La Oruga

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— ¿Como te fue el día de hoy cariño? —preguntó Martha mientras preparaba una rica lasaña que sería la cena de ella y su patrón.

Me encontraba encima de la silla que estaba del otro lado de la encimera en la cocina. Me gustaba estar aquí, aunque al dueño de la casa le parecía inquietante, decía que yo era visitante y como tal debía comer en la mesa con él.

Suspiró entendiendo que aquella señora nunca la dejaría hacer nada, quería ayudar como fuera posible, no le gustaba sentirse tonta o que pensaran que ella era una princesa, quería preparar su propia comida y fregar lo que ensuciaba. Pero eso no iba a ser posible. En cambio, le narré todo lo ocurrido a la vieja que se ganaba mi confianza poco a poco. Evité algunas partes como el beso que me había dado el doctor y las ganas que tenía de repetirlo.

Quisiera repetirlo, ¿enserio pensé eso?

— ¿Y dónde se quedó el joven Rafa?

— Él tenía algunos asuntos que atender en el hospital así que me mandó con Tomás.

Aunque pensándolo bien no sabía en que se había quedado realmente. Tampoco era como si eso fuera de mí de interés, solo que sentía un poco de curiosidad saber en qué se había quedado si su turno terminaba a las diez y ya eran pasado las once.

— Mi niña aquí está la tuya —salió de su ensoñación cuando la escuchó hablar —cuando llegue el joven le informa que su cena estará en el micro, si desea que la caliente que me informe. Estaré haciendo algunas cosas en mi habitación. Se despidió dejando un beso en su mejilla.

— Está bien —murmuré correspondiendo su beso con una inclinación. En cuanto se marchó comí como pude la lasaña, no tenía apetito y tenía sueño, pero sabía necesitaba recuperar sangre y la de gustó sin chistar.

— ¿Necesitas ayuda? —una voz muy conocida me hizo sobresaltar mientras lavaba el plato en el que acababa de comer, no escuchó los pasos de el en ningún momento, por eso el susto al escuchar su voz de repente. —te puedo ayudar a fregar si así lo deseas —susurró cerca de sus oídos haciéndome estremecer por la cercanía de su respiración. Terminé de enjuagar sin prestar mayor atención a su toque suave en mi hombro y puse todo en su lugar.

En un movimiento suave pero sutil, me giré encontrándome son su mirada cargada de lujuria. En ese momento se notaba hermoso, no llevaba bata y mucho menos pijama, traía consigo un pantalón de chándal color negro y un suéter beigel, su pelo despeinado y una mirada de cansancio en los ojos.

— No gra... gracias ya he terminado —respondí mirándolo a los ojos, de repente toda la valentía que sentía se había esfumado. Ya no me creía muy capaz de enfrentar la carga lujuriosa que traía encima, estaba sumamente nerviosa y solo quería irme a dormir.

— Pues muy bien, me alegro de que hayas podido hacerlo tu sola. yo me daré una ducha y me temo que si necesitaré ayuda ¿te podrías hacer cargo de eso, por favor?

Abrí los ojos sorprendida.

— Sí, digo no, no. No sabía en que estaba pensando ¿una ducha con él, acaso me estaba hablando enserio?

— Si qué quieres, ven vamos. —me tomó por las piernas y me subió a su hombro sin ningún respeto con mí nerviosismo. Intenté gritar, pero no me salía la voz, solo me podía reír mientras le golpeaba las pompas.

— No, bájame, bájame —dije en cuanto pude hablar, pero no me hizo caso en ningún momento. Al contrario de eso, siguió conmigo hasta adentrarme a su cuarto de baño, me desvistió despacio sin quitarme el bañador mientras yo mantenía los ojos cerrados. Estaba nerviosa. No, no lo estaba, quería eso, quería que me tocará, no lo quería. No lo sabía.

Dr. SmithWhere stories live. Discover now