🌻 Capítulo 13

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Catalina conduce hacia mi hogar mientras canturrea, de forma alegre, uno de los temas de Arnau Griso como si no hubiese un mañana. La música es tan contagiosa que no puedo evitar unirme al coro que ella misma ha creado en el interior de su vehículo. No hace falta decir nada para saber que ambas estamos de muy buen humor en el día de hoy, quitando la pesadilla que casi me mata esta mañana, claro.

Después de unos minutos, que son los que dura la canción, Cata opta por bajar el volumen y comenzar una conversación conmigo mientras avanzamos por la carretera. Ella me echa un rápido vistazo y, tras sonreírme y reírse levemente, me pregunta lo siguiente:

—¿Qué te pasa hoy? Te has levantado con muy buen pie, por lo que veo —se burla—. Normalmente no cantas porque te da vergüenza.

Se me escapa una sonrisa tonta al acordarme de que Víctor y yo nos reconciliamos anoche, pero se me borra rápido al comprender que, si se lo digo a mi amiga, no lo entenderá. Empezará a decir que soy tonta por seguir saliendo con él y que no debería de haber aceptado sus disculpas. Ella nunca lo entenderá.

—¿Y bien? —insiste.

—Es que... Bueno, Víctor apareció ayer en casa —declaro y, antes de que pueda decir algún improperio, añado—: Se ha disculpado. Hemos hablado las cosas y...

—Te ha echado la culpa de su comportamiento a ti. ¿A qué sí? —espeta con molestia.

—Fue una tontería de nada —le defiendo—. Fue mi culpa, de verdad.

—No, no lo fue. —Aprieta el volante con fuerza—. Nunca lo es, Wendy. No tienes la puta culpa de nada. Él te hace creer que sí, pero no.

—Pero...

—¡No lo defiendas más, joder! Tuviste que haberlo mandado a la mierda en el momento en el que puso un pie en tu casa. Es más, debiste haberlo hecho hace años.

—Catalina, estamos bien. Vamos a estar bien —aseguro y suspiro con frustración.

—Mírate, nena. No lo estáis. No lo estás. —Baja el tono de voz—. Eva ya lo decía; siempre has sido un sol resplandeciente. No dejes que un agujero negro te consuma.

Me quedo totalmente callada al escucharla mentar a mi madre. Independientemente de todas las palabras que me acaba de soltar, hay una que no puedo pasar por alto: "Sol". Así es como la mujer que me dio la vida me llamaba a todas horas. "Mi sol".

Soy incapaz de dejar la mente en blanco, todos y cada uno de los recuerdos en los que mi madre pronunciaba esas tres letras refiriéndose a mí, golpean mi mente de repente. Mi cabeza decide pararse en un recuerdo en concreto, ese en el que Eva me explicaba lo que significaba para ella. Era su sol, eso me lo había dejado claro; pero ese día, en el que apenas tenía ocho años, me explicó el porqué de ese apodo que tanto me encantaba oír salir de sus finos labios.

Era un día lluvioso y me encontraba dentro del cuarto que ahora está cerrado y no me atrevo a abrir. Las paredes de la habitación estaban tapadas con papel blanco y grueso, había varios caballetes de madera cubiertos por mantas enormes que me impedían ver lo que escondían y pinceles, brochas y cubos de pintura de todos los tamaños repartidos por el suelo, en el cual se podía percibir algunas manchas amarillas, negras, verdes y azules. La única iluminación que tenía me la proporcionaba la ventana que había al fondo, cuyos cristales se habían convertidos en la carretera de miles de gotas de agua que resbalaban hasta llegar al alfeizar. Mamá me había dicho que me quedase ahí y que no hiciera ruido, luego echó la llave para que no pudiera salir. O para que ese alguien no pudiera entrar. Todavía no lo sé con claridad.

A día de hoy no me acuerdo de cuánto tiempo estuve ahí encerrada, pero sí recuerdo que fueron varias las veces que me dejó allí sola. No tenía nada con lo que contar los minutos, pero estaba segura de que no eran pocos. Después de un rato, ella abría la puerta y se sentaba a mi lado, con los ojos llorosos, las mejillas pegajosas por las lágrimas, el pelo enmarañado y disimulando la tembladera que habitaba su cuerpo con bastante frecuencia.

Luna de mielHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin