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  Un largo bostezo escapa de mis labios apenas apago la alarma, suspiro con pesadez y me remuevo en la cama, mirando el techo de la habitación en silencio, luchando para que mis ojos no se cierren nuevamente pero aun así, lo hacen, los condenados se dejan cubrir por los parpados, en busca de sumergirme nuevamente en el mundo de los sueños, aunque no suelo soñar muy seguido estoy seguro que esta vez quieren que lo haga; me remuevo en la cama y me abrazo más a las mantas, quizás no hay nada de malo en dormir otros cinco minutos más, solo serán cinco minutos, nada malo pasará en el transcurso de ese tiempo, suspiro para relajarme y dejo mi mente en blanco, tratando de perderme en la oscuridad de esta para finalmente dormirme unos minutos más.

  Sin embargo, siento mi mejilla humedecerse poco a poco, frunzo el ceño y abro los ojos con pesadez, tengo demasiada flojera el día de hoy, distingo un tono azul pero no logro identificar exactamente qué es, gruño en un intento de quitarme la humedad de mi mejilla, pero me detengo al escuchar una pequeña risa. Pestañeo un par de veces y esta vez sí logro enfocar correctamente, el azul que he visto pertenece a una camiseta que está siendo utilizada por mi compañero de habitación; me exalto y me siento en la cama, llevo las manos a mis ojos y me restriego un poco estos para quitarme cualquier rastro de lagaña.

  ―Buenos días, Jayden.

  ―Tengo una alarma, no debiste despertarme de esa manera ―lo escucho reírse, pestañeó un par de veces para acostumbrarme a la luz que ahora está en toda la habitación y cuando finalmente lo hago lo veo regresar a su cama y comenzar a tenderla―.  ¿Qué hora es?

  ―Faltan quince minutos para las siete de la mañana, Jayden.

  ―¿Qué? ―me exalto y me bajo rápidamente de la cama―. ¿Por qué no me despertaste antes?

  ―Pensé que tenías una alarma ―me percato del tonito de burla que usa y lo ignoro, no tengo tiempo para esto.

  Saco de mi closet la ropa limpia y la toalla e ingreso al baño, cierro detrás de mí y me desvisto apenas he dejado la ropa sobre el lavamanos. Pronto serán las siete, yo tengo clases a la siete y treinta y aún así planeaba quedarme a dormir unos cinco minutos que posiblemente se hubiera convertido en una hora o quizás más. Estoy seguro de haber colocado la alarma a las seis de la mañana, quizás no la escuché antes, quizás estaba tan agotado que la ignoré por completo, creo que sí debo darle las gracias a mi compañero, quien por suerte seguía aquí, lo cual es extraño, porque siempre que despierto él no está. Tal vez no tiene clases, quien sabe.

  Termino de ducharme después de unos minutos y tomo la toalla, me seco por completo y comienzo a vestirme con rapidez, quizás si me apresuro podré ir al comedor a desayunar, no me imagino iniciando el día con nada en la barriga, como mínimo termino siendo devorado por mi estómago. Cuando salgo del baño, veo a mi compañero sentado en su cama con la mirada en el teléfono.

  ―¿No tienes clases? ―pregunto mientras distribuyo el pijama en el cesto de ropa sucia y la toalla el dejo en el closet, noto que mi cama está tendida, lo cual puedo suponer que ha sido mi compañero.

  ―Sí, de hecho sí. Tengo clases a las ocho de la mañana pero te estaba esperando.

  Me detengo abruptamente mientras estoy guardando mis útiles en la mochila, me giro a verlo con mis cuadernos entre mis manos, una expresión de confusión está en mi rostro y sé que él la ha visto porque se ha burlado, como siempre.

  ―¿Me esperabas?

  ―Sí, para desayunar juntos, eso hacen los compañeros, ¿no?

  ―Sí, eso hacen, ya nos vamos, espera ―me apresuro en guardar todo en mi mochila, la cierro y la cuelgo en mis hombros y luego de la mesa de noche tomo mi billetera, teléfono y llaves―. Listo.

El chico de la habitación 230Where stories live. Discover now