🌻 Capítulo 9

6.9K 854 121
                                    

Con todo el sueño y la prisa del mundo encima, rastreo mi habitación en busca de mis zapatillas mientras me abrocho el botón de los vaqueros. Voy arrastrando los pies conforme avanzo por cada rincón del dormitorio, queriendo ahorrar toda la energía posible. Estoy tan cansada que ni siquiera puedo despegar las plantas del suelo. No he pegado ojo en toda la noche por estar pendiente del móvil, a la espera de algún mensaje o llamada de Víctor, la cual no llegó. No regresó a casa y logró preocuparme tanto, que tuve que llamar a sus padres para ver si sabían algo de él, pero me dijeron que no habían respondido a sus llamadas tampoco. Esto no hacía más que ponerme más nerviosa; nadie sabemos de su paradero. Ninguno tenemos noticias suyas.

En el instante en el que diviso mi calzado asomarse por detrás de las cortinas del balcón, corro hacia ellas y me siento en el suelo para poder ponérmelas. Tras calzarme, procedo a atar los cordones, siendo un completo desastre. La prisa que tengo en salir de casa para ir hacia la cafetería y la preocupación que emana de mi cuerpo, no ayuda en lo más mínimo a que ahora yo me centre en este tipo de cosas.

Sí, esta es otra de esas tantas mañanas en las que llego tarde a trabajar. Y sí, un sábado. La gente desayuna todos los días sin excepciones, domingos incluidos. Ays.

—¡Dani! ¡Deja de pasar de mi puto culo y baja de una vez! —El grito de alguien proveniente de la calle, hace que levante la vista de los cordones y la pose en la entrada de mi balcón.

¿Pero qué...?

—¡Estoy harto de llamar al telefonillo, baja! —añade esa voz masculina.

¿Y hace falta gritar? Existe algo llamado móvil, solo digo.

—¡Pero será posible! ¡Deja de fumar y hazme caso, cojones!

Chiquitos pulmones hay que tener para que sus chillidos lleguen hasta mis oídos. A pesar de que vivo en un octavo piso, le estoy escuchando muy claramente. A este paso, se deja la garganta. En cuanto termino con la dificultosa labor de atarme las zapatillas, me pongo en pie y no dudo ni un solo segundo en salir al balcón para ver lo que sucede. Mi curiosidad es muchísimo más fuerte que mi pereza y las prisas por llegar siempre tarde a trabajar. Si es que soy un caso perdido.

Una vez que estoy fuera, apoyo las manos en la barandilla y me asomo un poco para ver a la persona que grita desde abajo. Un chico de cabello rubio muy oscuro, aparece en mi campo de visión; no puedo llegar a describirle más debido a la lejanía, pero parece ser una persona alta y delgada.

Este mira hacia arriba, hacia aquí, de forma constante, lo que me dice que el individuo a la que está gritando se encuentra cerca de mi planta. Me asomo un poco más y fijo la mirada en las terrazas que hay por debajo de la mía, sin embargo, no hay nadie en ellas. De repente, un olor a tabaco inunda mis fosas nasales, haciendo que mi nariz se arrugue por lo desagradable que me resulta.

Me doy la vuelta y posiciono mi espalda, junto con las palmas de mis manos, contra la barandilla. Después de dirigir los ojos hacia el balcón que hay sobre mí, el chico borde es quien aparece ante mí; él está con los brazos apoyados sobre el antepecho de su terraza, con un cigarrillo encendido entre sus dedos y una expresión de indiferencia en su cara. Ni siquiera se molesta en mirar al chico que solicita de su presencia, simplemente se mantiene con la vista fija al frente, ignorándole por completo.

Este muchacho ya se pasa de borde. Aunque me consuela un poco saber que no es así solo conmigo.

—¡Daniel, joder! —vuelve a gritar el chico de abajo.

El borde, ahora llamado Daniel, pega sus ojos grisáceos en él con un notable cabreo resplandeciendo en ellos. Sin ni siquiera esperármelo, le tira el cigarrillo en sinónimo de protesta, para luego entrar en su casa y desaparecer de mi vista. Me giro otra vez y observo como la colilla cae a metros de distancia del otro chaval. Era de esperarse, eso pesa muy poco y el aire se lo lleva con facilidad.

Luna de mielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora