🌻 Capítulo 7

7.6K 917 275
                                    

El sabor de las palomitas de maíz inunda mis papilas gustativas a la vez que soy incapaz de apartar la mirada de la pantalla del televisor, ni siquiera pestañeo. No quiero perderme ni un solo detalle de la serie. Hace poco que empecé a ver "American Horror Story" con Catalina y, a pesar de que no soy muy fan del terror, esta serie me ha enganchado de sobremanera. Tanto, que me estoy viendo unos cuantos capítulos más de los que debería, ya que, mi amiga y yo, quedamos en verla juntos. Pero no he podido resistirme.

No pasa nada. Ella no tiene por qué enterarse. Ojos que no ven, corazón que no siente. Cuando vea estos episodios con ella, me haré la sorprendida y la asustada donde toque para que no sospeche absolutamente nada. Aunque me va a acabar pillando, estoy segura de ello. Disimulo fatal.

Me llevo otro puñado de palomitas a la boca mientras disfruto de mi sesión de cine casero, sin embargo, en cuanto veo que Violet baja al sótano en busca de Tate, me tenso en el sitio y dejo de mascar la comida. De ahí no puede salir nada bueno. Trago las palomitas.

—No bajes al sótano, eso nunca trae nada bueno. ¿Es que no aprendéis o qué? —le digo al personaje como si pudiera escucharme, en busca de consuelo.

Pero de nada sirve. Aquí viene el susto, estoy segura.

Abrazo el cuenco de palomitas y me acurruco en el sofá, apartando la vista de a ratos. No quiero mirar, pero tampoco me quiero perder lo que va a pasar. Que dilema, macho.

El sonido de la puerta de mi casa abriéndose hace que me sobresalte, lo que provoca que el cuenco salga volando por los aires hasta caer al suelo y esparcir su contenido por doquier. A pesar de que he movido los brazos como loca para evitar que esto pasase, no lo he logrado. A tomar por culo.

Antes de perderme la escena, pongo la serie en pausa y me pongo en pie después de apartar algunas palomitas de mi torso y piernas. Me dirijo con rapidez hacia la entrada y, cuando me asomo al pasillo, veo a Víctor cerrando la puerta de mi hogar. Los músculos de todo mi cuerpo se tensan al verle y tengo la necesidad de retroceder un paso.

Mi novio se da la vuelta y posa sus ojos azules en mí. Sus labios se estiran mostrándome una sonrisa que dudo mucho que pueda llegar a considerarse como tal. Él se aproxima hacia a mí, pero antes de que pueda acortar más la distancia que nos separa, hago que pare.

—¿Qué haces aquí? —cuestiono con seriedad.

—Vengo a verte —responde con obviedad—. ¿O es que ahora no puedo visitar a mi novia?

Hace el ademán de acercarse a mí y, como acto reflejo, yo me alejo. A consecuencia de esta acción, él frunce el ceño y hace una mueca con su boca de molestia. No le gusta que me aparte de él de esa manera, nunca le ha gustado y me lo ha dejado claro de muchas formas. Pero ni siquiera lo he hecho a propósito.

—¿Qué coño pasa ahora? —inquiere cabreado.

La expresión de su rostro se endurece y noto como aprieta los puños a ambos lados de su cuerpo. Un mechón de cabello cae sobre sus párpados.

—¿Es por lo de esta mañana? —indaga y yo asiento—. No me digas que te has enfadado por eso, si ha sido culpa tuya.

Víctor ríe sin gracia y yo abro los ojos un poco más de lo normal al escucharle.

—¿Culpa mía? Has sido tú el que se ha puesto como un energúmeno sin motivo alguno —me defiendo.

Cruzo los brazos sobre mi pecho y noto como sus músculos y puños se relajan, al igual que su expresión facial. Ahora su rostro adquiere una que me muestra lo ofendido que se siente ante mis palabras. Trago saliva.

Luna de mielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora