Capítulo 41

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Konrad arreglaba la información que tenía pegada en las paredes de la habitación de su hermana. Movió la foto de Ayulen y la ubicó lejos de las de sus otros amigos para trasladarla junto a los yocoima mientras sentía el estómago vacío. Cuando ella volviese a Uspiam, tendría que decirle lo que el veneficus le había revelado sobre sus padres. También movió la foto de Egea y la ubicó en un lugar vacío, donde estaba Belmont, que terminó de nuevo junto a las fotos de sus amigos. Cambió el lugar de Dasha, de Elio, del veneficus, ubicó al director Hedeon Konstantinov, y movió a Klervy de su lugar. Añadió a las estirges y a los minotauros, junto al Hospital Psiquiátrico Weltschmerz. Por último y como la acción más importante, acomodó las lanas que relacionaban situaciones y unió a la mayoría de ellas en el centro de la habitación y después ubico justo ahí a varias figuras de personas con un interrogante. Aquella imagen representaba a los señores a quien servía el veneficus y de los cuales no tenía la mínima pista.

De la nada escuchó un grito proveniente del primer piso. Era su madre y no se escuchaba muy contenta. Dejó su accionar y se dirigió al salón de la casa.

—No entiendo por qué tuviste que traer todo esto. —Fueron las primeras palabras que escucho salir de la boca de su madre en tono de reproche.

María Antonia Brunner ubicaba una maceta con una extravagante planta verde sobre una mesa mientras escuchaba los reclamos de su hija sin prestar mucha atención.

—Es una simple planta, Zelinda, y el resto son las decoraciones de las festividades —argumentó —. Estoy dándole algo de vida a este depresivo lugar. No aguantaba un día más entre tanta madera muerta.

—Te recuerdo que es mi casa, mamá —dijo Zelinda, demandante —. No te permito traer toda esta selva y adornos para que la arruines...

—Y yo te recuerdo que tenía mi casa, donde era feliz y no molestaba a nadie, pero tú me sacaste de ahí. Nunca me creí ese cuento de que la estructura estaba debilitada y no sé qué más sandeces. Siempre supe que, tras tu extraña preocupación por mi bienestar, el bienestar de nada más y nada menos que de tu madre, estaban tus aspiraciones empresariales para construir la segunda sede de Lijo Copium Company sobre la casa donde te criamos tu padre y yo, ¡sobre mi casa!

—Lo siento, mamá —dijo Zelinda más calmada, sentándose sobre el sofá junto a la chimenea encendida donde Salomón, su esposo, leía el ejemplar del día del Verum —. Te compraré otra casa donde quieras. Hay barrios mucho mejores que ese vejestorio de Memento. Está Foresta, las mansiones ahí son preciosas, o Bilita Mpash para que vivas más cerca de la señora Kuyentray o una en este barrio, Wanderlust, por si quieres vivir más cerca de Konrad. —María Antonia parecía no atender a una sola palabra de su hija y seguía posicionando nuevas decoraciones sin decir palabra —. ¡Préstame atención, mamá! —exclamó.

—Ay, Zelinda —suspiró la mujer —. No sé qué cambió en ti después que dejaste Uspiam para ir a Harvard, pera nunca fuiste la misma. No quiero una casa más grande o más costosa. ¡Mírame! ¡Soy una anciana!, esas cosas están de más para mí. Quiero la casa donde fui feliz, donde fuimos felices, donde hice mi familia. Quiero ese agradable jardín con aquella silla y ese naranjo donde nos sentábamos tú, tu hermano y yo largas horas a esperar a que tu padre volviera de la guerra mientras te contaba historias sobre Uspiam, sobre nuestro hogar.

—¡Por las aguas de Uspiam, mamá! —exclamó Zelinda —. Eso no son más que viejos recuerdos. Debes dejarlos ir, ya están en el pasado.

—Pasado dices... ¡esa casa!, ¡este pueblo! Ese pasado como lo llamas despectivamente, fue el mismo que costeó tu prestigiosa universidad donde te volviste el monstruo que eres ahora. Preocupada solo por el éxito y creyendo que Uspiam no es nada más que una larga y extensa plantación de lijos de la cual puedes obtener dinero. No sé si estás tan cegada que no ves que con todo lo que has conseguido ya deberías ser feliz o es que has perdido tanto en el camino que ya te es imposible serlo.

—¡No más! Se acabó está inútil discusión. Sacarás esas plantas y quitarás toda la decoración que solo trae humedad y terminará por desvalorizar la propiedad.

—¡No sacaré nada! —exclamó María Antonia furiosa, poniéndose frente a su hija y mirándola sin una gota de temor —. Si mis plantas se van... yo me iré con ellas.

Zelinda caminó hasta la puerta, haciendo mucho escándalo por las fuertes pisoteadas que sus tacones dieron contra el mármol y la abrió de un brusco jalón.

—Que te vaya bien entonces, mamá —dijo, extendiendo su mano hacía fuera de la casa.

Su madre estaba loca de remate, Konrad no tenía otra explicación. ¿Cómo echaba a su abuela a la calle peor que a un perro o a un criminal? No lo podía permitir, su abuela era una mujer bondadosa y no merecía tal humillación. No estaba dispuesto a perder a una persona más.

—Ya basta, mamá —dijo Konrad, observando a Zelinda —. ¡Mira lo que estás haciendo!

—No te preocupes, Konrad —exclamó su abuela, dándole un fuerte abrazo —. No la harás entrar en razón. No hay peor ciego que el que no quiere ver, ni peor sordo que el que no quiere oír.

—¡Largo de mi casa! —gritó Zelinda tan fuerte que Salomón bajó el periódico y le dirigió una mirada —. No te quiero volver a ver nunca, María Antonia Brunner.

—No lo harás, te lo aseguro. Y si no quieres recordar nada sobre mí, te recomiendo que te deshagas del apellido Brunner, no eres digna de él. Y recuerda muy bien, Konrad, así paga la maleza a quien bien la riega.

Luego de esas palabras María Antonia tomó una única planta y salió de la casa sin mirar a nadie.

—No la puedes dejar ir, mamá —dijo Konrad, acercándose a la puerta unos segundos después.

—Es una anciana testaruda, volverá...

—¡Es tu mamá! —exclamó Konrad con un hueco en el corazón y la garganta seca —. Papá, hazla entrar en razón. —Salomón lo vio por un momento, alzó los hombros y negó con la cabeza, luego se escondió tras su periódico —. Entonces yo iré por mi abuela —aseguró.

—¡Detente! —gritó Zelinda al ver a su hijo pasar el umbral de la puerta —. Si vas tras esa mujer quedarás castigado por el resto de los días hasta que vayas a la universidad. No volverás a ver a tus amigos ni a ir a un lugar distinto al colegio. Es más, si vuelves a hablar con María Antonia Brunner y me llego a enterar, tendrás un vuelo todo pago a un exclusivo internado en Rolle.

No podía dejar ir a su abuela, significaba demasiado para él, pero cuando su madre hacía promesas o amenazas siempre las cumplía, quizá eso la había llevado tan lejos en el mundo de los negocios. Si iba por su abuela perdería todo, tendría que irse del pueblo y dejar de verla no solo a ella, sino también a sus amigos, a Dasha, a su hermana y a todo Uspiam, además no podía estar separado de las demás gemas, tenía que quedarse ahí, tanto dentro de la casa y no ir por su tan querida abuela, como en Uspiam, el pueblo que lo necesitaba.

Se alejó de la puerta algo mareado y sintiéndose como ya no recordaba, vacío, nervioso y tembloroso, similar a cuando acudía al psiquiatra para controlar su trastorno ansioso.

—Nunca creí que Lijo Copium Company pudiera valer más que mi abuela —dijo con el poco aire que le quedaba.

Subió las escaleras hasta la segunda planta y luego continuó avanzando hasta penetrar en el desván. Cerró absolutamente todas las aberturas al exterior y se desplomó en el sillón junto a la ventana. Las lágrimas empezaron a salir por montones y aunque quisiese no las podía controlar. Su abuela, una de las personas que más amaba en el mundo, acababa de salir de su casa y nunca más la podría ver, sin importar cuanto lo deseara su corazón. Sus historias, sus postres, sus maternales consejos, tendría que olvidar todo eso y continuar así. No era posible. ¿Qué estaba sucediendo? Se limpió unas cuantas lágrimas intentando convencerse de que todo era un sueño y que al despertar todo seguiría como antes.

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Las Profundidades De Uspiam (Las Gemas De Uspiam II)Where stories live. Discover now