Correr, correr, correr por mi vida, no parar de correr. Tenía una herida en el costado, una en mí abdomen y otra en mi espalda, me dolía todo el cuerpo, estaba cansada y no podía seguir corriendo, pero tenía que hacerlo, tenía que llegar a un hospital.
El desgraciado de, Mario no iba a encontrarme, no lo iba a hacer. Tomé todo mi impulso para acercarme fuera de un restaurante lujoso llamado «Bellini» No sabía qué hacía parada en vez de ir a un hospital, pero debía llamar a una persona para que me ayudara, de lo contrario si seguía corriendo no iba a llegar lejos y menos a estas horas de la noche. No había autos transitando la carretera, todo estaba vacío y desolado.
Intenté aferrada a la idea de que el dolor no podía ser más grade que mis ganas de vivir y di dos pasos que, aunque sonara a nada, me hicieron llegar a la puerta del restaurante. Mi herida del costado no dejaba de sangrar, no iba a estar de pie por mucho tiempo y mis ojos ya no podían mantenerse abierto un segundo más.
- Ayuda -susurré con la poca fuerza que tenía, mis ojos que no dejaban de lagrimar perdieron la poca visibilidad que tenían, estaba segura de que mi voz no llegó a escucharse siquiera a un milímetro, pero lo había intentado. Había dado lo poco que tenía.
- Tomás trae el auto necesitamos llegar al hospital -me pareció haber escuchado una voz a lo lejos, se escuchaba a dos metros de distancia, pero su aliento estaba en mi cuello. Ya estaba loca. No sabía si lo que escuchaba era real o no, lo que sí tenía claro era que iba a morir sin haber cumplido un propósito en la vida, y eso fue lo que más me dolió al decidir dar mi último suspiro en el pavimento de aquellas calles esa noche tres de junio a las diez de la noche.
Su mano hacía presión en mi costado al igual que mi abdomen, mí respiración se fue cortando poco a poco y mi estado de conciencia estaba disminuyendo.
- Vas a estar bien.
Intentaba abrir los ojos, pero los sentía pesado. Mi cerebro no se ponía de acuerdo con mis movimientos y entraba al lapso de la desesperación. Lo intenté una vez más y de golpe mis parpados se abrieron dejándome un algún lugar desconocido para mí, me encostraba en una habitación blanca con muchas luces, estaba todo muy claro y la luz me segaba, por eso volví a cerrar mis ojos. Me dolía la cabeza, tenía mucha sed y no podía mover el cuerpo. Volví a abrirlos y cerrarlos hasta que ellos se acostumbraron a la luz, entonces hice un análisis de donde estaba y lo que estaba haciendo aquí.
YOU ARE READING
Dr. Smith
Teen Fiction- Ya no quiero que me sigas haciendo daño Mario -refutó con espesas lágrimas brotando de sus ojos. - Lo intento Emma, créeme que lo hago, pero por más que quisiera no puedo dejar de hacerlo. ¡Dios! como odiaba a su primo, un primo que ni siquiera de...