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      Martes, 01 de octubre del 2019

  De nuevo suelto una palabrota.

  Mis párpados pesan e intentan cerrarse por sí solos pero les resulta imposible porque no puedo dormir.

  Pensé que había solucionado este problema con el pasar de los años pero me he dado cuenta que solo me he estado engañando. A muy mala hora he tenido que recordar todas las películas de terror que he visto hasta este momento de mi vida, incluso he recordado las historias que mi padre me contaba cuando estaba en plena adolescencia. Todavía puedo visualizarlo en la habitación a oscuras y una linterna alumbrando su rostro mientras dice: si llegas a despertar entre las tres y cuatro de la madrugada, es porque un muerto te está observando.

  Decido ver qué hora es, así que saco la mano de la manta y la dirijo hasta la mesa junto a mi cama, logro tomar el teléfono y al encenderlo visualizo la hora. Son las tres y treinta minutos, calculo el tiempo que llevo despierto y llego a la conclusión de que he despertado hace unos quince o veinte minutos, es decir, estaba en el rango de las tres de la mañana.

  Carajo, solo a mí me ocurre esto.

  Termino ocultando mis pies bajo la manta y no pierdo el tiempo, yo también he terminado bajo ella, parezco un bebé en posición fetal, abrazado al teléfono y a la almohada por si algo ocurre. Sé que es muy tonto y ustedes dirán: ¿un chico de veintidós años temiendo a un fantasma? Les sorprendería saber que tengo mis razones para temer.

  El recuerdo de mis nueve años salta a mi cabeza y nuevamente me encuentro recordando la mujer de blanco que vi salir de una de las cabañas en aquel campamento de verano. No estaba solo, mis compañeros de campaña junto a otros grupos la vieron igual que yo. El solo recordarla me hace sentir un enorme escalofrío y termino aferrándome aún más a la almohada.

  Intento distraerme y busco pensar en otra cosa.

  Quizás las bromas que hacía con mi padre o las tantas veces que terminé cocinando con mi madre. ¡Ya sé!, recuerdo la fecha de Halloween cuando tenía unos once años aproximadamente, recuerdo que con mis padres nos hemos vestido como una familia de vampiro, fue muy gracioso.

  El recuerdo de mi primer beso también llega a mi mente, fue ese mismo año, esa misma noche; una de mis amigas vestía de cenicienta, ambos nos gustábamos y mucho, por lo que accedimos a encontrarnos en el parque y mientras todos estaban ensimismados en su búsqueda de dulces, ella y yo nos ocultamos detrás de un árbol y nos besamos. Es un momento que atesoro y lo haré siempre.

  Esto me relaja, por lo que decido dejar toda la paranoia y volver a dormir, técnicamente hoy es mi primer día de clases y quiero llegar realmente temprano. he comprado finalmente un reloj despertador y espero que este a diferencia de la aplicación del teléfono, sí haga correctamente su trabajo.

  Suelto un suspiro y cierro los ojos, me mantengo aún debajo de la manta y abrazado a la almohada sin importarme, prefiero mantenerme a salvo. Intento hacer los ejercicios de respiración que mi madre me ha enseñado y realmente está funcionando, siento que me estoy calmando y me considero capaz de darle tregua al sueño...

  ¿Qué es eso?

  Despierto inmediatamente al escuchar un ruido.

  Nuevamente mis ojos están abiertos por completo, tratando de visualizar algo a través de la manta pero sé que es completamente imposible. Trago grueso y me aferro a la almohada, sea lo que sea que esté afuera no me hará daño, al menos no dejaré que lo haga.

  Escucho como algo cae al suelo y luego unos gruñidos. Me encuentro con los nervios de punta, ni siquiera sé qué está pasando y eso no me ayuda para nada. El chirrido de la puerta me hace estremecer y he comenzado a recitar todas las oraciones que aprendí cuando niño.

El chico de la habitación 230Where stories live. Discover now