Merecido descanso

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Sentí las maravillas gotas de agua caer sobre mi cabello ya mojado por las agradables olas que sucumbían desde la lejanía haciendo millas en mi cara. Era una sensación realmente agradable y placentera. No existía nada más hermoso que ver marchar a sol sabiendo que en unas horas volvería a posarse sobre ti mientras a tu cuerpo lo envolvía una ola de viento agradable. El firmamento era sin duda, una de las mejores cosas que podía ver en mi vida.

Sonreí volviendo a mirar el hermoso anillo de oro blanco rodeado por diminutos diamantes de zafiro. Me sentía por primera vez, digna de una joya cara, me sentía una sultana. Mi cabello ahora crecido al junto del vestido blanco descontado en la espada, me hacía ver cómo una princesa, y vaya que lo creía. Cómo iba a dudarlo con alguien que se encargaba de recordármelo todos los días, todas las veces que fueran necesarias.

- Debes comer princesa -escuché la voz de mi esposo acercándose por detrás, mojando su hermosa escultura en la poca lluvia que caía. - Me hiciste salir, si pesco un resfriado tú te harás responsable.

- Por supuesto, soy tu Doctora -reí de mi mal chiste. En realidad, el doctor era él.

- No tengo hambre -grité corriendo a la playa con el vestido ya mojado, riendo al ver que me perseguía. Al final sentía que tenía mi merecido descanso. Solo serían quince días, quince días que me ayudarían a cerrar ese ciclo doloroso dónde solo había sufrimiento. Junto a mi prometido, solo serían quince días de pura felicidad. - No suéltame -me removí en sus brazos sin querer que me soltara en realidad, amaba sentirme rodeada por él, a salvo.

Al final todo volvía a la normalidad, Marlenis ya estaba en la cárcel por ser cómplice de secuestro. Tres años la ayudarían a obtener lo que merecía, además de la suspensión de su título. No me daba gusto, pero me hacía estar en paz.

Corrimos dentro de la villa cerca de la playa que nos regaló su madre como regalo de boda. Pronto íbamos a casarnos y según él, necesitábamos un lugar para descansar de todo el trabajo. Este era.

— ¿Arroz? —quiso saber señalando la comida que teníamos en la mesa. Esa era la única comida que podía ingerir sin sentir que debía devolverlo todo. Arroz blanco sin nada. Odiaba la lasaña y todo lo que tuviera leche o queso, mi bebé me la estaba poniendo difícil.

— Sí, por favor.

Quería gritar, ya no podía comer la comida que más amaba por culpa de mi bebé. Él decía que era normal que me repudiaran las comidas con olores fuertes, pero que al quinto mes se volvía más soportable, si no pasaba del todo.

Miré al amor de mi vida sonriendo feliz de poder formar una familia al lado de la persona que amaba. Lamentablemente mis padres no estaban conmigo celebrando que su niña al fin tenía ese descanso que merecía y tenía el principio azul que, desde los cinco años, había soñado con tener, pero que le habían arrebatado por culpa de una venganza de la cual no tenía idea. Niño o niña, la amaría y cuidaría para que nadie lo le pueda poner una mano encima, tendría un cuidado extremo, siempre estaría al pendiente; nadie le haría a mi bebé eso que me hicieron a mí y a esa pequeña.

No estaba feliz con saber que mi padre fue uno de esos que le dañó la infancia a una niña, que hizo eso que me hicieron a mí; pero no iba a vivir con ese odio en mi corazón. El karma había llegado y estaba segura de que dónde quiera que él esté, estaba pagando por todo lo que hizo.

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— Ven aquí —me atrapó entre sus brazos en la inmensa cama matrimonial — haré algo que te va a gustar. Quitó las zapatillas planas que llevaba esa noche después de recorrer la arena de la playa y se inclinó lavando mis pies en agua con hielo. Tomó un aceite el aceite de coco que siempre cargaba con él y lo vertió en mis pies masajeando toda la zona desde la planta hasta la pantorrilla.

— Uhm —solté un gemido placentero. Amaba cuando él hacía esas cosas. Tocó mis piernas subiendo despacio hasta llegar al centro de mis entrepiernas. Quizás por el embarazo, siempre tenía deseos de hacer el amor con él. Lo miraba más apetecible.

Quitó despacio la diminuta braga que me había puesto está mañana y con sus manos huntadas de aceite, lo pasó por el borde de mi feminidad sin llegar a tocar dentro, solo a los lados. Haciéndome gemir más fuerte, rozando.

— Vamos, pídeme lo que quieres —me miró desde abajo con sus labios cerca de mi punto, respirando en mi centro.

— Por favor —supliqué tirando mi cuerpo hacia adelante para que chocara con su boca, y lo sentí. Sentí esa satisfacción que tanto me gustaba, sentí su lengua lamer mi centro de una manera suave, gentil. — Oh sí —grité al sentir ahora sus dedos reclamar lo que era suyo. Un chorro de agua saliendo de mi vagina sede dejó ver en sus manos. No siempre pasaba eso, pero cuando lo hacía. Era la mejor del mundo.

Lo miré apenada.

— Descuida, descansa —me recostó dejando una almohada frente a mí para que estuviera más cómoda.

— Te amo —dije mirándolo a los ojos. A veces quedaba tan libido que no tenía fuerzas para devolverle el favor, y lo único que quería era dormir; cómo ahora. — Prometo que al despertar te haré alguito —murmuré cerrando los ojos.

— Te amo pequeña — escuché antes de dejarme ir en los brazos de Morfeo.






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Gracias por leer. <3

Dr. SmithWhere stories live. Discover now