Capítulo 9:

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«Primer viaje»

La radio, por más que intentaba funcionar a base de golpes que daba Kyong Nam y con la pantalla advirtiendo a ratos que no funcionaba la repetición de música, reproducía crujiendo como si estuviese descompuesto. La música casi puesta en bajo volumen de la banda inglesa Daughter era percibido junto con el ruido de los autos pasando a los lados, en la carretera.

El auto café parecía ser una porquería a pesar de haber sido usado por meses, pero se debía a que fue una protección en un enfrentamiento con los Sailen. Kyong Nam ignoraba el hecho de que el motor crujía por una bala oxidada que estaba obstruyendo el funcionamiento pero que aún así ella no lo escuchaba. Se ponía terca cuando le decían que había un ruido extraño en el motor pero ella siempre respondía: “Si yo no lo escucho, no hay nada ahí en esta basura del carajo. Vete al maldito otorrino, deberías revisarte los oídos, ¿no será que tienes mugre en tus putas orejas?”

Como eran matones los que se subían al copiloto, se ofendían ante esa acción y eternamente terminaban con una pelea junto con algo roto en el auto. Kyong Nam siempre se enfurecía cuando no le pagaban –y pasaba continuamente– por el desastre en su auto, por lo que amenazó a los de su cuartel que ni se dignaran a mirar a su Jack Daniels o les daría una buena paliza. Casi una vez, asesinó con la mirada a un joven matón, muy arrogante a los ojos oscuros de ella, que sin querer rayó con una llave pensando que era otro auto y no el de aquella señorita que todos temían. Todos a su alrededor recibieron la lección. Desafortunadamente para Kyong Nam, eso no le gustaba. Quería divertirse, no cuidar el dinero que jamás paró en sus manos.

Si se pensaba detenidamente, Kyong Nam no permitía a nadie indagar en su vida, solo sabían que ella estaba sola, era apegada –para la mala suerte– al Señor Eun, vivía en un pequeño apartamento y solo tenía a su Jack Daniels. Si preguntabas a Kyong Nam si era feliz, ella te respondería con una cara desdichada: «¿Qué carajo te importa? Estoy bien.»

La matona parecia estar concentrada conduciendo mientras YoonGi permanecía muy inquieto, con una cara expresando su fastidio en estar en una especie de viaje con una “desconocida-no-tan-desconocida” y que no le provocaba una protección tan amable, de tan solo verla inundaba su prejuicio de que era el ser más sinvergüenza que jamás había conocido. Y había conocido a varios sinvergüenzas, en los que se incluía su exnovio.

Le hacía doler la cabeza en solo mencionar a ese hombre, sabía que romper con él era lo correcto para protegerlo. No quería que su vida amorosa fuese turbulenta, pero, ¿qué podía hacer si los enmascarados lo aterrorizaban? ¿Qué podía hacer si lo asesinaran? Su corazón no soportaría eso. No, no. Él lo quería mucho como para dejar que le pasara lo mismo que a Constance.

Es por eso que jamás mencionaría ese nombre y quizás algún día podría recuperar su relación. Quizás podría resolver esos malentendidos que envolvieron a Constance. Pero hoy no era el día indicado para pensar en temas de poca importancia, necesitaba concentrarse en su hermano. Necesitaba salvar a sus sobrinos, quería verlos después de todos esos años.

—Oye, ¿porqué tu hermano vive a la mierda?—interrumpió molesta Kyong Nam, dando un suave porrazo a la pantalla que se tildaba una vez a las quinientas, sin quitar la vista del camino y estabilizando el volante. YoonGi la miró disgustado pero no respondió.—Sé que Aelliseu es muy grande, no tan grande como Seúl pero, ¡demonios! Ya llevamos como media hora recorriendo esta aburrida carretera.

—Si quieres puedes dejarme ahí, la luna no está tan lejos como para que te vayas ahí.—contestó indiferente, apuntando con el dedo una zona del camino pero Kyong Nam rodeó con su mano el dedo índice haciendo sorprender a YoonGi. Menos mal que Kyong Nam había aprendido a conducir tan bien que si no hubiese eso, quizás chocarían.

El Síndrome de Alicia『MYG』Where stories live. Discover now