🌻 Capítulo 27

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Maquillo cómo puedo el hematoma del ojo una vez que Víctor se ha ido a trabajar; he esperado unos cinco minutos para asegurarme de que no iba a volver y me he puesto manos a la obra. ¿Para qué? Ni siquiera yo misma lo sé. Tengo la necesidad de ver y hablar con Daniel, así que se me ha pasado por la cabeza ir a hacerle una visita con la esperanza de que no se haya marchado temprano al psicólogo. Normalmente suele irse a la misma hora a la que yo me iba a la cafetería y para eso queda un cuarto de hora. Si mis cálculos no fallan, él debe de estar aún en su piso.

Conforme voy ocultando el golpe, voy pensando en lo que voy a decirle a mi vecino. No tengo ni idea, supongo que disculparme. Pero ¿luego qué? Me alejé por su bien y ahora estoy queriendo acercarme de nuevo. ¿Por qué mierda no me aclaro? ¿Qué tengo que hacer? Estoy muy segura de que me voy a quedar pasmada viendo sus bonitos ojos grisáceos y ni una sola palabra saldrá de mi boca, menos de la suya. Tal vez estoy buscando una forma de pedir ayuda, no lo sé. ¿Quiero su ayuda? ¿Qué es lo que quiero realmente? ¿A él? ¿Le quiero a él? ¿De qué forma le quiero? ¡Joder!

Gruño con frustración y planto las manos en la encimera del lavabo con fuerza, haciendo temblar el espejo que tengo en frente. Me tomo mi tiempo en respirar y miro mi reflejo; he logrado ocultar gran parte del golpe, a excepción de la herida de la ceja; creo que voy a necesitar que me pongan de nuevo los puntos. Meneo la cabeza para apartar los pensamientos de mi mente y me pongo recta, mirando mi vestuario. Únicamente llevo una sudadera blanca, unos pantalones deportivos grises y unas deportivas.

Sin más tiempo que perder, me dirijo hacia la salida de mi casa. Después de coger las llaves, salgo y subo las escaleras que me llevan a la novena planta. No quiero detenerme a meditar lo que voy a hacer o decir por más rato, ya veré lo que ocurre cuando le tenga enfrente. En cuanto estoy a pocos pasos de su puerta, doy unos toquecitos con los nudillos y espero a que me abra; las manos me sudan por los nervios.

Cuento los segundos que se demora, haciéndose eternos en mi interior. No obstante, pronto escucho sus pisadas dirigirse apresuradas hacia la entrada, lo que provoca que mi corazón se desboque y comience a latir más acelerado de lo normal. Más tarde, la puerta se abre y mi cara se ilumina, pero tan rápido como esto sucede, decae en picado al ver que quien se encuentra ante mí no es él, sino una chica joven, rubia, con el corte por los hombros, menudita y con unos ojazos azules que te absorben en la primera mirada; es preciosa y no puedo evitar acordarme de la foto que tenía colgada en su habitación de su novia. Creo que son la misma persona.

—¡Hola! —saluda con alegría—. ¿Necesitas alguna cosa?

—Eh... pues...

Me quedo cortada; no me espera esto para nada. Ella frunce el ceño y me mira un tanto curiosa, hasta que sus ojos se topan con la herida de mi ceja.

—¡Pero chica! —exclama—. ¿Qué te ha pasado ahí? Deberías ir al médico a que te echasen un vistazo.

—Sí, lo sé. —Asiento levemente, quitándole importancia—. Uhm... ¿Está Daniel en casa?

—¿Daniel? —Ladea la cabeza.

Arrugo el entrecejo.

—¿No le conoces? —indago y ella niega—. Él... él vive aquí.

—Oh, pero yo me mudé aquí ayer en la tarde —responde un tanto entristecida—. Quien buscas ya no reside aquí y, por lo que veo, era alguien importante para ti... Que putada, tía. Lo siento.

La respiración se me corta y el alma se me cae a los pies. Jadeo y retengo las ganas de echarme a llorar como una niña pequeña. Siento rabia en mi interior, que él se haya marchado ha sido culpa mía, estoy segura de ello. Debo volver a casa y terminar de reconstruir esa carta para que todas las dudas que tengo ahora se resuelvan enseguida. Tal vez me haya puesto su nueva dirección o algo, espero. Aunque algo muy dentro de mí sabe que eso no va a suceder.

Luna de mielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora