17. Ahora no

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Cepeda

- Tío, no podía parar de reírme. La cara del camarero cuando nos ha reconocido ha sido lo mejor de la noche. – las carcajadas de Roi hacían eco mientras subíamos las escaleras que nos llevarían a mi piso.

- Ha sido buenísimo. – sonreí mientras alborotaba el pelo de Roi con una de mis manos.

Si bien es cierto que había sido una buena cena con un buen amigo, mi cabeza no paraba de dar vueltas mientras mi corazón palpitaba fuertemente en mi pecho. De añoranza, de puro dolor entremezclado con la indecisión de no saber qué hacer.

Mi disco había levantado sensaciones en las redes sociales y en menos de una hora, el número uno de Itunes llevaba mi nombre. Me sentía orgulloso, realizado. Pero también decepcionado porque ese disco era íntegramente para ella. Y como tal, deberíamos de haberlo escuchado juntos. Para poder haberle explicado cada letra; cada sentimiento irradiado en cada acorde.

Roi siguió parloteando a mi lado, mientras yo, divagando en mi interior, no escuché una palabra procedente de su boca.

Me paré en seco cuando escuché a Roi ahogar un grito. Su mano cogió mi brazo, dándome un fuerte apretón.

Levanté la cabeza y dirigí mis ojos a el rellano. Aitana se encontraba sentada en el suelo; su cabeza entre sus rodillas. Sus manos aferradas a sus tobillos; nudillos blancos.

- ¿Qué coño haces aquí? – las palabras salieron solas de mi boca.

Sí, la echaba de menos y mi primer impulso sería levantarla del suelo y abrazarla. Retenerla entre mis brazos hasta que saliera el sol. Pero otro de mis sentimientos era la rabia. Y ese era un sentimiento que no podía controlar.

- Luis, por favor. – la voz de Aitana era prácticamente inaudible. Sus ojos, llenos de lágrimas, se clavaron en los míos mientras se levantaba del suelo.

- Me voy, ¿vale? Creo que necesitáis hablar. Solos. – Roi besó mi cabeza y acercándose a Aitana, repitió el gesto. – No hace falta que os diga que, si necesitáis algo, aquí estoy.

- Gracias, Roi. – la voz de Aitana quebrándose; la mía, fuerte. Una antítesis de expresión. Igualdad de dolor.

Roi bajó las escaleras intentando no hacer ruido cada vez que sus zapatos tomaban impulso al tocar cada escalón. El silencio haciéndose insostenible. La distancia entre los dos aumentando.

Pasé por su lado sin mirarla mientras sacaba mis llaves del bolsillo. Abrí la puerta sintiendo mis manos temblar. Digamos que no era de hielo, aunque a veces quisiera parecerlo.

- ¿Puedo pasar? – Aitana se limpió las lágrimas con el borde de su sudadera.

Solo asentí con la cabeza. Aitana, lentamente, entró en mi piso. Y entendí perfectamente lo qué ocurrió dentro de ella.

La vi entrecerrar los ojos. Observé como sus ojos recorrían cada rincón, cada metro cuadrado. Su mano derecha acarició el sofá suavemente, mientras que la izquierda se aferraba con fuerza a su sudadera.

En ese sofá nos habíamos besado por primera vez. Habíamos dormido, con nuestros cuerpos entremezclados, tras quedarnos dormidos viendo alguna serie. Habíamos perdido el control centenares de veces.

Y en ese sofá, también Aitana había roto y apaleado mi corazón. En ese sofá Aitana había acabado con nuestra historia.

Y nadie mejor que yo podía comprender el deja vu. Millares de recuerdos recorriendo nuestra mente mientras sentí a Aitana mirarme fijamente. Sus ojos estaban hinchados, posiblemente de llorar. Su coleta, despeinada; sus labios, fruncidos, haciendo el esfuerzo de no romper en sollozos.

Yo quiero más || AitedaWhere stories live. Discover now