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Despertó, el silbido del viento aullando en sus oídos. Se acurrucó, notando el frío que lo rodeaba, abriendo levemente los ojos vio la silueta de Patas Nubladas desaparecer entre las motas blancas que arrastraba el furioso vendaval. Había notado la ausencia de calor cuando la gata se había ido, tanto como un arañazo en pleno hocico. Perezosamente estiró las patas delanteras frente a él, soltando un largo bostezó. Su mirada se fijó en la salida de la guarida. Apenas podían distinguirse las siluetas de los gatos entre el blanco de la nieve que arrastraba el viento. Se obligó a salir y comprobar donde estaba Nutrina.

—¿Nutrina?— maulló asomando el hocico en la guarida de los aprendices.

—¡no iremos a entrenar hoy!— exclamó con un gemido Rezuelenino.

—Una batalla puede surgir cualquier día.—  maulló alzando el hocico Zarpa Empolvada— ¿Verdad, Pedregoso? — sus ojos brillaban esperaban un elogio.

Pedregoso se obligó a soltar un ronroneo:

—Claro...—sonó demasiado seco— Uhm... ¿Está ahí Nutrina?

—Sí.— la gata estaba en el fondo, acurrucada con el pelaje ahuecado contra el frío— ¿vamos a cazar? ¡ni las presas serían tan estúpidas como para estar fuera de sus madrigueras!— su cola rasgó el aire.

Pedregoso trató de controlarse.

—Solo quería comprobar si estabas aquí.— espetó dándose la vuelta.

—¿A que se refiere?— el maullido de Bayina quedó sofocado por el ulular del viento.

—¡Pedregoso! — lo llamó Viento Gélido — ¿Qué haces holgazaneando? ¿Eres un viejo veterano estúpido, quizá? ¡A patrullar! — bufó.

—¿¡Viejo veterano estúpido!? — Rocoso, que estaba refugiado bajo un saliente del borde de la hondonada miró furioso al lugarteniente— ¡Tú eres el estúpido aquí! ¡Cerebro de ratón!— espetó, erizandose más por momentos.— Ni una presa saldrá de su madriguera con este tiempo, ¿eres un cachorro de un día, quizá?

Viento Gélido dejó escapar un gruñido desde lo más hondo de su garganta. Pedregoso saltó contra él cuando este lanzó un zarpazo a la oreja de Rocoso, pero el veterano lo esquivó y lo derribó con facilidad.

—¿Crees que tu rango te hace sabio?— siseó— ¡Musgoso habría sido mucho mejor lugarteniente que tú! ¡Y que sepas que por ser viejo no soy invalido! Saldré a cazar mi propia comida si hace falta.— lo soltó con un bufido.

Viento Gélido miró unos momentos al veterano con asombro, después la furia se instaló en su mirada, y se levantó en tensión, mirnado a todos los gatos que se habían reunido a su alrededor con furia.

—¡¿Qué miráis?!— aulló sacando las uñas.

—¿Un veterano lo ha vencido?— murmuró demasiado alto Pintadina.

Viento Gélido la fulminó con la mirada, Pedregoso temió que fuera a desgarrar su pelaje como el de una presa.

—Rocoso, mírame.— gruñó con voz firme.

 El veterano paró en seco. Ahora todos los gatos observaban con las orejas erguidas y en silencio, como urracas que esperan deseosas a que un zorro deje carroña tras él. Hasta el viento pareció detenerse para poder escuchar con claridad lo que ocurría. Rocoso giró el cuello hasta fijar su abrasante mirada amarilla en el lugarteniente atigrado.

—¿Qué?— maulló, echando atrás las orejas— Para mi solo eres un cachorro, por favor, guarda respeto.

El lugarteniente agitó la cola, hasta un cachorro vería que estaba furioso por la humillación.

—has nombrado a Musgoso, ¿cierto? — siseó, con voz demasiado tranquila— Eso será castigado.

—¡Nadie me dirá de quien puedo hablar o no! ¡Y nadie me prohibirá nombrar a mi hijo!

Viento Gélido alzó la barbilla.

—Eres un traidor, justo como él. Pedregoso, Robledo, mantenedlo en la guarida de los veteranos hasta que yo diga.— al ver que ambos se miraban indecisos bufó:— ¡Ahora!

Robledo caminó hacia Rocoso con la cabeza baja, Pedregoso lo siguió.

—Lo siento...— murmuró.

Rocoso se apartó de ellos con un siseó.

—¿De verdad? ¡No seré tratado como un prisionero! No en mi propio Clan...

Pedregoso se crispó. ¿Sabría Rocoso que él era su familia? Carraspeó, cada vez más incómodo. 

—¿Qué ocurre?— el suave maullido de Estrella Nubosa se oyó a tiempo que la gata entraba en el campamento, sus fauces vacías, su pelaje moteado de copos blancos.

—Rocoso ha nombrado a Musgoso. Debe ser castigado— gruñó Viento Gélido.

La líder parpadeó.

—¿Ahora no cumplirás tu palabra? ¿Quién te creerá entonces?— la presionó.

La gata erizó el cuello y miró a Rocoso largamente, el veterano le sostuvo la mirada.

—Lo siento... — murmuró la líder— Debes dejar el Clan.— maulló al fin, sus bigotes temblaban.

Rocoso la miró.

—Bien. Eso haré, entonces.— declaró, dando media vuelta.

—¡No!— el aullido de Nariz de menta resonó a tiempo que la preciosa gata blanca y marrón corría hacia su compañero de guarida.— Por favor, no me dejes...— suplicó.

Rocoso la miró, juntando su oscura nariz a la de ella. 

—Lo siento. No tengo opción.— maulló, apartándose.

—¡¡¡NO!!!— la gata gimió alzando el hocico hacia el cielo— ¡Tú! — bufó lanzándose hacia Viento Gélido.

Ambos gatos rodaron por el suelo, la gata peleaba con ferocidad, pero el lugarteniente lanzó un zarpazo que le hizo un tajo en el cuello, obligándola a retroceder resollando. Viento Gélido se levantó.

—No seré vencido por una bola de pelos vieja, ¿oyes?— gruñó.

La gata lo miró.

—Cobarde...— jadeó, antes de salir corriendo por el túnel de zarza para seguir a su amigo.

Estrella Nubosa la llamó inútilmente.

—Quiero patrullas, aseguraos que se han ido— ordenó Viento Gélido.

—No.— Estrella Nubosa lo miró con seriedad.— Ya es bastante por hoy. No quiero que hagáis nada más. 


Gatos guerreros. Sombras en la noche.Where stories live. Discover now