Capítulo 4

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Las olas chocaban contra la arena de la costa suavemente y el sol recién había aparecido tras la Cordillera de Las Carolas. April había terminado su jornada de trote matutino y se preparaba para hacer los estiramientos correspondientes. Estiró su pie derecho con la punta elevada y dobló su cintura hasta llevar los brazos a su dedo gordo. Mantuvo la posición por unos largos segundos para luego cambiar de pierna.

Por un momento las olas del mar se dejaron de escuchar y la calma total se percibió en el lugar. La chica alzó su cabeza y, extrañada, dirigió su mirada hacia el océano. El agua había perdido bastante terreno y unas cuantas conchas, algas y cangrejos descubiertos intentaban volver a ella. Indudablemente algo andaba mal.

¿Sería ella? Al fin había logrado usar el agua a su gusto y enviarla fuera de su lugar. Si estaba en lo correcto en verdad había empezado con mucho más poder que Konrad con sus llamas y Sídney con sus vientos.

A lo lejos divisó una perturbación que avanzaba con velocidad hacía ella y producía mucho alboroto en el agua. Era distinto al brillo que vio en la fiesta en la casa de Onur. Lo que se acercaba era una gran ola que conllevaba varias sorpresas en su interior. April debió haber corrido, pero se bloqueó. El evento era peligroso y sin embargo tenía algo de majestuosidad que la incitó a quedarse detallando.

Al llegar a la costa, la ola golpeó con fuerza y mojó a la chica hasta dejarla escurriendo como una nube en tormenta. El cabello empapado cubrió sus ojos y cuando el agua se había desvanecido lo apartó para poder ver mejor. La costa estaba llena de cosas extrañas. Había algas, erizos, algunos peses que saltaron al agua temerosos e incluso una estrella de mar que April tomó en sus manos con delicadeza para devolverla a su hogar.

Un ruido peculiar se coló en sus oídos, parecía la cola de un pez que pegaba repetidamente contra la arena. Buscó entre todo lo que no pertenecía a la tierra y tras una roca vio una cola de pez del tamaño de unas piernas humanas que se batía como pidiendo auxilio.

A paso lento y cauteloso se acercó a lo que creía era un animal, solo para impresionarse al cruzar la roca y ver de qué se trataba.

—¡Por las aguas de Uspiam! —exclamó, llevando sus manos a la boca.

Lo que veía era más que fantástico y emocionante, inclusive para sus ojos que ya habían visto hadas, elfos, driders, heliópatas, aswangs, brujas y hasta un veneficus. Se trataba de una sirena. Esa misma criatura malévola que Alfdis había descrito y que en ese momento se veía más necesitada que nunca, recostada sobre la arena intentando lanzar algunas sílabas de su boca que eran inaudibles para April.

Pensó un momento. La sirena necesitaba ayuda y Alfdis había dicho que aquella criatura no les podía hacer nada a las mujeres, entonces podía y debía ayudarla sin correr peligro.

—¿Estás bien? —preguntó al llegar junto a la sirena y arrodillarse a su lado.

—Lejos... agua... lejos... agua...

—¿Necesitas agua? Puedo arrastrarte de vuelta al océano...

—Lejos del agua —articuló la sirena —, lejos del agua...

April entendió que decía, pero no el por qué deseaba alejarse del agua. ¿No se suponía debía estar allí? Ignorando sus planteamientos se acercó a la cola de la sirena y la detalló. Tenía pequeñas escamas de distintos tonos dorados que brillaban con el sol que alumbraba aún con pereza.

Tomó la cola con ambas manos y empezó a halar. Era demasiado liviana para ser cierto. No debía pesar ni la mitad de un humano promedio. Era como alzar a un niño de unos seis años.

Las Profundidades De Uspiam (Las Gemas De Uspiam II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora