Después de la caída

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Snk pertenece a Hajime Isayama.

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Triste reflejo que mostraba una triste mirada. Tal vez algo cansada, demasiado cansada. Sus ojos azules, antaño brillantes comenzaban a mostrarse cada vez más pálidos. ¿La  edad? ¿Demasiado trabajo? Quizás solo era preso de su propio agotamiento, incapaz de darse un mínimo respiro en aquellos tiempos de guerra.

Como si de un castillo de naipes se tratara, un tercio de su territorio había sido asolado. Sus eternos atacantes los habían recluido más y más. Cuando la última de aquellas rocas que los rodeaban cayese, ¿adónde irían? ¿Cuántas vidas serían sacrificadas en su huida? ¿Cuántos más soldados perecerían para alcanzar su objetivo? Demasiados pensamientos en su cabeza, pero había uno que jamás desaparecía. Tras aquellas muros de piedra no podía encontrar sólo un vacío. Debía haber algo más. Era imposible que los últimos remanentes de la humanidad se hubiesen aislado de aquella manera.

Siempre había personas que se mostraban distintas a lo habitual, anormales. Cómo la mujer que permanecía encerrada en su laboratorio día tras día bajo sus órdenes. Cómo aquel pequeño hombre que era capaz de cosas que jamás había visto hacer a ningún otro ser humano. Cómo el mismo.

Su acompañante dirigió una pequeña bolsa con delicados terrones de azúcar. Un bien demasiado preciado  en ese tipo de situación. Tal vez, un producto de lujo. No había sido consciente anteriormente, cegado por su propia ambición. Pero la culpa comenzaba a reconcomer su alma.

Y la devoraría por completo hasta el día de su muerte. Cuando los latidos de su corazón cesando su marcha le permitiesen abandonar por fin aquel estigma que lo caracterizaba. Solamente quería demostrar su teoría; lo que su  discernimiento le guiaba. Pero, tras cada lucha, tras cada batalla,  solamente conseguía arriesgar las vidas de cientos de soldados. A veces conseguía traer más de ellos con vida. A veces menos.

Y ahora solamente conseguía traer cadáveres. Ni siquiera los de sus propios soldados. Ancianos, personas excesivamente jóvenes. Su terreno había sido mermado. Y  sin embargo, cada uno de aquellos ciudadanos encontraba una pequeña hectárea para rendir culto a los fallecidos. Reduciendo el espacio de cultivo para poder aumentar un sitio dónde poder llorar a sus familiares. Había contemplado aquella escena cientos de veces, ¿porqué no podía llorar? Tal vez esa dichosa culpa le impidiese mostrar una emoción sincera. Aquella que solo se manifestaba cuando realmente era el mismo. Y comenzaba a olvidarse de su propio nombre.

Podía escribirlo, Erwin Smith. Un nombre banal, simple, sin nada que lo caracterizase. ¿Pero quién era Erwin Smith? Para algunos, un sanguinario asesino; para otros, un líder. Para él, solamente un niño que quería probar que aquellas fantasías que habían dirigido toda su infancia eran ciertas. Sus ojos volvieron a fijarse en la montaña de terrones de azúcar. Uno por cada año que había dedicado su vida a aquel ejército. Cruel ironía. Apartó con cuidado la pequeña bolsa y removió el pequeño caldo caliente que reposaba aún en su taza.

- No me apetece, gracias Shadis.

- Fue muy repentino encontrarte aquí – ocupó asiento a su lado mientras cerraba la bolsa de azúcar dejándola inmaculada – Hacía bastante tiempo que no venías. Tus dos psicópatas preferidos si solían venir más a menudo.

- Era necesario, querían encontrar soldados aptos para sus escuadrones.

- Veo que no te arrepientes de haberlos ascendido.

- Ellos cumplen un propósito, y darles a un par de hombres a sus órdenes ayuda a dicho propósito – la taza de té apenas podía calentar sus labios, ¿por qué eran tan frías las palabras que salían de su boca? ¿Acaso aquellos dos no se habían convertido en las únicas personas que realmente calentaban su lánguido corazón? - Necesito que intensifiques los entrenamientos. He desarrollado algunas pautas que sería conveniente que revisaras.

Decisiones y arrepentimientosWhere stories live. Discover now