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Bigotes de Leopardo lo miraba, curiosidad brillando en su mirada.

—Ella peleó con ferocidad contra mi, a pesar de que acababa de abandonar a su cría.— acabó, moviendo una oreja.

—Oh... Pobre cachorra— un ronroneó de compasión vibró en su garganta— ¿Y ella lo sabe?

—Er... Bueno... Sabe que era un gran luchadora... Pero no que la abandonó...

Bigotes de Leopardo parpadeó comprensivo.

—Mejor así...

Maullidos a sus espaldas les hicieron girar el cuello. Pedregoso vio como Pintadina y Zarpa de Pino atravesaban el claro corriendo. La gata llevaba una ardilla en la boca.

—¡Nutrina! ¡Mira esto!— aulló corriendo hacia la guarida de los aprendices.

Pedregoso erizó la espalda.

—Iré a buscarla...— murmuró mientras salía hacia el claro, dejando a Pintadina husmeando en su guarida vacía.

Apenas había puesto una pata fuera del túnel de zarza, Nutrina chocó contra él.

—tenemos que hablar, es importante...— musitó.

Pedregoso le dio un lametón tras la oreja, notando los temblores que arremetían las patas de la gata.

—Está bien... Pero primero relájate, Pintadina anda buscándote, corre con ella.— maulló, dandole un empujón en el costado para animarla.

—Pero...

—Hablaremos luego, no te preocupes.

Nutrina asintió con firmeza y continuó caminando. Pedregoso se estiró en cuando llegó a un lado de la hondonada. El sol calentaba su espalda levemente, pero había tantas preocupaciones. Sin notarlo fijó su mirada en la espalda de Viento Gélido, el gato hablaba con Lagartijina, que asentía olfateando sus patas. El guerrero agitó la cola y la joven aprendiza se alejó. ¿Qué le habría dicho? Las zarpas de Pedregoso cosquillearon al recordar a Ala Plumosa. Caminó hacia la aprendiza atigrada, su cola ondeando tras él, en cuanto Viento Gélido se dirigió a Canción de Piedra para hablar.

—Hola...¿Cansada?— preguntó, arqueando la cola sobre su espalda.

La gata se miró las patas.

—Uhm... Sí... Un poco...— murmuró de forma ausente.

—¿Alguna profecía?

La espalda de la gata se erizó al oir eso, y sus ojos relampaguearon con ira, que paso a miedo en unos pocos latidos de corazón.

—¿Te envía Viento Gélido?— preguntó agachando las orejas, en un susurro casi audible.

«¿Qué?» Pedregoso se quedó sin respuesta. ¿Sería mejor decir que si, sacar información? Entornó la mirada. ¿Por qué Viento Gélido podía tener algo que ver? Cuando su mirada volvió a fijarse en la gata que estaba tumbada junto a él, vio que los musculos tensos de esta, ahora estaban relajados, y su espalda erizada comenzaba a alisarse. Lagartijina se dio algunos lametones en los hombros, tratando de parecer indiferente. Pedregoso no podía decir que sí era enviado por el lugarteniente. Ni un cachorro de media luna creería eso.

—Solo quería preguntar... Es todo— maulló, incómodo.

La gata asintió.

—Sí... Como todos, supongo...

—¿¡Qué haces presionándola!?  ¡¡¡Aléjate de mi hija!!!— el bufido de Tigresa sonó prácticamente en la oreja de Pedregoso, que dio un respingo levantándose.

—¿Presionándola? —jadeó con incredulidad.— ¡No estoy presionándola!

—Claro que estás presionándola. Tengo ojos en la cara, ¡no soy estúpida!— Tigresa sacudió la cola— ¡Te dije que no debías ser curandera! Ven, iremos a hablar con Estrella Nubosa.

—Pero Tigresa... ¡Yo quiero ser curandera! Pedregoso solo quería charlar...— gimió la gata, sus ojos completamente abiertos por la sorpresa.

—¿Charlar? ¿Y te erizas al charlar? No soy estúpida, te lo he dicho.— gruñó su madre, su cuello se había erizado notablemente— Y recuerda... No podrás tener una pareja, tampoco cachorros... ¿Realmente deseas eso?

Pedregoso erizó los hombros. ¿Estaba insinuando que entre él y Lagartijina había algo? Decidió guardar silencio, dando un paso atrás para dar espacios a las gatas.

— Sí. Deseo servir a mi Clan.— la firmeza en el maullido de la gata sorprendió al atigrado.

Tigresa soltó un bufido de incredulidad.

—Todos nosotros servimos al Clan, pero también creamos familias. ¿Rehusas a cuidar cachorros?— la voz de Tigresa se había vuelto tan afilada como las garras de un halcón.

Lagartijina tragó saliva, por primera vez indecisa, pero se enderezó.

—Sí, madre, ese es el sendero que he elegido.— declaró.

—Bien.— tanto Pedregoso como la aprendiza parpadearon sorprendidos por esa respuesta— Pero no me llames madre. No quiero una hija que no desea luchar ni formar una familia, una hija cobarde... Adiós.— su voz era más fría que el hielo.

En cuanto Tigresa se dio la vuelta las patas de Lagartijina comenzaron a temblar. Pedregoso apoyó la cola reconfortantemente sobre sus hombros.

—Tranquila. Este es tu camino, ella debe aceptarlo. Ya no eres su cría, Lagartijina, y Tigresa tiene que entender eso.— maulló.

—Lo se... Pero, ¿no puede quererme? ¿Tan malo es ser curandera?— musitó, sus bigotes crispados por el dolor.

—No es eso... Solo está preocupada... No tienes mentora... Y es una gran responsabilidad... Se le pasará...— rogó al Clan estelar que sus palabras fueran ciertas. Tigresa se había enfadado demasiado, ¿perdonaría a su hija? ¿volvería a abrazarla en las noches de tormenta? 

Lagartijina se dirigió al interior de su guarida, su cola caída se arrastraba sobre el suelo.

Gatos guerreros. Sombras en la noche.Where stories live. Discover now