Cap 20

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Los días y las noches pueden parecer eternas, y lo eterno puede parearé infinito. 

Los labios de Blanca rodean el miembro del tipo, sus manos intentan alejar aquella masculinidad, pero los movimientos de cadera de su oponente son más fuertes y rápidos. Quisiera ser fuerte y levantarme para quitarle al tipo pero la impotencia es mayor que yo.

El tipo termina y se aleja un poco de ella, Blanca vomita su saliva y el semen acumulado en su boca. Acaricio a Jorge que está dormido en mi regazo. Ambos estamos en una esquina volviendo a ser testigos de cómo el demonio nos quita la vida.

El tipo toma a Blanca de las manos y la empuja hasta la cama. Le quita el short roto y se monta sobre ella. Blanca lo golpea e intenta escapar entre gritos como lo hace cada noche. El tipo no sede y la voltea boca abajo. Se baja más el pantalón para su comodidad.

-esto te encanta perra- le dice el tipo a Blanca, mientras la penetra por el ano

Los gritos, el llanto, el dolor, el sufrimiento. Mis lágrimas caen, su dolor se volvió mi dolor.

Los gemidos del aquel hombre son fuertes e inolvidables. Los gritos de Blanca se escuchan en silencio ¿Qué hago? ¿Qué puedo hacer?

Los minutos pasaron y el tipo termina. Se sube los pantalones y como siempre sale del cuarto sin decir nada.

Acomodo lentamente a Jorge en el piso y camino despacio hasta la cama. Me coloco de rodillas frente a la cama. Blanca aún sigue acostada, parece muerta, no dice nada, su mirada está perdida, tengo miedo de perderla.

-Blanca ¿estás bien?- pregunto pero no recibo contestación alguna. Su mente está perdida en otro sitio.

Las lágrimas vuelven a salir de mi ojos y otra vez el llanto me domina.

Mi madre llego a mi mente, cada que me sentía sola o triste ella me cantaba, su vos era angelical y hermosa, por mala suerte yo nunca tuve el talento de la vos como ella, pero el escucharla me ayudaba. Así que entre lágrimas y dolor, las voz entrecortada me salía.

Mi niña de ojos marrones

Mi pequeña princesita

Mamá va a comprar un ruiseñor.

Y si ese ruiseñor no canta,

Mamá va a comprar un anillo de diamantes.

Y si ese anillo de diamantes no brilla,

Mamá va a comprar un espejo.

Mi niña de ojos marrones

Y si el espejo no te reflejo

Mamá te buscara un cristal

Y si buscando el cristal se rompió

Mamá va a comprarte un perrito

Y si el perrito no quiere ladrar

Mamá va a comprar un colibrí

Mi niña de ojos marrones

Y si el colibrí ya no quiere volar

Mamá te va a comprar un caballo y una carreta. 

Y si el caballo y el carro se caen, 

Usted seguirá siendo la más dulce bebé en la ciudad.

Mi niña de ojos marrones

Mi pequeña princesita

Blanca se queda dormida y la acomodo para que descanse mejor. Jorge sigue acostado en el piso.

Algo me llama la atención de la puerta. Aquella puerta que me separa del mundo exterior. Esa puerta que deja entrar al demonio.

Camino hasta ella, recargo mi cabeza en la fría madera, tomo la perilla con la mano temblorosa, tomo todo el aire que mis débiles pulmones pueden soportar, giro lentamente la perilla, exhalo, la puerta se abre.

Me pregunto si al tipo se le olvido poner el seguro o simplemente piensa que somos lo suficientemente debiles para escapar.

Volteo para despertar a Jorge y a Blanca, pero los veo dormir tan tranquilamente que los dejo soñar y me dirijo al pasillo de cemento. Camino hasta las escaleras y subo una por una.

Me asomo por la puerta para ver si el tipo o alguna otra persona está en el lugar. Como no veo a nadie salgo y avanzo hasta llegar a medio de la sala.

Miro todo ese lugar, sigue estando vieja, las paredes, muebles y el piso siguen de madera, tal y como lo recuerdo la vez que intente escapar. Miro la puerta por la que una vez escape.

~escapa~  dice mi inconsciente, dice mi mente, dice mi alma, dice mi cuerpo ~escapa~ dice mi corazón

Con toda la debilidad de mi esperanza empiezo a caminar. Mis pequeños pasos son lentos pero decisivos.

Entro a la cocina y busco en las repisas, no hay nada que pueda usar.  Abro el refrigerador y un envase de leche se encuentra en el fondo. Lo tomo, le quito la tapa y el olor a podrido escapa del envase. La leche ya se echó a perder pero aun así es mejor que nada. La vuelvo a tapar y cierro el refrigerador. Buscando en la alacena encuentro cajas de galletas ya caducadas, no importa.

Las tomo y camino de regreso a la sala. Busco con la mirada cualquier cosa que me pueda ayudar, comida o lo que sea. Pero no hay nada.

Pero de nuevo algo llama mi atención.  Justo al lado de la venta se encuentra una pequeña mesita con un teléfono.

Camino lo más rápido que puedo hasta llegar a la mesa y me bruscamente tomo el teléfono.

Lo coloco en mi oreja esperando algún tono o algo que me dé señal de vida.

Al escuchar el primer sonido reproducido por el teléfono marco el único número que guardo en  mi mente

-por favor contesten- suplico -por favor.

-Bueno- responden desde la otra línea

-¿mamá?- pregunto y las lágrimas vuelven a salir

-¿Natalie?¿mi amor dónde estás?¿cómo estás?¿estás bien?¿qué te han hecho mi amor?-dejo que haga todas las preguntas que su desesperado corazón de madre necesita hacer. No pregunta más, solo aguarda a que llegue una respuesta. Lo malo es que ni yo, tengo las respuestas.

-perdón- contesto después de varios segundos en silencio- lo siento mamá, en verdad lo siento, perdóname.

Cuelgo, me limpio las lágrimas, vuelvo a tomar las galletas y la leche, y regreso al sótano.

Cierro la puerta y dejo las cosas en el piso. Despierto a Jorge y a Blanca, entre los tres nos comemos las galletas y la leche.

Me alegro de que no pregunten de cómo lo conseguí, solo me ayudan a esconder las envolturas debajo de la cama para regresar a dormir.

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