🌻 Capítulo 12

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Un par de maletas aparecen en mi campo de visión, justo enfrente de la puerta de mi casa, en el instante en el que las puertas del ascensor se abren. Frunzo el ceño y ladeo la cabeza, confundida ante la escena que están presenciando mis ojos. Me acerco a ellas con pasos lentos mientras me descuelgo la mochila del instituto del hombro y, al llegar, la dejo caer al suelo.

Observo los macutos y echo un rápido vistazo a mi alrededor, en busca de alguna persona que me indique que le pertenecen, pero no hay nadie. Solo estoy yo acompañada de un silencio que no presagia nada bueno. Trago saliva y tumbo una de las maletas, decidida a abrirla para ver su contenido. Deslizo la cremallera hacia la derecha y subo la tapa, pudiendo ver así varias prendas de ropa que no tardo en reconocer como mías.

Frunzo el ceño y, con la respiración atropellada en la entrada de mi garganta, me incorporo y saco las llaves de casa del bolsillo pequeño de mi mochila, con una rapidez que logra que mis dedos se tropiecen entre ellos. El corazón me late a mil por hora y las lágrimas comienzan a empañar mis ojos, dificultándome la visión. El no saber qué es lo que está pasando me altera considerablemente.

Tras correr hacia la entrada de mi hogar, meto la llave correspondiente en la cerradura y la abro con una tembladera que me complica los movimientos. Siento como la cabeza me da vueltas y como el aire empieza a faltarme. Una vez que logro entrar en mi piso, el mundo se me viene encima. La respiración se me corta y noto como la sangre se congela en el interior de mis venas al presenciar el cuerpo de un hombre inerte en el suelo, boca abajo; un cadáver ensangrentado, con un charco bajo su cabeza y abdomen. No lo conozco. ¿Quién es?

¿Quién es?

¿Quién es?

¿Quién es?

—¡Wendy! —Un grito me saca de golpe del sueño en el que estaba sumergida.

Cojo una bocanada de aire que mis pulmones agradecen de inmediato, levanto mi torso de la cama hasta quedarme sentada y pego la mirada en la pared del frente de mi dormitorio. Siento unas manos apretar mis hombros y una respiración agitada a unos centímetros de mí. Es Víctor.

—Joder, Wen. No respirabas —me dice asustado—. Estabas teniendo una pesadilla, no parabas de moverte y de intentar coger aire. ¿Estás bien?

Niego con la cabeza y enseguida las lágrimas salen disparadas por el barranco de mis ojos. Víctor me rodea entre sus fuertes brazos y me aprisiona contra su pecho mientras me susurra al oído palabras de aliento para intentar que me recupere. Su mano acaricia mi cabeza.

—He vuelto a verle —confieso—. Al hombre muerto. ¿Qué hacía aquí? ¿Por qué lo mató? ¿Por qué Eva lo mató? ¿Por qué?

—Es pasado, Wendy. No hay motivo para desenterrarlo, ¿vale?

Vuelo a asentir y trago saliva. Aprovecho sus suaves caricias y su fuerte abrazo para intentar calmarme, lo que consigo al cabo de un rato. Al alejarme de él, me seco las lágrimas con los puños y luego miro a mi novio; este está vestido con el vestuario que usa para su trabajo, a diferencia de mí, que me encuentro desnuda y tapada únicamente por las sábanas.

—¿Qué... qué hora es? —cambio de tema.

—Son las siete y cuarto de la mañana —contesta—. Tengo que irme a trabajar. Ah, te he preparado el desayuno, lo tienes en la cocina. Así luego no tienes que correr para llegar con tiempo a la cafetería. —Se ríe.

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