca de media hora y ya puedo avistar las primeras zonas con esas flores amarillas. Unos segundos más tarde, Lucas aminora la marcha y toma un desvío por un camino de tierra que lleva hacia una de las plantaciones de girasoles. Una que hemos llegado, el conductor aparca el vehículo en un tramo libre, con la parte trasera dando hacia la puesta de sol.

Dani se gira en el asiento del copiloto y alcanza a darme unos golpecitos con los dedos en una de mis rodillas. En el momento en el que cruzo la mirada con la suya, una tierna sonrisa se abre paso en sus labios, contagiándomela por completo. Creo que no soy la única ilusionada por estar hoy aquí.

—Todos abajo, hemos llegado —dice el mayor mientras se quita el cinturón de seguridad—. Y justo a tiempo.

Me quito el cinto con una alegría que no cabe en mí y me dispongo a abrir la puerta para bajar. Los hermanos que me acompañan hacen exactamente lo mismo. Cuando nos encontramos todo con los pies en tierra, mis amigos no tardan en dirigirse al maletero y abrirlo. Al asomarme y ver cómo hay varias mantas y cojines colocados en él simulando un sofá improvisado, no puedo evitar que una sonrisa se dibuje en mi rostro.

—¿Te gusta? —quiere saber Lucas.

—Desde luego que sí.

—Pues a disfrutarlo. —Me hace un gesto con la mano para que tome asiento.

En cuanto lo hago en el lado derecho, Dani me sigue los pasos y se posiciona en medio, bastante pegado a mí. Lucas se nos queda mirando y, después, opta por dirigirse hacia los asientos traseros. Cuando regresa, lo hace con la cámara fotográfica de su hermano.

—Poneros guapetones, que os voy a hacer una foto —pide mientras busca el botón para encender la máquina—. ¿Pero cómo se enciende esta mierda? ¡Ah, ya! —Se coloca la cámara donde debe—. Venga, sonreíd y decid Whisky.

Daniel no duda ni un solo segundo en tomar uno de los cojines que hay a su vera y lanzárselo a su hermano mayor, como una forma de echarle la bronca por el comentario que ha hacho en relación con el habla verbal. Lucas recibe el impacto en la cabeza.

—Bueno, tío. Haz manos de jazz —continúa picándole.

El muchacho le contesta mostrándole el dedo del medio.

—Qué sonrías, coño. —Se ríe.

Le veo rodar los ojos y, acto seguido pasarme el brazo por encima de mis hombros para juntarme más a su cuerpo. Ambos sonreímos y el fotógrafo aprieta el botón que lanza el flash e inmortaliza este bonito momento de mi vida para siempre.

Luna de mielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora