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La mirada ámbar de pedregoso se oscureció.

—Iré yo.— maulló, Nutrina creyó captar un leve temblor en su voz.

—¿Quién es Cola Florida? ¿Qué tiene que ver con ellos?— preguntó.

—¿Cómo esperas que lo sepa? Vete a tu lecho, yo iré a hablar con ellos.— gruñó.

Nutrina sacó las uñas, que se clavaron en el blando suelo. Notaba que su mentor le ocultaba algo. Se dio la vuelta hacia su guarida. «Si cree que me iré a dormir es más cerebro de ratón de lo que pensaba» Se quedó escondida tras un frondoso zarzal. Goteada arrastraba su cola sobre el suelo, aburrida. Nutrina supuso que no sería difícil escabullirse. Espero al momento oportuno para deslizarse por las sombras del borde de la hondonada. Sus patas tan silenciosas como la brisa. Por fin llegó a donde quería: una zona donde grietas en la pared permitirían a la gata escalar. Comenzó a subir, afianzando bien cada zarpa antes de mover la siguiente, sus patas delanteras ya había llegado arriba, e iba a dar el último impulso cuando sus cuartos traseros perdieron agarré. Estuvo a punto de aullar de miedo, pero se contuvo.

Sus patas traseras se balancearon, mientras ella las agitaba frenéticamente, sin encontrar más que lisa pared. «Oh no... Voy a caer»  Miró hacia atrás. por mucho que corriera la guerrera probablemente llegaría tarde, estaba demasiado lejos. Cogió aire y abrió la boca, no había opción. Iba a gritar cuando unas fauces la agarraron por el pescuezo. Soltó un gemido al caer duramente contra el suelo.

—¡Shh! Van a oírnos— el siseo no procedía de Pedregoso.

Erizada Nutrina subió la mirada, para encontrarse con los ojos verdes de la gata negra de hocico, pecho, zarpas y tripa blanca.

—¿Qué haces aqui?— gruñó.

La gata no le prestaba atención, sus orejas estaban erguidas, captando cualquier sonido. De pronto la agarró y tiró de ella, metiéndola entre las ramas de un arbustos. Iba a bufar, pero la joven gta oscura tapó su boca con la cola. Respirando con agitación Nutrina vio entre las ramas y hojas, a Goteada, cuyo cuello estaba erizado. Olfateó y soltó un bufido.

—Seas quien seas, ¡vete!

Nutrina tragó saliva, demasiado preocupada por lo que pasaría si la descubrían escondida con una intrusa como para molestarse porque estaba bajo el peso de la solitaria. Por fin Goteada se retiró, sus orejas agachadas y su cola sacudiéndose con fuerza.

—Aun no...— el murmullo era tan bajo, que Nutrina apenas captó sus palabras.

—¿Podrías dejarme hueco?— gruñó, removiéndose.

La gata negra siseo mientras se apartaba en silencio, dejando a Nutrina tendida sobre la espalda, sin poder moverse si no quería hacer crujir las ramas espinosas de su escondite. Al tanto de un rato, que a Nutrina le pareció una luna, la gata salió del arbusto, sacudiéndose con brío. Nutrina la siguió, girando el cuello para arrancarse las espinas que colgaban de sus costados.

—¿Se puede saber que haces aquí?— espetó, sus ojos chispeaban.

—Te he salvado la vida, dos veces.— respondió la gata dándose unos lametones en el pecho, para después caminar hacia la espesura del bosque.

—¿Dos? ¿Piensas que Goteada me habría matado? — dijo con un gañido de incredulidad. «Estos mininos domesticos se creen que no tenemos corazón» 

La gata siguió moviéndose en silencio, hasta que se paró, agazapándose cerca de un arbusto pegado a un tronco, que podría servir de refugio.

—Habría habido problemas si descubren que te escabulles, ¿no?— maulló, indicando con la cola que se sentara.

Nutrina sacó las uñas y tensó los musculos. 

—Debería arrancarte le pellejo por traspasar, pero solo te echaré de aquí, como recompensa por tu amabilidad.— gruñó con voz ronca.

La gata parpadeó.

—los gatos de Clan jamás habéis matado a un invasor.— maulló.

«¡y tú que sabes!» Nutrina agitó la cola.

—Largo. ¿A que esperas? ¿A que tu amigo te salve, escondido entre las ramas como una ardilla cobarde?

—Te acabas de esconder en un arbusto, como un ratón ¿Acaso son menos cobardes que las ardillas?— antes de que Nutrina pudiera saltar contra ella elevó la cola— ¿Dónde está Cola Florida?— preguntó de golpe.

—No lo sé. Ahora, lárgate.— bufó.

La gata la miró.

—Está bien.— asintió antes de irse, — pero lo mejor será que vuelvas a tu lecho.

—¿Cómo t atreves a decirme que hacer?— gruñó en voz baja, un leve movimiento de oreja por parte de la invasora le hizo saber que había sido escuchada, pero no le importó. Solo esperó hasta ver la punta de su oscura cola sumergirse en la maleza.

Gatos guerreros. Sombras en la noche.Where stories live. Discover now