4. Felicidad

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Cepeda

Eran las tres de la mañana y allí me encontraba. En el reservado de una discoteca que habían cerrado expresamente para nosotros. Estábamos celebrando el inicio de gira y lo bien que había salido todo.

Reí cuando vi a Roi tirado en uno de los sofás, con los ojos cerrados y la boca abierta. Se había quedado dormido y pude observar como Amaia, Alfred y Miriam planeaban despertarlo no de una manera muy placentera para él.

- Eh, tío. – me dijo Raoul, mientras pasaba uno de sus brazos por mis hombros. - ¿Has visto a Aitana? Llevo un rato buscándola para comentarle una cosa y no la veo.

- No ha venido, Raoul. Creo que Vicente quería hablar con ella. – dije, cerrando mis puños.

Cuando Raoul se fue, deje que la rabia que sentía se expandiese por todo mi cuerpo. Era una fiesta para celebrar, para estar todos juntos. Para dejarse llevar. Para ir asumiendo que ahí fuera la gente nos quería y estaba dispuesta a vitorear nuestros nombres muchas noches más.

Pero Vicente había tenido que quitarle esa noche tan especial a Aitana. Por una conversación, que según decía Aitana mientras sus ojos expresaban lo contrario, no podía esperar.

Y yo no podía hacer nada. Me gustara o no, lo que decidieran o lo que quisieran hacer era cosa de ellos.

Decidí irme con Ana, Nerea y Agoney a bailar al centro de la pista. No es que mis movimientos fueran gran cosa, pero el tiempo se me pasó volando disfrutando de ellos. Los que habían cambiado mi vida.

Alguien me dio unas leves palmaditas en la espalda. Cuando giré, pude observar a una Aitana sollozando, que hundió su cabeza en mi pecho de una forma que consiguió que me temblaran las piernas.

Ella, Aitana, estaba buscando refugio. Y lo buscaba en mí.


Aitana

Luis me dirigió hacia la salida de la discoteca y consiguió que nos sentáramos en un banco que había no muy lejos de la entrada. No me soltó en ningún momento.

- Dime que te pasa, por favor. Me estás preocupando. – dijo Luis, limpiando con su dedo las lágrimas que brotaban de mis ojos y resbalaban por mis mejillas.

Tarde unos minutos en recomponerme para explicarle todo, pero lo conseguí. Quería contárselo. Necesitaba que me abrazara y me dijese que todo iba a ir bien.

- Ha sido Vicente. Él insistió en que quería hablar conmigo y yo no tuve otra opción. Le dije que teníamos una fiesta y me recriminó que si una fiesta era más importante que nuestra relación. Y no pude hacer otra cosa que seguirle. – hice una pausa para respirar.

Luis me miraba fijamente, animándome a continuar.

- Me llevó a otros bastidores en los que no había nadie y empezó a decirme que él se merecía a alguien mejor que yo. Me ha dicho tantas cosas, Luis. Que solo soy una niña malcriada y que se me está subiendo la fama a la cabeza. Y ya para colmo... - no pude terminar, me rompí en sollozos.

En la cara de Luis se podía leer preocupación, rabia e impotencia. Sin decir nada más, me acercó más a él y entrelazó sus dedos con los míos, dando pequeñas caricias en mi dedo pulgar.

Fue todo lo que necesité para empezar a hablar otra vez.

- Me dijo que ni siquiera sabía hacer nada bien en la cama. Que era una torpe y que nadie jamás se fijaría en mí. Y yo le pegué, Luis. Le di un tortazo. Jamás he pegado a nadie y esta noche lo he hecho.

La mano de Luis que no sostenía la mía estaba encerrada en un puño y sus nudillos estaban blancos de tanto apretar. Respiró hondo un par de veces y me cogió la cara con ambas manos.

- Mira Aitana, ese tío es un cabrón. Un gilipollas de primera. – hizo una pausa, intentando calmarse. – Eres preciosa, la mujer más bonita, dulce y amable que he conocido en mi puta vida. Y te mereces a un hombre que te cuide, que te quiera por quien eres y que jamás te haga llorar de esta manera. ¿Me escuchas?

Asentí.

- Solo quiero decirte que, si yo hubiera estado allí, tu tortazo se hubiera quedado bastante corto con la paliza que le hubiera metido a ese... - mis risas lo callaron.

Había dejado de llorar. O si mis ojos lloraban, era de emoción por las palabras que me había dicho Luis.

- Gracias, en serio, Luis. Eres mi ángel de la guarda. Siempre me salvas de todo. – dije, dándole un beso en la mejilla.

- Ojalá serlo siempre, ojalá. – dijo él, en lo que fue solo un susurro.


Cepeda

La saqué de ahí. Ninguno de los dos teníamos ganas de fiesta.

Le puse un mensaje a Ana de que nos íbamos para que no se preocuparan por nosotros y pudieran seguir disfrutando de la noche.

Cuando llegamos al hotel, ninguno de los dos queríamos separarnos el uno del otro. Podía notar que Aitana no se encontraba bien y no la quería dejar sola.

- ¿Quieres venirte a mi habitación un rato? – dije, sin pensarlo demasiado.

Su cara fue un poema. Su expresión paso de sorpresa, a confusión, a miedo. Pero no se negó. Tampoco habló. Su cabeza asintió imperceptiblemente, pero siguió mis pasos.

Una vez allí, Aitana se quitó los zapatos y se tiró en mi cama. Dios, era como un sueño hecho realidad.

- Debería de haberme cambiado antes de venir. Este vestido es una mierda. – dijo ella, haciendo un puchero.

Rebusqué en mi armario y le tiré una de mis camisetas básicas. También busqué unas calzonas que me quedaban un poco apretadas y que, aunque a ella le iban a quedar enormes, estaría cómoda.

Aitana no se quejó. Se metió en el cuarto de baño y apareció unos minutos después con la ropa puesta. Todo le quedaba enorme en su pequeño cuerpo. Pero estaba absolutamente preciosa. Me quitaba el aliento verla con mi ropa.

- Me queda súper grande. – dijo, avergonzada, colocándose el flequillo en uno de sus gestos nerviosos.

- Te queda perfecto. – no pude evitar decir.

Ella sonrió mientras sus mejillas se tornaban rosas. Me encantaba su inocencia.

Los dos nos tiramos en la cama y allí estuvimos horas. Amanecía a nuestro alrededor y nos daba igual. Creábamos magia con nuestras conversaciones, mientras yo hacia todo lo posible por hacerla reír. Era el mejor sonido de la tierra para mis oídos.

En algún momento, los ojos de Aitana empezaron a cerrarse. Sonreí con dulzura. La arropé y me tumbé al lado de ella.

Estaba empezando a caer en los brazos de Morfeo yo también, cuando en un solo movimiento, Aitana apoyó su cabeza en mi pecho mientras sus brazos me rodeaban.

- Te quiero mucho, Luis. – susurró, antes de volver a cerrar los ojos.

Dormí como nunca lo había hecho en mis 28 años de vida. En ese momento, el término felicidad quedo relegado a ella.

A tenerla entre mis brazos cada noche.

Yo quiero más || AitedaWhere stories live. Discover now