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     Viernes, 27 de septiembre del 2019

  Ser el centro de atención siempre ha sido un tormento, en especial para mí.

  Vale.

  Sé que algunas personas disfrutan tener la atención de todo el mundo sobre sus hombros, pero si me dan a elegir entre llamar la atención y besar a un perro, sí, seguramente elegiría besar al can, siempre y cuando el cachorro esté vacunado y aseado.

  La cuestión es que siempre he odiado esto; la sensación de que todos se encuentran mirándote y cuchicheando, ¿qué tanto murmuran?, ¿acaso hablaran de mi forma de vestir o de lo poco presentable que luce mi cabello? Sé que no debo quejarme de mi cuerpo, pero vamos, que si al menos la vida me hubiera obsequiado un cabello un poco manejable, yo no estaría luciendo una cara de pocos amigos todas las mañana cuando voy a cualquier lugar.

  Es estresante levantarse cada mañana, verse al espejo y confundir tu cabello con un nido de pájaros. A veces me sorprende no encontrar uno ahí con sus pequeñas crías a punto de nacer. Sé que estoy exagerando pero es molesto, especialmente cuando se te hace tarde para llegar a la cita con tu nuevo director.

  Así es.

  El día de hoy la alarma ha decidido tomarse unas vacaciones y no sonar a la hora acordada, me he tenido que despertar media hora antes de la cita y solo porque mi madre a pesar de la distancia, sigue estando al tanto de que mi teléfono me odia cuando de despertarme se trata. Incluso puedo imaginar su rostro de reproche por no haberme despertado temprano.

  No es mi culpa, es del móvil, siempre será así.

  Por suerte he logrado tomar un taxi hasta la universidad, he tenido que dejar el desayuno para más tarde, aun cuando mi barriga suena sin vergüenza. Si el conductor llegó a escuchar al monstruo que vive dentro de mí, logró disimularlo muy bien porque no hizo comentario alguno sobre ello al dejarme frente a la universidad.

  Cancele el servicio al hombre, tomé mis maletas y después de cerrar la puerta me fui en carreras hasta la entrada del edificio, creo que por ello no logré pasar desapercibido. Supongo que no es normal ver a un chico llegar con dos mochilas colgando en cada hombro y una maleta rodando con torpeza por el suelo. Confieso que para odiar ser el centro de atención, sé llamarla muy bien.

  Decido calmarme y caminar como si nada de lo anterior ha ocurrido.

  Recordar los consejos de mi padre diciéndome que debo andar con los hombros erguidos, la espalda recta y el rostro en alto está funcionando en estos momentos, aunque no puedo evitar mirar por el rabillo del ojo que algunos estudiantes están mirándome y hablando entre sí como si planearan algo maléfico. Sé que es una paranoia pero me resulta bastante intimidante cada vez que una situación así se produce, siento mis nervios crisparse y comienzo a pensar mucho sobre qué está mal conmigo.

  ¿Será el atuendo que elegí?

  Reviso disimuladamente mis pantalones y lucen bien, son negros y un poco holgados, me resultan cómodos y es mi segundo favorito, el primero siempre será el pantalón de jean de tono azul oscuro que he comprado con mi padre el año pasado. Gracias a él logré encontrar algunas citas.

Mi madre dice que es porque se adhiere muy bien a mi trasero, mi padre por otra parte solo opina que es porque finalmente lo he elegido yo. Quizás debí colocarme ese y no este, pero mi madre ha insistido con que debo dar una buena primera imagen; va, si supiera que estoy llegando tarde seguro me daría el sermón de mi vida.

  Sé que mi camisa está bien, le he doblado las mangas hasta mis codos, está por fuera de mis pantalones y tiene un estampado a cuadros de azul marino con blanco, así que mi camisa no me preocupa en lo absoluto pero mis pantalones... me encuentro realmente tentado a buscar el baño y cambiármelos pero decido que es muy tarde para ello, a fin de cuenta, este es mi pantalón y al carajo lo que opinen los demás, ni que fueran unos policías de la moda.

El chico de la habitación 230Where stories live. Discover now