🌻 Capítulo 40

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Conforme nos vamos aproximando a la entrada del cementerio, Dani aprieta mi mano cada vez con más fuerza. Puedo escucharle tragar saliva, le siento temblar y las palmas sudorosas, la respiración a intervalos irregulares y las ganas de correr en dirección contraria en los movimientos de sus ojos, los cuales buscan una escapatoria sin descanso. Está completamente aterrorizado y, a pesar de mis intentos por hacerle sentir cómodo y mi apoyo para subirle el ánimo, él no ha mostrado ni una sola emoción positiva en todo el trayecto. Luego de comprar los girasoles, el camino de regreso a su casa para coger el coche ha sido en total silencio, al igual que el viaje hacia aquí. La radio ha estado apagada, mis comentarios, mis preguntas, mis intentos de sacarle una sonrisa, han sido ignorados y envueltos por la ausencia de ruido. Daniel ha desaparecido de sí mismo.

Le echo una ojeada al par de flores amarillas que llevo en mi mano libre, pensando en si merece la pena que el rubio pase por esto solo porque yo quiero hacerle una visita a la tumba de mi madre. Lo está pasando realmente mal y no soy capaz de hacer nada para ayudarle. Debí negarme a venir en cuanto vi su reacción. Tal vez Víctor tenía razón cuando dijo que solo pienso en mí misma.

—Volvamos a casa. —La voz me sale en un hilillo apenas audible.

Ambos frenamos a pocos pasos de la gran puerta metálica que da paso al cementerio. El chico que sostiene mi mano, pone sus ojos sobre los míos por primera vez desde que le dije de venir a este lugar y yo no puedo evitar encogerme levemente en el sitio, haciéndome más pequeñita. Tengo una sensación extraña en mi interior que me dice que Daniel acabará por gritarme con enfado o algo similar por estar mareándole. No obstante, nada de eso sucede, solamente relaja el agarre de nuestras manos y él mismo emprende de nuevo el rumbo hacia el interior de nuestro principal destino, haciéndome caminar.

Me siento terriblemente mal porque tengo la sensación de que le estoy obligando a enfrentarse a algo para lo que, quizás, no esté preparado. Aunque se me hayan hecho eternos esos tres meses en los que llevo sin verle, no puedo obviar que hace apenas dos más, su hermana falleció. Este suceso lo sigue teniendo muy reciente, no puedo pretender que, esos progresos que ha hecho y que yo misma he podido comprobar, continúen por el buen sendero estando tan cerca de la raíz que le sumergió en tal condición.

Respiro hondo y me concentro en las tumbas por las que pasamos para no pasarme la de Eva; hace tanto tiempo que no vengo por aquí, que no me acuerdo muy bien donde se encuentra situado el ataúd de mi madre. De vez en cuando, miro de reojo al muchacho que camina a mi lado, queriendo ver si su estado de ánimo mejora o empeora. Sin embargo, su expresión facial se mantiene impasible, neutra, sin un solo ápice de alegría, tristeza o cualquier otro sentimiento que ronde por su cabeza.

Al cabo de unos cinco minutos, doy con la lápida correcta, donde pone el nombre completo de mi madre junto con un pequeño girasol grabado bajo las fechas de nacimiento y muerte. Me acuerdo perfectamente cuando tuve que decir lo que quería que pusieran en ese trozo de piedra, ni siquiera tenía las fuerzas para hablar y lo único que logré sacar de mis adentros fue el nombre de esa flor amarilla que tanto nos había unido a ambas por tanto tiempo.

Sin más demora, dejo el pequeño ramo sobre su tumba y limpio un poco el polvo que se esconde en los surcos de las letras con una de mis manos. A los pocos segundos, el nudo en mi garganta hace acto de presencia, a la vez que unas cuantas lágrimas comienzan a amontonarse en el barranco de mis ojos, hasta que un par de ellas sale rodando por cada mejilla. Dani no pierde ni un instante en poner su dedo índice contra mi pómulo para que esa gota de agua salada no siga su camino y se estrelle contra él. Acto seguido, desliza su mano por ese lado de mi rostro hasta poder colocar un mechón de pelo rebelde tras mi oreja.

—La última vez que vine a verla, fue el día de su entierro —comento y me sorbo los mocos—. No sé si ahora mismo ella estaría cabreada conmigo por no haberla venido a visitar hasta ahora, o por haberle traído unos girasoles que no va a poder disfrutar. Eva era de las que decían que no quería flores en su entierro, que las prefería en vida. —Sonrío al recordar ese momento—. Así que lo siento, mamá. Ya sabes lo que me gusta llevarte siempre la contraria. —El silencio me abraza y más lágrimas salen de su escondrijo—. Te quiero.

Luna de mielWhere stories live. Discover now