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Nutrina caminaba por el bosque recubierto de helada escarcha. Pintadina iba a su lado, en silencio.

—¿Qué ocurre?— preguntó dándole un toque en la espalda con la punta de la cola.

—Viento gélido parece enfadado porque dije que lo vencía un veterano.— murmuró ella agachando las orejas.

Nutrina ronroneó, agitando los bigotes.

—¡No te preocupes por eso!— exclamó acercándose a ella para lamerle una oreja amistosamente.

La gata sonrió, pero su mirada se oscureció al momento.

—¿Hueles eso?— gruñó con voz ronca. 

Nutrina erizó la espalda viendo como Pintadina flexionaba las garras y echabas atrás las orejas. Abrió las fosas nasales y la boca tratando de captar el máximo de olores, pero no había ninguno extraño. Su espalda se erizó con preocupación mientras la nariz de Pintadina seguía agitándose mientras ella avanzaba. Nutrina la siguió. 

—Deberíamos recoger musgo y volver...— murmuró, notando su corazón palpitar con fuerza.

Odiaba no saber que iba a encontrarse, podía ser desde una cría de zorro hasta un tejón. Sacó las uñas.

—No.— siseó Pintadina— Debemos defender las fronteras— añadió con convicción.

Nutrina alzó la cabeza.

—Cierto— maulló preparándose.

Pintadina saló hacia delante con un aullido, desapareciendo tras un arbusto. Nutrina oyó un bufido que no procedía de su amiga y se apresuró a saltar. Las ramas arañaron su cara y nariz, haciéndola gemir. Cuando por fin salió del espinoso arbusto chocó contra u pelaje gris. Trastabillando logró mantener el equilibrio. El gato contra el que había chocado soltó un grito mientras se separaba de ella, pero cayó de espaldas.

—Invasores— jadeó Nutrina erizando el cuello.

El pequeño gato estiró las zarpas traseras arañando el pecho de la gata blanca y marrón, que gimió separándose. Entre jadeos la aprendiza vio un borrón de pelo blanco y gris. Su amiga estaba enzarzada en una pelea contra una gata rival. La gata chocó contra un arbusto al retroceder, soltando un siseo de molestia, momento que Pintadina uso para lanzar una serie de arañazos. Nutrina volvió la atención al gato gris, saltando sobre él. Lo tenía atrapado contra el suelo. El intruso agitó las patas con desesperación el intruso agitó las patas, soltando un gemido agudo de dolor cuando una de sus zarpas golpeó un tronco. Por el olor  Nutrina supo que era del Clan del Páramo. Iba a arañarle la espalda cuando Pintadina soltó un gritó:

–¡¡¡No!!! ¡Solo échalo!

«¿Qué?» El aprendiz aprovechó para escabullirse y la guerrera gris arqueó la espalda. Los dos gatos del Clan del Páramo estaban arqueados, uno junto a otro. Nutrina corrió junto a Pintadina y mostró los dientes. El aprendiz tenía sus ojos verdes clavados en ella como llamas. Echó atrás las orejas.

—Convertiré tu pelaje en un montón de carroña, cagarruta de ratón.— amenazó.

El gato se agazapó listo para atacar.

—Vamos Polvino, enseñémosles quien tiene aqui las uñas más afiladas— siseó la guerrera agitando la cola.

—Claro, Torrentera...— respondió el aprendiz con voz baja.

Pintadina aulló y se arrojó contra Torrentera. Nutrina atacó a Polvino. El pequeño gato se escabulló entre sus patas, pero Nutrina logró morder su cola, haciéndolo caer. Con un gruñido saltó sobre él, lista para vencerlo.

Gatos guerreros. Sombras en la noche.Where stories live. Discover now