Tres.

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La lluvia se había disipado en las primeras horas del día siguiente

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La lluvia se había disipado en las primeras horas del día siguiente. Briseida había contemplado cómo las gotas disminuían dando paso a un amanecer apagado con amenaza de más tormentas. Era una costumbre levantarse temprano, antes de que el sol bañara el bosque para disfrutar de la soledad del momento. Además, sus horas de sueño se reducían a seis o siete horas diarias; desde que se había convertido en la líder de Oskru, su mente había decidido que no necesitaba más descanso que el que ya tenía y, de hacerlo, pesadillas la invadían. Briseida no había luchado por años contra sus demonios para que estos se hicieran presentes cuando su guardia estaba baja.

Vistió con la ropa seca que le había ofrecido el día anterior a Eira y ella había rechazado. Por mucho tiempo usó una capa negra que la distinguía del resto de los terrestres, pero pronto se sintió incómoda usándola, más aún cuando se presentaba un contratiempo y esta le impedía moverse con agilidad; así que comenzó a optar por pantalones ajustados, botas para caminar cómoda por el barro del bosque, remera y un abrigo. Observó su reflejo en el espejo improvisado, roto y sucio, pero le sirvió para peinarse con los dedos y crear dos trenzas a ambos lados de su cabello marrón hasta unirlas detrás. Eira le había enseño a peinarse de esa manera, muchas veces utilizaba otro estilo de peinado más elaborado pero aquel día parecía la mejor opción. Suspiró, con sus ojos aún en el espejo. Su cabello había crecido tanto que no recordaba lo que era llevarlo corto y con flequillo, el cual se había unido al resto del cabello.

Cuando salió al exterior, se encontró con una ola de frío que quemó en su rostro. Agradeció llevar la cantidad de ropa que vestía y que esta fuera tan abrigada. Caminó en silencio hasta donde se hallaba la fogata con leña nueva encendida. Los recuerdos de la noche anterior la invadieron al detenerse junto a Eira, quien observaba el fuego en busca de calor como el resto de los terrestres, quienes se habían dividido en varios grupos con su propia fogata mientras desayunaban.

—¿Alguna señal de Seymour? —preguntó, sintiendo las llamas en su rostro.

—No —replicó Eira sin mirarla—, la noche y mañana han estados muy tranquilo —añadió volteando a mirarla. Briseida hizo lo mismo—. No creo que vuelvan —comentó en voz baja. A pesar de ser una afirmación, en su ceño ligeramente fruncido, Briseida encontró cierta desconfianza.

—No volverán —afirmó segura—. Seymour no se arriesgará —continuó volviendo su vista a las llamas.

En aquel mismo instante cuando la paz estaba reinado en Oskru, un ruido captó la atención de todos los presentes. Los terrestres que estaban sentados, se pusieron de pie tomando sus armas y Briseida, confundida y alarmada, tomó su espada, buscando el origen del ruido. Todos en alerta, mantuvieron silencio mientras la amenaza seguía moviéndose. Entonces, atisbó tres caballos acercándose a ellos con un jinete cada uno. El primero era una mujer de piel oscura que parecía estar al mando. Se detuvieron a una distancia prudente, pero Oskru no bajó la guardia.

—¿Quién de ustedes es el líder? —preguntó la mujer con una voz tan fuerte y clara que retumbó entre los árboles.

Briseida sintió la mirada de Eira sobre ella, seguramente cuestionándose cuál sería su movimiento y si debía mantenerla a salvo. Notó que ninguno de los jinetes cargaba armas notable. Detrás de la mujer que había hablado, se hallaban dos terrestres con sus rostros tapados por una máscara que parecía un esqueleto. Si la tensión no hubiera sido palpable, habría reído, señalándoles que buscaran otra forma de ocultar sus rostros porque Oskru ya llevaba la muerte en su nombre, cultura y maquillaje.

Atlas II | Bellamy BlakeΌπου ζουν οι ιστορίες. Ανακάλυψε τώρα