Ángel guardián

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- Eres mía, solo mía Emma, de nadie más

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- Eres mía, solo mía Emma, de nadie más.

- No, no soy tuya suéltame, -grité sin consuelo mientras Mario me besaba el cuello y bajaba a mis pechos - No, suéltame, no.

- Emma, Emma -escuché mí nombre, pero no puedo despertar, mis manos temblaban mientras mis ojos se aguaban sin control. - Tranquila no pasa nada, estoy aquí para protegerte, soy tu Ángel guardián -susurró acariciando mi cabello y besando mi frente repetidas veces.

Ese simple gesto por parte del doctor hizo que mi estomago sintiera las mencionadas mariposas. Me gustaba como me sentía en sus brazos, como si nada pudiera pasarme si el estaba cerca de mí.

Eran más o menos las cuatro de madrugada, lo sabía porque siempre tenía esas pesadillas a estas horas, porque cada vez que Mario entraba borracho a la casa era justamente en ese horario.

- Puedes dormir, yo estaré aquí.

- No puedo, tengo miedo. Cada vez que despertaba teniendo la misma pesadilla o miedo a que Mario volviera nunca podía dormir de nuevo, siempre me quedaba despierta mirando la puerta, teniendo la idea de que la puerta se abrirá y el entrará a hacer con mi poca dignidad lo que quería.

- Estaré a tu lado hasta que duermas, no tengas miedo. -asentí confiando en su palabra me acosté y cerré los ojos.

Con miedo volví a abrirlo, pero me dejé llevar al verlo justo donde me dijo que estaría y fue inevitable no caer rendida.

*

Había un molesto ruido sonando al lado de mi oído que no me dejaba dormir, era ese ruido que no te esperas, una alarma que se te olvida apagar o el cantar de un gallo en las mañanas. Abrí mis ojos lentamente y me di cuenta de que era el despertador que yo no había puesto. Miré la hora y eran los siete quince minutos de la mañana.

Recordé entonces haberla puesto anoche antes de dormir y antes que... ¡Oh, Dios Mío! llevé una mano a mi boca, ¡Rafael estuvo aquí! ¡estuvo aquí conmigo! Cumpliendo su promesa de irse antes que yo despertara.

No era como si me hubiese molestado que el estuviera aquí tampoco, aunque, no puedo siquiera abrazar a un hombre. Con él y sus dos locos amigo mi cuerpo no reaccionaba igual y no entendía el por qué. Cuando solíamos ir de compra a la tienda, cuando el consideraba que podía dejarme salir siempre bajo amenaza y con él a mi lado, era inevitable que yo no me pusiera nerviosa cuando algún chico me miraba, pero de seguro que con ellos me siento protegida y confiada de que nada me va a pasar, y aunque es raro. Mi vibra no me indica algo malo sobre ellos tres.

Con toda la pereza del mundo y sin ganas de dejar la cama que estaba super cómoda e inmensa, me puse de pie volviendo a hacer un repaso, fijándome ahora en el color de la pared, la alfombra al lado de la cama y las cortinas que hacían contraste con mi colcha y funda de almohada. Estaba todo muy bien planeado, mi habitación era hermosa.

Dr. SmithOù les histoires vivent. Découvrez maintenant