12. Marquitos

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Cepeda

- Señores pasajeros, estamos a punto de aterrizar. Les rogamos se pongan los cinturones.

La voz de la azafata me despierta, sobresaltándome. Solo he conseguido dormirme un par de horas en todo el vuelo. Pensé qué siendo un vuelo de doce horas, podría descansar antes de llegar. Pero los nervios y las inseguridades me carcomían por dentro, impidiéndome conciliar el sueño.

Había tomado la decisión de improvisto. Aitana volvía a Madrid en una semana y yo contaba los días para tenerla entre mis brazos cuando se me ocurrió la idea de sorprenderla.

Porque de eso se trata el amor, ¿no? De sorprender.

Tampoco voy a mentir. Mi decisión fue propiciada por otra razón. Aitana estaba un poco rara desde hacía un par de días. Evitaba mis llamadas y cuando conseguía convencerla para hacer "facetime", nuestros ojos no conectaban en ningún momento. Me ocultaba algo.

Estaba más delgada. Sus ojeras estaban extremadamente marcadas. Sus ojos, siempre cargados de alegría y vida, rezumaban cansancio y agotamiento.

Así que aquí estaba yo. Bajando del avión, en un aeropuerto extremadamente grande, en un sinfín de personas trajeadas, turistas y reencuentros.

Obviamente, Aitana no estaba esperándome. Ni siquiera sabía que estaba allí. Aún así, sentí un nudo en mi garganta al ver a varias parejas fundiéndose en abrazos; besos con sabor a esperanza, a nuevos comienzos, a futuro.

Recogí mi pequeña maleta y me subí al primer taxi que pude encontrar. Le di la dirección frenéticamente. Me sudaban las manos y mi corazón había decidido que era un buen momento para aumentar su ritmo.

Fueron solo veinte minutos, pero me pareció una eternidad. Mi mente no descansaba, pensando en qué reacción tendría Aitana, si le parecería bien que me presentase en su estudio de improvisto, sin avisar. ¿Quizás se enfadaría?

Bajé del taxi y miré a mi alrededor. Allí estaba. Una puerta marrón con líneas blancas enmarcaba mi destino.

Dicen que el mundo es de los valientes, así que, sin pensarlo, levanté mi mano y pulsé el timbre.


Aitana

- Es increíble lo mucho que has aprendido, Aiti. No sé cuantas veces te he dicho que eres la persona más talentosa que he conocido en la industria. – escuché a Marcos sorprendida. Siempre conseguía ruborizarme.

- Anda, caya ya. Que te gusta mucho venderme la moto.

- La verdad es que sí. Daría lo que fuese para que aceptaras mi propuesta y te vinieses conmigo a Latinoamérica un par de días. Te aseguro que allí también triunfarías.

Era algo que Marcos me había repetido seguidamente en los últimos días. Y estaba empezando a incomodarme su insistencia.

¿Qué quién es Marcos? Mi mánager en Los Ángeles. La persona que desde que llegué hace unos veinte días me ha guiado en el proceso. Me presentó a todas los artistas con los que estoy componiendo, me enseñó los mejores estudios de la ciudad y no me dejo sola en ningún momento. Laboralmente hablando, claro. Por lo menos por mi parte.

- Ya te dije que me lo pensaría. Sabes que tengo una gira que atender en España dentro de poco. Y no puedo dejarla. He firmado un contrato. – dije, intentando dar evasivas.

- Bueno, podemos cuadrar nuestros horarios. Si quieres, puedes. Y lo sabes. Es una gran oportunidad que te ayudaría a...

¡Ring!¡Ring!

Yo quiero más || AitedaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora