Sucumbiendo a James

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Parecía un libro con una hermosa cubierta de cuero. Harry lo abrió con curiosidad... Estaba lleno de fotos mágicas. Sonriéndole y saludándolo desde cada página, estaban su madre y su padre...

—Envié lechuzas a todos los compañeros de colegio de tus padres, pidiéndoles fotos... Sabía que tú no tenías... ¿Te gusta?

Harry no podía hablar, pero Hagrid entendió.

Hagrid a Harry Potter, Cap 17, El hombre de las dos caras

Harry Potter y la Piedra Filosofal

Sucumbiendo a James

Musicalización de capítulo: Simon and Garfunkel- If I Could (1970)

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Musicalización de capítulo: Simon and Garfunkel- If I Could (1970)

Esbozó una sonrisa y escruto con nostalgia una vieja fotografía.

La copa de Quidditch del 76, nuestro gran año.

Cuando recibí una lechuza de Hagrid pidiéndome que le enviara alguna imagen fotográfica dónde se apreciaran James Potter o Lily Evans para, según explicó, una recopilación de fotos que obsequiar a Harry Potter, pensé en mandar una copia de esta misma captura. Ese gran momento en que Gryffindor alzó la copa de Quidditch después de un apoteósica final contra Slytherin. Un partido legendario que recobró el honor rojo tras la derrota de la copa anterior. Consideré que Harry, el hijo de Lily y James, podría sentirse inspirado al ver a su padre en su esencia más genuina: el brazo destrozado, el cabello alborotado, la remera empapada de lluvia y sudor, pero a pesar de todo de pie, feliz y triunfal, como un auténtico guerrero tras una sangrienta batalla. Una imagen que por sí misma trazaba lo competida que fue aquella final de Quidditch.

Pero no podía entregarle algo tan significativamente valioso a un niño de 11 años, menos al tratarse del hijo de Lily y James. Aquél nunca entendería al completo aquella imagen, todo lo que significó para James, y para mí. Nunca llegaría a desentrañar el epítome tan profundo, que escondía la escena misma.

La gente saluda, festeja, hay banderas de leones agitándose y confeti cayendo incesantemente. El equipo grita, alza los puños, James Potter sonríe flamante y orgulloso, mira a la chica de la foto (una versión de mi misma a los quince años), que está molida tras el partido, pero sonríe cansada, cándida y victoriosa; James le concede un gesto cómplice a la chica y ambos levantan la copa, cada uno con una mano.

No se trataba de un trofeo, no se trataba de la victoria de Gryffindor, ni siquiera de Quidditch, por lo menos no para mí, y apuesto que tampoco para James.

Tenía una descomunal presión sobre los hombros en las últimas semanas del quinto año preparándome para alcanzar aquél extraordinario en Transformaciones y Defensa en los TIMOs, al tiempo que lidiaba con la final de Quidditch que se jugaba a menos de una semana. Debía de buscar tiempo, hasta por debajo de las piedras, para afinarme en mi nueva posición como golpeadora en el campo. Con suerte podía dormir cuatro horas al día.

Amiga de James PotterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora