Capítulo 24

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April estaba demasiado cansada. Llevaba horas caminando, siguiendo las instrucciones de Alfdis, pero por más que avanzaba no encontraba la aldea élfica. Sin Verónica todo era diferente. El camino se había vuelto monótono. Ya ni siquiera la asustaban las sombras. Ahora imploraba porque algo vivo apareciese frente a ella. No le importaba si era un león, un elefante, un rinoceronte, ¡cualquier cosa!

La batería de su celular ya se había agotado. Caminó y caminó y caminó aún más, siempre con el mismo resultado. Intentaba respirar con calma, pero ya hasta eso le resultaba agotador. Tenía que haber algo por ese bosque. Era imposible que estuviese tan desolado. Una sombra se movió tras ella. Recordó como el veneficus se había aparecido frente a Verónica la noche que encontraron las gemas. Si se trataba de eso mismo, debía correr.

Tras su cabello pasó una flecha que se enterró en el tronco de un árbol. April se giró rápidamente. Alguien había tratado de matarla. Antes de ver cualquier cosa escuchó una voz.

—Los susurros forestales decían que andabas buscándome con prisa. Espero estuviesen en lo correcto.

April entrecerró sus ojos para ver con más claridad. Su cuerpo perdió la poca energía que le quedaba. Aunque estuvo a punto de desmayarse se mantuvo en pie como pudo. No podía ser. No podía ser él. Había imaginado ese momento muchas veces. Había repasado como actuaría y que diría, pero al tenerlo al frente sus planes se desvanecieron. Querría haber intentado verse un poco menos desesperada, pero sucumbió a sus impulsos.

Dio cinco pasos y cayó rendida ante unos firmes y cálidos brazos. Seguía oliendo igual de bien que antes. Estaba tal cual como lo recordaba, alto, delgado y suave al tacto.

—Eres un idiota —dijo con sollozos y lo rodeó entre sus brazos —. Maldito seas, Arnwalt.

—Perdóname, te lo ruego, April —dijo Belmont, estrechándola con amor y cuidado. Al fin la volvía a tener entre sus brazos, no quería causarle el mínimo dolor.

—No sabes por todo lo que hemos pasado.

—Te extrañé demasiado —aseguró Belmont al tiempo que las lágrimas se escurrían de sus ojos —. No hubo día, hora, ni minuto que no pensara en ti. Nunca jamás había sentido lo que siento por ti.

—Puedo jurar que no pensaste más en mi de lo que yo en ti.

Ambos movieron sus cabezas para observarse a los ojos. Sus pupilas estaban demasiado dilatadas y los iris, azul y violeta, parecieron danzar juntos. Sus labios no demoraron en encontrar el camino para unirse y por fin, después de meses, se sintieron completos. April sintió que alrededor de ella la noche sombría se convertía en un día soleado de verano, los árboles en playa, el viento forestal en brisa oceánica y la tierra húmeda en arena delgada. Las lágrimas mutuas no tardaron en alcanzar sus bocas y los hicieron detenerse.

—¿Dónde estuviste todo este tiempo? —preguntó, apartando su boca de la de él, pero no el cuerpo de entre sus brazos —. Te necesitábamos aquí.

—Fue mi padre. Habíamos pactado que si yo no lograba protegerlos, él me daría un castigo que tendría que cumplir a cabalidad. Y así fue. Cuando ustedes todavía estaban en el hospital, mi padre no dudó en comunicarme que había fallado en mi objetivo y que tendría el castigo. Tuve que irme lejos de aquí, April, incluso fuera del continente. Viajé a tierras extrañas.

—No debimos habernos rehusado a hablarte —aseguró April. Una pequeña nube se ubicó sobre ellos y dejó caer su lluvia —, pero me traicionaste, traicionaste mi confianza —se apartó unos centímetros —. Besaste a Marycella y no te importó en lo más mínimo mi reacción.

Las Profundidades De Uspiam (Las Gemas De Uspiam II)Où les histoires vivent. Découvrez maintenant