Capítulo 32

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Su Real Majestad

Varian. 

—Mira, (T/N)— dije agarrando una charola repleta de galletas moradas —. ¿Te gustaría probar una?

—¡Claro!— y lentamente ingirió una.

—¿Y qué tal?— sonreí malicioso —. ¿Tienes algo nuevo que contarme?—

—Están deliciosas— dijo masticando —. Pues no mucho, por ejemplo, hay cierto sentimiento que siento al verte y puede que haya sido por tus lindos ojos y actos que me cautivaron. No lo sé. Tal vez sea puro cuento de hadas que estoy creando en mi cabeza— al instante, tapó su boca y yo, con un leve sonrojo, deduje que algo salió mal.

—Creo que... Ya está bien— le dí la cura del suero por si luego hacía efecto —. Tómalo, no quiero que digas más.

[...]

—Espero volver pronto— dije mientras que colocaba las demás galletas en mi bolso y Ruddiger subía a mi hombro.

—Buena suerte— dijo (T/N) sin entusiasmo —. Eso creo.

Salí de casa, una nueva misión me resguardaba más allá de las rocas. Al encontrarme con Rapunzel y sin ganas de corresponderle el abrazo, le comente que me aportara con la Flor Gota de Sol para "prevenir" que las rocas llegaran a Corona; como esperaba, su respuesta fue en que la flor se desgasto por completo al usarlo como medicina, cosa que no era cierta, esa flor seguía con vida, oculta en una bóveda.

Para llegar a ella, literalmente se tuvieron que superar varios obstáculos debajo del castillo para tenerla en mis manos, incluyendo que Rapunzel estuviera a poco de descubrirme, ya no importaba, si enfrentar a un autómata arriesgara mi vida por la de mi padre, lo haría. Al final de todo, la verdad fue revelada hacia su querida princesa, ¿qué importaba Corona? ¿qué importaba su gente? ¡Nada! Me dieron la espalda a excepción de una persona y era tiempo de cobrarles la venganza.

Con la flor en mis manos y otra excelente reliquia, en el camino de mi carrera, un papel con un letrero voló contra mi cara, una persona venía en cuyo anuncio, la desaparición de una reina que la habían dado por muerta.

—¡Vaya!— murmuré enfurecido —. Alguien más me ha mentido.

Tras llegar a casa, con Ruddiger persiguiéndome, azote la puerta y me dirigí a la dirección de (T/N), ella yacía tranquila dibujando un plano.

—¿Me puedes explicar esto, (T/N)?— le mostré la hoja en sus narices —. O más bien dicho, su real majestad, reina Hildebrandt.

—¿Dé dónde lo sacaste?— temblorosa, sostuvo la hoja, mirándola temerosa, la estaban buscando, pues se le vio por última vez en la bahía —. Va-Varian, te juro que algún día te lo iba a decir.

—¡Mentirosa!— la señale lleno de rabia —. ¡Se supone que somos amigos y jamás me lo dijiste! Mentirosa. ¡Quiero que te vayas de aquí, no quiero verte nunca más! Yo te dije todo, todo sobre mí y jamás me confiaste tal cosa.



No Pierdas Esa Luz (Varian x Lectora) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora