La verdad detrás del dolor

2.2K 122 6
                                    

Dicen que el que más hiere; es quien más daño ha recibido.

Al contrario de lo que pensé por un instante, no me mire en una cueva mugrosa sin luz lejos de la ciudad. —Era todo lo que esperaba.

Se miró asustada en una habitación cálida que parecía de una niña pequeña. Era de color rosa, una cama diminuta con varias muñecas, una mesita de noche con una lámpara amarilla en forma de Luna y varias estrellas en el techo. ¿Dónde estoy? Enseguida llegamos no hice ningún movimiento, la persona que me tomaba de la mano apretando fuerte mi antebrazo me ordenó hacer silencio y estar tranquila si no quería que pasara a mayores. Hasta el momento no me había pasado nada.

Quería llorar, pero me mantenía tranquila. No traté de ver si las ventanas estaban abiertas porque ya imaginaba que no, y el descubrimiento me iba a llevar al desespero. Tomé asiento al lado de la puerta que tampoco me encargué de revisar y tomé una posición fetal esperando que llegarán a matarme. Nunca iba a estar en paz, por lo menos el día de mi muerte podría intentarlo. — Sentí como alguien abría la puerta y no me moví, esperando su siguiente movimiento. Aquí llegaba la parte donde te preguntaban si estabas bien y te decían que nada malo iba a pasar, si haces algún movimiento que denote mucho tu cuerpo, no dudan en cogerte cómo mejor le plazca. Ya me he vivido la historia varias veces.

— Mi amor — escuché la asquerosa voz ronca de mi "primo" y me estremecí. Si en algún momento había intentado mantener la calma y esperar que hicieran conmigo lo que quisieran, ya lo había olvidado. No quería darle mi cuerpo una vez más, ya no más.

— Solo mátame, pero no vuelvas a hacerme daño, por favor — supliqué   mirando el piso temblando de miedo. No me asustaba morir, pero tenía pánico a volver a pasar por ese momento, ese tiempo donde lo único que quieres es dejarte ir. El encima de mí sintiendo placer de mi dolor, yo revolcándome cuál culebra en el polvo. — ¡Por favor, por favor, Mario te lo ruego, solo máteme! —grité al no escuchar nada de su parte, estaba en silencio disfrutando mi sufrimiento. Siempre había sido así, desde pequeña en la cocina mientras cocinaba o en el baño cuando tiraba de la puerta de mi habitación. — Ruégame que te deje mi niña, dime que ya pare pequeña, ponte de rodillas y grítame que ya no quieres que te haga daño, ¡Dilo! —aclamaba siempre que llegaba de trabajar drogado o borracho.

No decía nada, me sentía al borde de la desesperación.

— Mi amor — tocó mi cabello y por acto de reflejo me aparté aún de rodillas y sin mirarlo a la cara. Mi dulce y adorada niña. Sé que nunca vas a perdonarme, sé que no soy nada más que un repugnante ser para ti, pero necesito irme a la otra vida teniendo tu perdón, quiero que me perdones por todo el daño que te causé, perdóname como yo me he perdonado a mí mismo           — ¡Nunca quise hacerte daño! ¡No! Nunca quise, nunca, nunca, nunca — repetía moviendo sus pies de un lado a otro. Yo aún no podía mirarlo a los ojos.

— Por favor, solo mátame — volví a suplicar viéndome en una niña de quince años que le decía a su tía que acabara con su vida, a su primo que la ahorcara, a los amigos de este que lo hicieran tan fuerte que le desgarran su ser y tuviera que morir de una hemorragia. No ocurría, en la vida real las personas buenas no morían tan fácil, no. Primero era el dolor y la agonía, al final era la muerte.

— Mírame por favor.

Limpié mis lágrimas temblorosas intentando ceder a su petición, no pude. No era capaz de mirarlo sin sentir que todo mi ser desfallecía, la importancia de tenerlo ahí, a mi lado una vez más cuando creí que no volvería a pasar, me calcomanía. El pecho me dolía, la angustia, el dolor, el odio, la repulsión.

— Mírame, mírame, mírame —era lo único que murmuraba como un desquiciado. No me tocaba más allá de leves caricias en el pelo, rozando con la punta de sus dedos mi cabeza. No quería moverme, no podía hacerlo. Las lágrimas salían sin poderlas contener. Trataba de no hacer ningún sonido, sabía que eso lo podría alarmar. Por sus movimientos parecía no estar aquí, su mente divagaba. — Paso la primera vez cuándo tenía unos siete años. Si, pasó, ese día, ese, ese, malo, feo —hablaba haciendo movimientos rápidos fuera de sí, este de seguro era el mejor momento para escapar, no lo intenté. No siquiera intenté ponerme de pie, empujarlo o herirlo.

Estaba asustada. Nunca lo había visto así.

— Tu padre, Emmanuel, él. Sí, lo hizo conmigo, con mi hermanita pequeña de once. Nunca voy a olvidarlo. Hacía frío, estaba oscuro, estaba muy oscuro
— ¡Oscuro! —gritaba ahora tocando su cabeza. No entendía nada, mi padre, su hermana. Él no tenía ninguna hermana, de hecho, no había ninguna otra familia aparte de nosotros tres. La familia de mamá la habían abandonado por casarse con papá, decían que no era bueno para ella, nunca los conocí, y cuando ellos murieron nadie se presentó, Mario no tenía otra hermana. — Lo ví en la oscuridad, mi hermanita llorando atada a la cama con una correa mientras el, tu padre ha..hacía. le hacía cosas, la tocaba. El la tocaba, en la estaba tocando a mi hermana pequeña, la tocó, la tocó.

— Cállate, estás mal de la cabeza, tú no tienes hermana, nunca ha hablado nadie más, mi padre nunca haría algo como eso, tú eres el ser más despreciable de esta tierra ¡No mientas! —exploté furiosa mirándolo a los ojos por primera vez después de tanto tiempo, mirando su cara más arrugada de lo que recordaba, una montaña de barba de hacía bastante tiempo y los ojos rojos inyectados de sangre. Volví a mirar a mi agresor y al igual que otras veces quise morirme, pero no sin antes matarlo.

Me abalance sobre el cómo pude haciendo que cayera hacía atrás tomando su pie en un movimiento rápido.

— Te odio maldito, te odio. — golpeé su cara una y otra vez sin llegar a sentir ningún gusto, solo estaba ahí tirando golpes a su cara sin que el hiciera ningún movimiento. No se movía.

No sé exactamente cuánto tiempo ocurrió hasta que dejé de golpearlo, el no parecía sentir nada siquiera.

— El la tocó — repetía una y otra vez mirando al cielo. Tenía que devolverle exactamente igual, pensé que me sentiría bien, pensé que podía olvidarlo. No pude.

Tiró un bolso que estaba a su lado en el piso señalándolo, esperando que yo lo tomara. Hasta el momento no me había dado cuenta de que él tenía algo en la mano.

¿Por qué no lo mataba de una vez? ¿Por qué no me iba rápido? Estaba segura de que la puerta estaba abierta y si alguien estuviera vigilando, ya habría entrada. Entonces por qué estaba ahí, acaso estaba creyendo lo que él decía. ¿Tendría sentido?

Temblorosa y con los puños adoloridos e hinchados por el esfuerzo que había hecho me arrastré hasta el bolso y lo abrí temblorosa, asustada. Sin pensarlo saqué todo el contenido y en el piso se esparció varios recortes de periódicos, fotos y una pequeña libreta parecido a un diario que llamó su atención. Si pequeño cuadernillo de apuntes que su padre la había obsequiado al cumplir cinco. Lo tomó sin pensarlo dándole un vistazo a su primo que no dejaba de susurrar palabras que ella no entendía y se sorprendió al ver que ese pequeño diario no decía si nombre, tampoco tenía los pequeños dibujos que ella solía hacer cuando pequeña, pero estaba lleno. Estaba lleno de fotos recortadas, de diseños bien cuidados, decoraciones con plumones de colores. No entendía.

Pasó páginas con sus manos temblorosas y visualizo varias fotos de una niña de no más de diez años sonriente, cargando un perrito blanco peludo. ¿Quién era ella? Pasó las siguientes páginas y encontró las fotos, un poco más pequeño, al lado de su tía, al lado de Mario y el perro blanco.

Buscó en los recortes de periódicos y leyó en voz baja con manos temblorosas, esas letras casi imperceptibles por lo vieja que era. Emmanuel Jonh Lennon hombre de treinta y seis años, avisado de violación a una niña de siete años. La víctima dice ser inocente, por lo que espera salir libre en menos de tres meses.

Hombre acusado de violación a su propia sobrina sale en libertad bajo influencia del gobierno. Los familiares de la víctima aseguran haberlo visto en el acto. Se espera justicia por la menor de edad.

Niña de once años se quita la vida luego de que su agresor, tío de esta saliera en total libertad sin ningún cargo.

Tiré todo a un lado, pegando mi cuerpo a la pared. No quería leer más, no quería saber nada. Necesitaba irme, necesitaba correr.



*

Gracias por leer. ❤️

¿Nos vemos en Belleza Frágil? En mi perfil. ❤️

¿A quién le dedicamos el próximo capítulo?

Dr. SmithWhere stories live. Discover now