C u a t r o

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Querída mía era un lugar popular, así que en ocasiones, la cantidad de clientes rayaba en lo insportable

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Querída mía era un lugar popular, así que en ocasiones, la cantidad de clientes rayaba en lo insportable.
Cuando elegí ese empleo pensé que tan solo me ocuparía en fechas importantes como el día de la madre o el catorce de febrero.
Pero me equivoqué. En esa ciudad parecía que las flores eran una moda constante y más aún si eran de esa florería.
Esa mañana, me tomó varias horas confeccionar los centros de mesa de una boda. Eran treinta en total y tan solo logré terminar la mitad. Por suerte, mi turno finalizaría en diez minutos y entonces, Sophie, la chica que cubría el segundo turno, se ocuparía del resto.
Dejé todos esos adornos florales en la oficina detrás del mostrador y me ocupé de atender a un hombre que había llegado al lugar para comprar unas flores por motivo del cumpleaños de su esposa.

-Sus flores favoritas son los tulipanes- me dijo, así que le ofrecí un ramo grande con tulipanes blancos y violetas.
Me apresuré a hacerlo, con el papel transparente que lo cubría y el listón que lo sostenía por el tallo. Mientras tanto, el hombre miraba las tarjetas con mensajes románticos y al otro lado, una chica rubia de baja estatura entraba por la puerta.
-Buen día- dijo.
-Hola Sophie- la saludé.
-¿Qué haces necesitas ayuda?
-No, no te preocupes, ya casi termino, pero tenemos una orden grande en la oficina. Treinta centros de mesa para una boda- le expliqué y ella hizo una mueca. A ninguna de las dos le emocionaban las órdenes que incluyeran más de cinco arreglos- He logrado hacer la mitad, puedes ver cómo los hice para terminar el resto.
-De acuerdo- aceptó y dejó su abrigo a un lado del mostrador.
Afuera, el sol brillaba, pero el viento era frío y soplaba con fuerza.
-Aquí tiene- entregué el ramo con los tulipanes y aquel hombre también eligió una tarjeta de felicitación.
Me entregó el dinero y luego se despidió.

Giré sobre mis talones y miré a Sophie.
-No te preocupes, Agatha llegará pronto, tan solo fue a buscar más listones, a mí me ayudó mucho, porque han habido varios clientes hoy- le dije.

Agatha, era la dueña de la florería. Una mujer extrovertida de figura estilizada y envidiable.
Era delgada y elegante, su cabello completamente blanco, tenía un gran volumen como el de las mujeres de los setentas y siempre olía a perfumes costosos.
Con todo ese estilo, disimulaba muy bien sus sesenta y ocho años.

-Ahí están los que hice- señalé los centros de mesa para que Sophie viera cuales eran las flores que usaría y en qué orden.
-Bueno, al menos no son tan grandes como pensé- dijo ella, al tiempo en que la campanilla de la puerta principal sonaba a mis espaldas.
-No, no son tan complicados- le aseguré y de nuevo, con un suspiro di vuelta para mirar al nuevo cliente.
Me sentí comprometida a ayudar a Sophie de esa forma para que ella pudiera ocuparse de las flores, hasta que Agatha llegara.
Sin embargo, durante el último par de horas, a causa del tedioso trabajo, había olvidado un pequeño detalle que recordé solo entonces, cuando un apuesto joven apareció frente a mí, vistiendo con unos jeans obscuros, ajustados y una camisa negra de diminutos lunares blancos, bajo un abrigo azul marino.
Cielos, todo eso le sentaba bien.

Querida mía | Harry Styles |Where stories live. Discover now